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  • La NASA descubrió… ¡zombis en el espacio!

    Mi querido amigo Iván «Malo» Salinas me pasó un link del periódico El Universal en el que se habla de un terrible descubrimiento:
    Una tormenta solar frió el cerebro de un astronauta, que ahora es… ¡un zombi!
    Bueno, hay que precisar algunas cosas:
    1. no fue la NASA, sino Intelsat.
    2. el astronauta no es un humano, sino un satélite.
    Pero igual…. brrr, miedo!!! Porque ahorita son los satélites pero, ¿y mañana? ¿cómo sabemos que no seremos nosotros los zombis? ¿o los gatos? o… (ni dios lo quiera) ¿los chícharos?

    Va la nota, aquí pegada, y luego la liga, por si no me creen, lectores de poca fe:

    Cuando Intelsat se enteró que a principios de abril se produciría una tormenta solar comenzó a hacer mil pronósticos sobre las afectaciones en sus satélites y el más sombrío se hizo realidad, a uno de ellos, cual película de terror, se le quemó el cerebro y se convirtió, literalmente, en un satélite zombi.

    Según reporta la BBC en su portal, el satélite Galaxy 15 perdió toda noción y ya no responde a las llamadas de los operadores, aún cuando éstos lo bombardean con órdenes; incluso, este lunes, los especialistas de hicieron un último esfuerzo para recuperar el control mandando emisiones de alta potencia pero sin éxito.

    El sátelite está totalmente fuera de control; sin embargo, como los instrumentos están encendidos, el zombisat ha empezado a desplazarse. Se encamina hacia la posición 131 grados oeste, actualmente ocupada por otro satélite, el AMC-11. Los expertos calculan que entrará en territorio vecino hacia el 23 de mayo y «robará» la señal de este satélite.

    Según un comunicado publicado en el sitio web de Intelsat, la empresa planea pasar todo el tráfico de información a otro satélite, el Galaxy 12, para que sus clientes no se vean afectados.

    Hasta el momento, menciona la BBC, los clientes del Galaxy 15 no han sufrido interferencias, pero este panorama podría cambiar en las próximas semanas cuando el aparato se cruce en el camino del AMC-11.

    El G-15 provee de capacidad de transmisión satelital a programas de televisión por cable en América del Norte. También retransmite coordenadas de posicionamiento (GPS) a aviones durante el vuelo.

    Y la liga, aquí

  • Lálien

    cosbaby-alien-pret

    –Doctor, ya arrégleme. ¿Por qué me duele la panza?
    –El estómago
    –¿Está seguro de que es el estógamo? ¿No podría ser el sarcófago o el duodinámico?
    –(Mirada de incomprensión)
    –Porque yo sé que en la panza hay muchas otras cosas además del esgótamo.
    –(Cara de que quiere llorar)
    –Estuve gugleando mi caso y tengo miedo que sea una apendejitis. Eso sólo se cura con cirugía, ¿no? Y qué tal que después de la cirugía quedo como actriz gringa mayor de sesenta años, que ni cerrar los ojos pueden?
    –Ay…
    –¿O qué tal que se equivoca usted de cirugía y me saca un piñón, o me arruina un pincelín?
    –¿Un pincelín?
    –Huy, perdón: un plumón. Es que a veces sí me hago un poquito bolas con los términos médicos.
    –(Dolor de cabeza intenso)
    –Oiga, doctor… el otro día soñé que iba en una nave espacial… ¿y si…? (Silencio dramático)
    –(Cayendo en la trampa) ¿Y si…?
    –¿Y si hubiera sido cierto? ¿Si de veras viajé al espacio y caí en el planeta de los álienes y se me metió uno y en la panza tengo lálien, questá creciendo, fingiendo que es apendejitis, listo para saltar de mi panza y comerse a alguien?
    –…
    –¿Eh, si fuera eso?
    –(Sollozo)
    –(En el cel) ¿Bueno, Alberto? Tengo una buena y una mala… La buena es que el dolor de panza no es que mi estógamo se esté muriendo para revivir como zombi y comerse el resto de mis tripas. La mala es que tengo lálien… ¿Cómo que qué es eso? ¿No viste la peli con Sigurni? ¡Tengo lálien! ¡Sí, me lo acaba de decir el gastroentomólogo!

  • Mi hermana

    mi hermana y yo
    mi hermana y yo

    Es la una de la mañana y no puedo dormir. Un secreto me tortura, tengo que compartirlo. Lo siento por ti, sufrido lector: tendrás que ser mi confidente en esta noche de luna llena y tortuosas confesiones.
    He aquí mi secreto: tengo una hermana.
    ¿No te sorprende? ¿Te parece común que la gente tenga hermanas? Sigue leyendo, porque la confesión se complica:
    Mi hermana… se llama… No, no puedo decirlo así, tan fácil.
    Tengo que explicarlo.
    Todo comenzó un día en que discutía con Alberto. Como siempre, la causa es que soy una envidiosa patológica (por favor, no citen aquí a Freud: es de pésimo gusto). Le decía yo a Alberto:
    -¿Por qué tú tienes un hermano y una hermana y yo nomás tengo un hermano? ¿Dónde está mi hermana? ¡No es justo que, además de que me ganas siempre en el scrabble, me ganes además en el número de hermanosidades!
    Alberto sólo suspiraba y decía «ay mi vida, mi vida», que es lo que dice siempre que me pongo a discutir sinsentidos. Yo, mientras tanto, me sentía profundamente infeliz.
    Pero me di cuenta de que enojándome no iba a lograr nada: tenía que encontrar una solución.
    Obligar a mi madre a concebir y parir una niña estaba descartado: hace más de quince años que mi mamá no está con nosotros (no, no se fue de viaje… ay, lector, ¿dónde está tu capacidad para leer subtexto?) y, aunque se me ocurrieron algunas opciones al respecto, todas resultaron o bien gore o francamente irrealizables. O ambas cosas.
    Otra opción era hacer un poco de trampa: convencer a mi papá y a su esposa de la generosidad de la adopción. Pero hubo que descartarlo también: si me sentenciaron a vivir bajo un puente si llegaba con otro gato, ¿cómo iban a aceptar una niña? Hay gente que no tiene ese sentido del humor.
    Así que tuve que pensar un poco más. Me puse a analizar lo que hace a la mayoría de los hermanos y encontré la respuesta que buscaba:
    -Albertoooo… ¿yo soy hermana de mi hermano porque soy hija del mismo papá y de la misma mamá que él, no?
    -Hmmm… sí…
    -Entonces…. como soy hija del mismo papá y de la misma mamá que yo misma… ¿soy mi hermana?
    -¡No!
    -¡Sí! ¡Soy mi hermana! ¡Y soy mi gemela! ¡Porque nací el mismo día que yo!
    Alberto es un aguafiestas y quiso buscar pretextos para no admitir mi razonamiento, pero ni modo: mi lógica es aplastante. Gané, tengo un hermano y una hermana. (Ok, empaté, pero como tengo un punto extra porque mi hermana es gemela, gané).
    Lo malo es que ahora me siento culpable de haber tenido tantas cosas mientras mi gemela no tuvo nada. Y al mismo tiempo me siento celosa, de que tendré que compartir con mi hermana la casa, la ropa, los juguetes…
    Bueno, ya te conté mi secreto. Y si te parece aburrido o poca cosa, te entiendo: ahora que lo releo, a mí me parece que es un soberano disparate. Pero mi hermana dice que está bien, así que aquí se queda.

  • Fábula hasídica en tiempos de actualidad: El leñador sin sesos

    auxiliooooo! Un zombiiiiii!
    auxiliooooo! Un zombiiiiii!

     
    Encontré una hermosa fábula hasídica en el libro Sapiencia y artimañas de la tradición judía (de Muriel Bloch y Sophie Dutertre, Ediciones Tecolote). Tan linda está, que la quiero compartir con todo mundo, pero voy a aprovechar para hacerle un par de cambios y volverla pertinente en el mundo de hoy. O al menos, en el blog en el que estamos. ;)
     
     

    El leñador sin sesos
    Dos leñadores caminan por el bosque; de repente, descubren en el sendero las huellas de un león zombie.
    –¿Qué vamos a hacer? –pregunta uno de ellos.
    –Continuar como si nada –responde el otro.
    Y los dos prosiguen con su trabajo, cortando las ramas que encuentran a su paso. En el momento de volver, el primer leñador dice:
    –Cambiemos de camino para regresar.
    –¿Qué no piensas? Éste es, con mucho, el más corto.
    –Yo no me siento tranquilo con las huellas del león zombi.
    Y el primer leñador se va, tomando la senda escarpada de la montaña, mientras que su amigo sigue por el camino.

    Cuando éste llega al lugar donde se encuentran las huellas del león zombi, el animal no-muerto está ahí, en persona, esperando plácidamente, sentado en su trasero babeando y gruñendo con los brazos extendidos y la mirada perdida.
    –Buenas tardes, León Zombi –dice estremecido el leñador
    –Buenas tardes, Hombre –responde sereno el león zombi.
    –¿Qué haces ahí?
    –Estoy enfermo famélico–responde el rey de los animales zombi–. Y para sanar estar contento, necesito comerme unos sesos humanos.
    –Entiendo –dice el leñador–. Pero debo confesarte una cosa: yo soy un hombre sin sesos, pues para haber regresado por este camino, después de que yo había visto tus huellas, se necesita que le falten a uno los sesos, ¿no es así? Pero mi compañero, quien escogió la senda escarpada de la montaña, está bien provisto de sesos, ¡él por lo menos sí tiene!
    –¡Gracias por tu información confidencial! —rugió gimió el león zombi, quien se apresuró para llegar a la montaña.

     
     
    (Pero por más que le pienso, no encuentro la moraleja…)

  • Rosas de la infancia

    lucila

    Una vez, en mi cumpleaños, me regalaron un zombi. Era la cosa más mona: gruñosito, apestosito, asesinito. Lindísimo. No podía esperar a regresar a clases para llevarlo a la escuela (todos los niños llevan sus juguetes luego de Reyes, luego de su cumpleaños, para presumirlo a sus amiguitos. Mis desgracias eran dos: la primera, que mi cumpleaños caía -y sigue cayendo- a mitad de las vacaciones de verano -aunque ahora no tengo vacaciones de verano- y la segunda, que yo no tenía amiguitos).

    El primer día de clases lo llevé, escondido, por supuesto. Es muy difícil esconder a un zombi, porque no cabe en la mochila, y porque hay que tener cuidado de que no te muerda a ti, su dueño (a diferencia de los perros, los zombis sí muerden la mano que les da de comer). Pero me las ingenié y lo disfracé de compañerito nuevo. Un poco crecido, un poco oloroso, pero peores cosas se llegaban a ver en mi escuela.

    Nadie se dio cuenta de que ese día se comió a Juanito, el niño que siempre me jalaba el cabello, porque senté a Zambi (así se llamaba, en honor, por supuesto, a cierto venadito de moda en ese entonces) en el lugar de junto a mí. La maestra vio todos los asientos ocupados y ni siquiera se fijó en el niño grandote y medio verdoso que devoraba un pedazo de pierna en la fila del fondo.

    El segundo día de clases le tocó turno a Lucila, una niña que siempre me hacía gestos. Ella sacaba la lengua y hacía bizco y, de pronto, lo que sacó fue el ojo. O más bien, se lo sacó Zambi, de un mordisco.
    Pero como estábamos jugando con plastilina, nadie puso atención. Así era mi escuela.

    La maestra supuso que habían cambiado de grupo a Lucila. Eso pasaba mucho en los primeros días de clases. Y como las secretarias se llevaban las cosas con mucha calma, normalmente entregaban las listas de asistencia hasta entrado noviembre. Así que Zambi no tuvo ningún problema.

    Luego faltaron el mismo día tres niños más. «Juraría que los vi en el patio en la mañana», dijo Miss Tere, mi maestra (me gustaba su nombre: sonaba a «misterio»), pero nada más suspiró y siguió leyendo su novela condensada editada por Reader’s Digest. Mientras, Zambi se daba el atracón de su vida (o bueno, de su no-vida) en el tanque de arena del jardín.

    Cuando sólo quedaban siete u ocho niños, la maestra se preocupó en serio: ¿habría una nueva epidemia de varicela? O peor todavía, ¿de sarampión? (Miss Tere nunca había tenido sarampión, y le daba mucho miedo). Así que nos preguntó si nos sentíamos bien. Mis compañeritos asintieron con la cabeza, pálidos, nerviosos, aterrados por mi amenza: el que ponga el dedo se las ve con Zambi. Yo asentí también, aunque estaba sonrosadita, ojobrillante y sonriente.

    Lo malo es que Zambi no asintió. Y la maestra se dio cuenta de su color entre cerúleo y apistachado, de su mirada perdida y, en general, de su apariencia de malestar. Así que la maestra sospechó algo peor que el sarampión: hepatitis. Y valientemente, salió corriendo por la enfermera.

    Qué lástima que la señorita Julia, la enfermera, intentara verle la lengua a Zambi. Podría dulcificar la historia diciendo que, simplemente, no pudo volver a escribir con la derecha, pero la verdad es que no sólo perdió la mano, en paz descanse.

    Y qué lástima que Miss Tere se puso como loca. Pegaba de alaridos y parecía que se iba a desmayar. Zambi se aburrió del performance y la mordió, pero nomás tantito.

    Cuando la directora se dio cuenta de que mi grupo no había salido al recreo, se preocupó un poquito (tenía el antecedente de varios padres que habían llamado, angustiados, porque sus hijos no habían regresado a casa; ella les dijo que la juventud, cada vez más rebelde, es así: «Dele tiempo, señora: verá que anda de reventón. Ya sé que tiene cinco años, pero le digo, cada vez empiezan más temprano con el sexo y las drogas», dicen que dijo). Incluso pensó en desbaratar el grupo y mezclarnos con los otros terceros de kinder, pero, mientras, fue a buscarnos. Se imaginaba que nos encontraría borrachos o durmiendo la mona, qué se yo.

    Ella sí se dio cuenta luego luego de que Zambi no estaba inscrito: llevaba casi un mes de polizón, sin pagar colegiatura. ¡Inconcebible! Quizo regañar a Miss Tere, pero ella respondió arrancándole un poquito de intestino y luego otro cachito más y otro, hasta que se la comió completa. Creo que a Miss Tere no le gusta que la regañen.

    El resto del año fue muy tranquilo. Los otros niños del salón me daban sus lonches, y jugaban conmigo a lo que yo quería, tantito por miedo a Zambi y a Miss Tere, pero también porque aprendieron a quererme. Después de todo, ya desde entonces era yo una linda persona, y hasta les dejaba escoger a qué niño o niña de los otros grupos se comerían Zambi y Miss Tere al día siguiente.

    Pero todo lo bueno se termina: cierta mañana, ya casi a fin de cursos, mi mamá se dio cuenta de que me llevaba a Miss Tere y a Zambi a la escuela, y se enojó mucho: «qué mala escuela donde dejan que los niños lleven sus juguetes», dijo. Y me obligó a dejarlos en casa.

    Pensé que el primero de primaria iba a ser realmente aburrido, aún cuando podía seguir jugando con Zambi y con Miss Tere en casa, pero me equivoqué: en mi siguiente cumpleaños me regalaron una banshee.
     
     
     
    ACTUALIZACIÓN: Me parece muy sensato lo dicho por Roberto. ¿Les gusta la Banshee? ¿La cambiamos por un mostrito del lago ness? ¿o qué otro espectro/mostro/susto les gustaría? También se aceptan sugerencias de título, porque el actual como que no termina de gustarme :)