Ayer fue la primera presentación de mi nueva novela, Un beso en tu futuro. El libro está recién salidito de la imprenta, apenas empieza a llegar a librerías y yo sigo en la fase wow, no me lo creo. Aunque, para serles bien sincera, estoy en esa fase desde 2012, cuando Ojos llenos de sombra ganó el Gran Angular, porque cada vez que empiezo a asimilar las cosas buenas que me ocurren, pasa una nueva que me hace volver a decir wow.
Por ejemplo, la presentación de ayer, que fue en una escuela en el oriente de la ciudad.
Salí con tiempo, acompañada por Alberto y nuestro amigo José Luis Zárate; pero nuestro GPS se volvió loco y, en vez de llevarnos a la escuela, nos dirigió a un panteón. La calle tenía el evocador nombre de Fuego fatuo y, por suerte, estaba a diez minutos de la escuela, así que no llegamos tan tarde (y tuvimos ocasión de inventar algunas historias que, pienso yo, deberían ser escritas). Lo malo es que llegamos derrapando, directo a la charla.
Como cada vez que me toca participar en una presentación, conferencia o similar, estaba muy nerviosa. Hay un momento en el que siento una punzada en la panza y mi síndrome de la impostora me susurra al oído a ver qué babosadas sueltas esta vez; pero ya aprendí a no hacerle demasiado caso. Hablé de mi paradoja: escribo porque hablar me pone nerviosa, pero luego me invitan a hablar de lo que escribo. Hablé de mis novelas anteriores y las preocupaciones que me hacían retorcerme con cada una, y cómo, pese a eso, todas me han hecho sentir muy satisfecha. Hablé del chico que me gustaba cuando tenía doce años y cómo odiaba que, siendo mi mejor amigo, me contara de las niñas que le gustaban. Hablé de cómo esa anécdota fue la semilla de Un beso en tu futuro, y de cómo convierto en ficción esas semillitas de realidad. Es decir, hablé un montón.
Y entonces siguió la parte chida: habló la muchachada. Desde la primera pregunta me cayeron rebién: ¿qué consejos nos das a los que queremos escribir? Buenísimo cuando, estando en secundaria, quieren escribir y están dispuestos a escuchar consejos. Yo no era así y perdí mucho tiempo, la verdad.
Luego me preguntaron sobre la manera en que me ha cambiado el hecho de publicar lo que escribo (ájale: buen momento para hablar de la responsabilidad que estoy convencida que tenemos al comunicarnos con otros) y cómo combato yo el bloqueo. Al final, una chica me preguntó qué había pasado con aquel muchachillo que había sido mi mejor amigo y crush entre los doce y los quince años.
Mi intención era contarle, muy casual y chacotera –así como soy, ja–, que finalmente él se había dado cuenta de mi simpatía y particular encanto y que, un par de meses después, se dio cuenta también de mi neurosis y obsesividad; pero me ganó la emoción y sólo pude responder: bueno, pues fue mi primer novio.
No sé explicarles por qué, pero fue un momento muy especial y mejor ya no hice bromas ni añadí nada de lo que se me había ocurrido en el momento (por ejemplo, que a la fecha nos vemos poco pero nos queremos mucho y que no va uno a comparar tres años de crush y dos meses de novios con veinticinco años de amistad).
Y bueno, luego de eso, la gran sorpresa: varios de los asistentes ¡compraron el libro! Esto no es poca cosa, banda: uno a la secundaria no lleva dinero como para tirar al cielo, así que separar del fondo de emergencia, o pedir prestado, o usar los ahorros… para comprar un libro es una chingonería, con perdón.
Así las cosas. Por supuesto, salí feliz, feliz, feliz. O sea: ¿saben lo que vale que alguien aprecie tus consejos? Seguro que muchísimo más que el mejor de los consejos, ¿no? ¿Cuánto vale que te escuchen con atención, que dediquen un rato de su tiempo a lo que uno tiene que decir, que se rían de los chistes –algunos francamente malones– que uno pueda hacer?
¿Se dan cuenta de mi gran trampa? Me invitan a una escuela a dar una charla y la que recibe un montonal de cosas ¡soy yo!
Y apenas es la primera presentación del libro. Ya les iré contando qué más pasa.
Ah, y aprovechando: los invito a leer el libro. No es por nada, pero yo me divertí mucho escribiéndolo y otro tanto corrigiéndolo, así que no sé decirles si es o no bueno, pero les garantizo que le invertí todo el seso y el corazón y que no escatimé recursos en dejarlo lo más chulo posible (y otro tanto hicieron en la editorial, qué bárbaros).
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