Categoría: Varia invención

Todo lo que no cae en otras categorías. O bien: pura loquera.

  • El guión es como la muchacha fea

    El guión es como la muchacha fea

    En 2009 me publicaron este texto en la revista Replicante. Luego lo perdí. Luego lo encontré y no me acordaba si lo había puesto ya en el blog o no. Lo busqué en la red y descubrí que Daniela, la autora del blog Dramátika, se dio a la tarea de transcribirlo en su sitio, ya que en ese entonces la revista era en papel. Sinceramente, eso me conmovió mucho, mucho. Así que, aunque hace cuatro años de aquello (¿o ya cinco?), pongo acá el texto completo con toda mi gratitud a Daniela (su blog está ya inactivo, pero si la conocen, díganle que en verdad le agradezco).

     

    Y dice así:

    guionista

    El guión es como la muchacha fea

    Raquel Castro

    El guión es como la muchacha fea: a nadie le gusta, pero todos le meten mano.

    Fermín Cabal, guionista español

     

    La reciente ruptura de la mancuerna González Iñárritu-Arriaga es, probablemente, el divorcio más doloroso del cine mexicano, desde el de Jorge Negrete y María Félix. Y todo parecía indicar que el director y el guionista eran una pareja feliz: sus tres retoños (Amores Perros, 21 gramos y Babel) parecían prueba gloriosa de ello. Ya se ve: las apariencias engañan, e incluso una relación así de fructífera puede llegar a su fin, periodicazos incluidos.

    No es raro que una pareja creativa se disuelva: uno de los casos más sonados en la historia del cine es el de Salvador Dalí y Luis Buñuel, quienes, por cierto, incluso antes de su rompimiento definitivo tuvieron cierta discusión acerca de Un perro andaluz (Dalí declaró en más de una ocasión que el guión de Un perro… era de su total autoría y que Buñuel sólo había contribuido con detalles). Pero en este caso, como en el otro, llegaremos tarde o temprano a la pregunta –difícilísima–: ¿de quién era realmente la película?

    El punto de vista simplificador nos dice que el cine es imágenes y que todo lo demás está de más. Pero es como decir que la danza es sólo movimiento, y que da lo mismo ver El lago de los cisnes que El cascanueces. La historia importa. Aun en los albores del cine, películas con argumentos cortos y relativamente simples, como El regador regado, gustaban más al público que las escenas sin progreso dramático, como Obreros saliendo de la fábrica Lumière. Nos gustan las historias: queremos que, además de las imágenes sorprendentes, “pase algo” en la película. Por eso ha sido una constante en el cine la relación con la literatura, la búsqueda de cuentos y novelas para adaptar a la pantalla.

    Pero aún no se contesta la pregunta planteada. ¿Es el guionista el autor de la película? Akira Kurosawa solía decir que “con un mal guión, ni el mejor director del mundo puede hacer nada”. Y el guionista es autor de la trama, de la historia que se cuenta, aunque es necesario reconocer que una película tampoco es únicamente eso: a diferencia del novelista, cuando el guionista pone el punto final no se encuentra frente a un producto terminado, listo para llegar al público. Como dice el guionista francés Jean-Claude Carrierre, el guión concluido apenas está por someterse a un proceso de metamorfosis, en el que intervienen muchas manos y visiones (las de más peso son las del director y el productor) y sólo como resultado de esta transformación surgirá la película.

    Sin embargo, este hecho parece oscurecer la importancia del guionista y hasta alentar la creencia de que cualquiera que sabe escribir su nombre o teclear más o menos rápido en un chat es capaz de escribir un guión. (O más todavía: que es capaz de escribir un buen guión.) A veces da la impresión de que todo mundo cree tener los elementos para meter mano en el trabajo del guionista: agregar personajes, quitar referencias, incluir anécdotas o discursos que “exalten” tal o cual valor…

    La discusión está mal planteada desde el principio: no se trata de negar la importancia del director (como Iñárritu eligió entender el reclamo de Arriaga), sino de insistir en visibilizar el trabajo del argumentista. Que haya un pago justo por la escritura de la historia, que se reconozca la autoría, que nos hagamos a la idea de que no todo el que sabe usar la cámara sabe escribir una trama lógica e interesante, o unos diálogos inteligentes y creativos; por todo esto que es válido y hasta saludable que reconozca que necesita de la ayuda de un guionista. Como hacía Buñuel.

    Son dos los obstáculos en el camino a esa meta: una mala idea de los realizadores y el buen oficio de los guionistas. La mala idea es la de que todo realizador puede ser un auteur (es decir, puede realmente “hacer la película” sin la intervención de nadie más). El buen oficio causa el fenómeno del “zurcido invisible”, presente en los guiones bien escritos: mientras mejor escrito esté el guión, menos se notarán la mano del guionista en el resultado final y, desde luego, el peso de su trabajo.

    ¿Se puede dar un mayor crédito al trabajo del guionista? Es posible. Al menos en Europa, las asociaciones de guionistas están realizando esfuerzos en esa dirección. Otra señal halagüeña es la proliferación de cursos y seminarios para la formación de guionistas. ¿Dije halagüeña? Perdón: es un arma de doble filo. Me explico.

    En Ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002) lo real (la existencia de Charlie Kaufman, el bloqueo por el que pasaba, la encomienda de adaptar una “novela” sobre flores en la que apenas ocurre nada) se mezcla con lo imaginario (el hermano gemelo que quiere ser guionista, las situaciones de vida o muerte). También aparece un personaje impresionante: un gurú del guión, agresivo, carismático y muy seguro de sí mismo, que llena auditorios y promete enseñar en tres sesiones el arte de escribir un guión que se convertirá en gran éxito. ¿Qué será lo más sorprendente? ¿Que se pueden llenar auditorios con gente que desea ser guionista, a pesar del poco reconocimiento y los malos sueldos? ¿Que haya quienes crean que en un fin de semana se puede aprender todo lo relativo a la escritura de argumentos de calidad? ¿Que el personaje en cuestión, Robert McKee, no es un invento de Kaufman, sino un auténtico motivador profesional/teórico del guión? ¿O que el verdadero McKee no se da por ofendido con la manera en que se le retrata en la película, al grado de incluir ésta en la publicidad que hace a sus cursos?

    Así es: McKee, siempre de gira, imparte su popular seminario “Historia” a un costo de 545 dólares y su anuncio, a plana completa en todas las revistas especializadas en escritura de los Estados Unidos, incluye el cartel de Adaptation y la leyenda “¡Cómo lo vio en Ladrón de orquídeas!”. Según McKee, lo que lo hace distinto a otros gurús que se dedican al mismo negocio es que él no dicta pasos ni reglas, sino “principios” que pueden o no seguirse, pero que, de atender, llevarán al guionista directo a la fama y la fortuna. Imagino que McKee no ha escrito ningún guión para cine (y sólo tres para televisión) precisamente porque ya encontró la fama y la fortuna.

    A esto me refiero con el cliché del arma de dos filos: por una parte, es obvio que el éxito absoluto no alcanza a todos los que asisten al seminario de McKee o de alguno de sus colegas (Syd Field, Doc Comparato y Linda Seger están entre los más famosos… y no, tampoco ellos han escrito prácticamente nada para cine o televisión); por la otra, cada vez hay más personas dispuestas a aprender sobre guionismo y, como resultado colateral, a darse cuenta de que no basta con tener buenas ideas (y 545 dólares) para escribir una buena película.

    Quizá, en unos años, el guionista vuelva a ser considerado un elemento importante en la cinematografía. Quizá entonces, cuando González Iñárritu y Arriaga se vuelvan a encontrar, puedan arreglar sus diferencias como Buñuel y Dalí no pudieron. Y, sobre todo, quizá el guión deje de ser visto como la muchacha fea, y en cambio se aprecien sus propios esplendores.

     

    De "Ladrón de orquídeas", historia sobre guionistas :)
    De «Ladrón de orquídeas», historia sobre guionistas :)
  • Se busca: almas caritativas que quieran traducir una rola del ruso al español

    Se busca: almas caritativas que quieran traducir una rola del ruso al español

    Como algunos de ustedes saben, soy fan de la banda rusa Agata Kristi, aunque mi paso fugaz por las clases de ruso no me permite entenderles gran cosa. Bueno, pero la música es el lenguaje universal, así que con eso basta, ¿no?, dice mi lado amable.
    ¡No! dice mi lado obsesivo: Necesito entenderle bien y, de preferencia, en una traducción bien hecha, porque la de babelfish y similares no me satisface.
    ¿Y qué, vas a pagarle a un traductor por eso? Haz tu alcancía, mijita, porque luego de una rola vas a querer que te traduzcan otra y otra y así hasta la discografía completa (mi lado amable es en realidad un lado bastante bitch, qué mala onda).
    ¿No habrá un alma caritativa que esté estudiando ruso y que quiera traducirla nada más por practicar? ¿O un alma caritativa rusa, que tenga un rato libre y quiera disfrutar de una canción linda y traducirla? La verdad es que si fuera una rola a traducir del inglés al español yo lo haría nomás por ocio o amabilidad, dice mi lado obsesivo, sin querer confesar que lo haría por, bueno, pues por eso: por obsesivo.
    Pues déjala en tu blog como botella al mar, capaz que encuentras esa alma caritativa, dice con insidia mi lado seudo amable. O regresa a las clases de ruso, añade.
    Mi lado obsesivo le hace una trompetilla.
    Yo intervengo: lados, lados, ¿no podemos simplemente llevarnos bien?
    Y para evitar el pleito pongo acá la rola, ¿quién quita y algo pasa? (De acuerdo con lo que vislumbré en mi pobre traducción, puede que sea ligeramente porno). Y, en todo caso, servirá para compartirles una canción que me gusta mucho (por que sí, la música es un lenguaje universal).

    turrun

    (Y acá está pa que la escuchen)

  • (Otras) escenas en (otro) centro comercial

    (Otras) escenas en (otro) centro comercial

    órdenes de la gerencia, según
    órdenes de la gerencia, según

    A lo mejor a Woody Allen le hubiera inspirado, pero a mí me sacó mucho de onda ver cómo los empleados se ponen bien pilas en contra de los clientes como si ellos -y no sus empleadores- fueran a sacar algo de ahí. Es más, pensándolo mejor, ni siquiera sus empleadores sacan algo de ahí: tratar mal a los clientes, tratar de verles la cara, ser jijos, pues, ¿podrá generar lealtad? Yo digo que no. Al menos yo ya decidi no volver a pararme en tres  lugares que me caían bien. Ahí les va la historia:

    Primer acto
    En cierto restaurante, pido un agua mineral.
    —¿Perrier o San Pellegrino? —me pregunta el mesero.
    Lo miro con seriedad un rato y le pregunto:
    —¿Con cuál preparan la limonada mineral que viene en la carta?
    No me sostiene la mirada cuando me responde:
    —Con ciel.
    —Pues ciel quiero, caray.
    Obviamente, el agua ciel cuesta la cuarta parte que las dos aguas importadas. A lo mejor un día me nace tomarme un agua cara o disolver una perla en vinagre, qué se yo. Pero, la neta, no dar la opción del agua ciel a la hora de darme las alternativas del agua es querer ver la cara. Y lo gacho no es pagar algo caro, sino tener la sensación de que te quisieron ver la cara, grrr.

    Segundo acto
    En una tienda de ropa tienen un aparador darketón y muy mono.
    —Ah, le voy a tomar una foto pa decirle a la bandera en FB que venga a echar un ojo —le digo a Alberto.
    Apenas estamos tomando la primera foto, el ñor de vigilancia se acerca.
    —Oigan, no pueden tomar fotos.
    —Ok, ya no estamos tomando fotos. Pero ¿por qué? —le pregunta Alberto.
    —No sé, a mí nomás me dio la gerencia la instrucción de no dejar que tomen fotos.

    ¿Qué tiene la gerencia en la cabeza? ¿Guano? Es un centro comercial, ni que los vayan a asaltar a partir de una foto de su aparador. Ni que les vayan a robar las grandiosas ideas (que se parecen harto a las de los demás aparadores, nomás tenían más tartán y más negro). Y en vez de escribirle a los amigos «eh, vengan, vengan», les escribiría: «ni se paren por acá, los empleados no tienen criterio. Ah, porque para colmo, eso de «yo no pienso, sólo sigo instrucciones» es de terror. Eso decían los nazis, justo.

    Tercer acto
    Otro restaurante donde hay refill en la bebida.
    —¿Tienes coca zero o sprite zero?
    —Sprite zero, sí —dice el mesero y luego murmura más quedito— y coca zero también.
    Alberto no alcanza a escuchar que coca zero también y pide su sprite. Le traen uno de lata. Mientras yo pido una hamburguesa.
    —¿Tus papas a la francesa, curly o en gajos? —me pregunta el mesero
    —¿Algunas de esas vienen incluidas con el platillo?
    —No.
    —Ah, entonces no quiero, gracias.
    Alberto pide su refill.
    —Es que ese refresco es de lata, no tiene refill.
    —¿Y no tienes de máquina?
    —Sí, coca zero, pero sprite zero, no.
    A ver: ¿por qué no empezar diciendo eso? ¿Qué gana él con hacernos pagar dos refrescos en vez de uno? ¿Por qué no dice desde el principio que las papas serían una orden adicional? Yo, que ya estaba toda erizoescamada, y que ya conocía el lugar (y sabía que las papas se piden aparte), pregunté si estaban incluidas nomás para evidenciar su forma de dar por hecho; pero me pregunto cuánta gente no caerá en la treta.
    En lugares decentes te dicen: «¿Quiere una orden de papas para acompañar su hamburguesa?» y hasta te aclaran «Ese refresco es de lata y no tiene refill, ¿no hay problema?»
    Y -¿saben qué?- creo que en esos lugares ganan más. Porque la gente se siente a gusto y regresa. Porque el mesero que se porta legal recibe mejores propinas.

    Reflexión raquelesca
    A menudo la banda critica a los granaderos por ponerse del lado de sus patrones. Pero ¿qué pasa cuando un mesero trata de robar para su patrón?, ¿qué ocurre cuando una cajera de banco finge que la firma de tu cheque no es, aunque obviamente sí es pese a que tenga ligeras diferencias, nomás para hacerte dar más vueltas?, ¿qué decir del vigilante que se niega a ejercer su criterio y te prohibe cosas porque supone que eso le gustará a su empleador?, ¿qué pensar de la empleada de gobierno que se tarda dos o tres días en mandar tus papeles a la tesorería para tramitar tu pago porque le da hueva pararse a sacar una copia o buscar un email en su bandeja de entrada?, ¿qué onda con los maestros que esconden la biblioteca de aula para que los niños no maltraten los libros que se supone están para ser usados por los niños? —¿para quién estamos jineteando ese dinero, reprimiendo a esa gente, atesorando esos recursos? No vaya a resultar que en ocasiones somos más granaderescos que los granaderos que criticamos…

  • Hace falta humor

    Hace falta humor

    En marzo de 2012 participé en el encuentro Reescribir a México en el siglo XXI, en Puebla. Este fue el texto que leí, se los comparto.

    Hace falta humor
    Raquel Castro (o sea yo)

    Estaba terminando mi texto sobre “Reescribir México en el siglo XXI” cuando comenzó a temblar. No fue algo del otro mundo (sí, fue de 7.8 grados en la escala de Richter, pero sólo grado II en la de Mercalli, lo que significa que fue “débil”), pero se convirtió en el tema dominante en las redes sociales por varias horas.
    Lo que más me sorprendió fue la facilidad con la que la gente se convirtió en una turba dispuesta a linchar a cualquiera que hiciera un chiste sobre “la tragedia” que, acá entre nos, realmente no fue una tragedia. Un susto, tal vez. Una molestia. Pero ni punto de comparación con el terremoto aquel de 1985, que se ha vuelto referencia para todas nuestras movidas telúricas.
    Entonces tiré a la basura el texto que estaba terminando y empecé de nuevo: tenemos que rescribir México desde el humor. Se supone que somos un país que se ríe de la muerte, que domina el humor negro y que no tiene miedo de carcajearse de sí mismo. Se supone que tenemos una tradición literaria que también sabe tomarse con humor las cosas, heredera del español Francisco de Quevedo, con representantes como José Joaquín Fernández de Lizardi, Jorge Ibargüengoitia, Emma Godoy, Jorge Mejía Prieto y Carlos Monsiváis, por mencionar sólo a algunos.
    Se supone que incluso Sor Juana escribió gracejadas de vez en cuando, ¿no? Pero a veces se nos olvida. A veces, la literatura mexicana, reflejo fiel de la sociedad mexicana, se toma demasiado en serio a sí misma y se pierde en los laberintos sosos de la corrección política, que muchas veces es machista, agresiva y destructora.
    Hay autores que tienen tanto miedo de no ser “solemnes” que su narrativa se convierte en sermón. Y, lo que es peor, se vuelven inquisidores de todos los demás, de todos aquellos que no estén dispuestos a indignarse ante cualquier muestra de humor: “Trivializan la tragedia”, se quejan cuando alguien escribe en tono ligero, y de inmediato ponen esas obras en el estante de los subgéneros, del que es tan difícil salir, o etiquetan al responsable de “poco serio”, enemigo de la academia, o exageraciones peores.
    De nada sirve argumentar que la tan glorificada seriedad muchas veces es árida y pomposa, o que más de una vez esconde sólo el miedo a la autocrítica: “no me río de mí para que nadie pueda hacerlo”, que sería una variación de “el que se ríe se lleva”.

    Algo es verdad: vivimos tiempos difíciles. La violencia, el colapso económico, el calentamiento global, el ocaso de un imperio del que sólo somos una provincia oprimida. No hemos logrado la equidad de género ni la incorporación de los pueblos originarios a la vida económica del país. Hay especies vegetales y animales en serio peligro de extinción.
    Pero ¿serán realmente más difíciles nuestros tiempos que los primeros años del siglo XX, que los primeros del XIX? Al menos tenemos internet y vacuna contra la polio. No estoy minimizando la situación que nos ha tocado en turno: por el contrario, creo que ésta es delicada y que bien vale la pena usar todas las herramientas a nuestro alcance para hacerle frente. El humor incluido. El humor sobre todo.
    Porque la risa no es sólo frivolidad, pese a lo que quieren hacernos creer los serios-a-ultranza. La risa puede ser liberadora. No hablo de esa risa burlona, descalificadora, tóxica del que se siente superior; ni la risa amarga de la autocompasión y el victimismo. Me refiero más bien a la risa transgresora del que señala lo que podría estar mejor, la carcajada que ya por romper el silencio es muchísimo más que resignación.
    Esto se entenderá mejor si exploramos las funciones del humor, que, según Avner Ziv, autor de El sentido del humor, son cinco:
    • Función intelectual o didáctica
    • Función agresiva (que puede ser derivada de un sentido de superioridad o de la frustración)
    • Función sexual (de la que no hablaré porque hay niños presentes en la sala)
    • Función social (en la que se incluyen las señales de amistad, distensión y solidaridad)
    • Función del humor como mecanismo de defensa (aquí entran el humor negro y el reírse de uno mismo)
    Así pues, son estas dos últimas de las que hablo yo cuando digo que la risa es más que burla o resignación. Porque, como dijo Peter Berger, otro estudioso del humor y autor del libro Risa redentora, “quienes ríen unidos, permanecen unidos. El humor refuerza la cohesión.
    Sin embargo, parece que al que se atreve a escribir con humor le espera el linchamiento de los serios que les platiqué hace rato.
    Por eso me da gusto cuando me encuentro con obras de la literatura mexicana actual que se atreven a explorar el espíritu lúdico. Mencionaré solo algunos, para documentar nuestro optimismo:
    • José Luis Zárate (quien por cierto, debería haber sido invitado a este encuentro, ya que es uno de los mejores narradores no sólo poblanos, sino de todo México), autor de series de minificciones delirantes, ingeniosísimas, risueñas, pero con el mérito de no convertirse en chistes fáciles.
    • Fernando de León, cuentista jalisciense, quien juega a poner en situaciones cómicas elementos de la alta cultura (por ejemplo, en uno de sus cuentos, el Conde de Saint Germain y el Diablo son un par de vividores en las calles de Guadalajara).
    • Francisco Hinojosa, autor extraordinario por combinar a la vez la ligereza y la crítica demoledora.

    No son los únicos. Y quizá veamos más conforme aumente el número de escritores que se atreven a escribir de manera distinta a como exigía la tradición literaria del siglo XX. Ya hay muchos que están practicando técnicas y puntos de vista que hubieran sido impensables apenas hace 20 años. ¿Por qué no podrá haber más escritores –y escritoras– que utilicen las facultades liberadoras del humor? Yo diría que incluso nos hace falta: reescribir al país en este siglo, si es posible, tiene que pasar por modificar nuestra manera de pensar y de relacionarnos con el mundo.

    Braaaaaains
    Braaaaaains
  • Roomies

    Roomies

    Un ejercicio de imaginación por puro ocio: si la literatura mexicana fuera una escuela-internado inglesa (sin magia), y usted tuviera que cursar los seis años reglamentarios ahí, ¿con qué escritor/a mexicano/a le gustaría compartir habitación y por qué? ¿con cuál cree que sería una tortura, y también por qué? Utilice autores vivos o muertos, da igual para el ejercicio.
    Un ejemplo: a mí me gustaría compartir cuarto con Sor Juana, porque seguro me ayudaría a estudiar y, cuando tuviéramos mal de amores, nos emborracharíamos a escuchar a José Alfredo y a recitar «Hombres necios». En cambio, no me gustaría compartir habitación con Pita Amor: seguro sería fiesta tras fiesta sin parar (¡en nuestro cuarto compartido!) para terminar cada vez corriendo a todos en un ataque histriónico (la verdad, ya no estoy como para cuidar gente malacopa). No estaría mal compartir con Elena Garro (nos la pasaríamos viendo fotos de gatos en facebook) y seguro sería divertidísimo ser roomie de Fulana de Tal (aunque no me dejaría etiquetarla en las fotos de nuestras fiestas, ash) Con Rosario Castellanos me la pasaría bomba, creo; pero no sería lindo con Josefina Vicens: ¡tendría que pasarle todos los apuntes, con eso de que su libro está vacío! :D
    Y en caso de habitaciones mixtas, a fuerza que elegiría compartir con Alberto Chimal, obvio ;)

    ¿Se imaginan a Fuentes y García Márquez en plan Harry Potter y Ron?
    ¿Se imaginan a Fuentes y García Márquez en plan Harry Potter y Ron?