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  • Cordial invitación: «Ojos llenos de sombra» en Dada X

    Cordial invitación: «Ojos llenos de sombra» en Dada X

    La verdad es que estoy emocionada: el 19 de enero, dentro de los festejos del XVIII aniversario de la Orden del Cister, habrá una presentación de mi novela Ojos llenos de sombra. Me emociona porque será uno de esos momentos raros en que la realidad y la ficción se juntan un ratito: algo así como si dos universos se tocaran, o como si se abriera una puerta dimensional, o vayan a saber ustedes qué. El chiste es que gente que sale en la novela estará en un lugar que sale en la novela y habrá chance de invocar a los personajes en una mini-lectura de un mini-fragmento (dicho así, suena a cuento de horror estilo Jean Ray, ya sé).

    En resumen: si tienen chance de ir, será un gustazo verlos por allá. Acá les dejo la invitación:

    Invitación XVIII Aniversario Orden del Cister
    (Click para ampliar)
  • No te comerás el cerebro de tu espectador

    No te comerás el cerebro de tu espectador

    (Escribí este ensayo para un libro electrónico que editó, en 2011, el festival de cine de horror Noctambulante. Ahora lo recupero para ponerlo aquí.)

    Kyra Schon en La noche de los muertos vivientes
    Karl Hardman y Kyra Schon en La noche de los muertos vivientes de George A. Romero

    ¿Qué sería del séptimo arte sin el horror? Este género acompaña al cinematógrafo casi desde su invención (o desde su invención misma, si recordamos las anécdotas de cómo se ponía la gente al ver La llegada del tren, primera película de los hermanos Lumière).

    Si bien al principio se esperaba que el cine cumpliera con una función meramente documental, pronto, muy pronto, se convirtió en campo fértil para la imaginación, y, en particular, para sus engendros más retorcidos: varios de los monstruos más emblemáticos de la cultura popular encontraron su lugar en el cine en fechas tan tempranas como 1910, año en que se estrenó la primera versión de Frankenstein (dirigida por J. Searle Dawley).

    A este pionero pronto lo siguieron el gólem, criatura legendaria de la tradición judía; el jorobado de Notre Dame, engendro creado por el novelista francés Víctor Hugo; y, por supuesto, Nosferatu, el vampiro salido de las páginas de Drácula, de Bram Stoker.

    Sin embargo, pocas de estas criaturas han logrado permanecer en el imaginario colectivo, causando el mismo terror que al principio: basta ver las iteraciones más recientes del vampiro (¿vírgenes hasta el matrimonio que irradian chispitas?) o del Jorobado de Notre Dame (¿bailar con las gárgolas, en serio?) para darnos cuenta de que varios de ellos difícilmente podrían hacernos temblar.

    Por otra parte, también es interesante que la gran mayoría de estos seres surgieron previamente al cine y que son sólo una adaptación de criaturas surgidas en otros medios, sobre todo en la literatura.

    Hay una excepción notable a esta tendencia: el zombie, sin duda el primer monstruo netamente cinematográfico.

    Vayamos por partes: el ingreso del zombie al cine sí se debió a un libro, pero no fue una novela o un cuento; sino al tratado antropológico La isla mágica, de William Seabrook, publicado originalmente en 1929.

    Estas historias acerca de los falsos muertos, raptados de sus propias tumbas y convertidos en esclavos sin voluntad, llamaron fuertemente la atención del público (primordialmente del anglosajón). Sin embargo, lo mejor ocurrió tres años después, cuando el director de cine Victor Halperin y el guionista Garnett Weston se basaron en La isla mágica para crear la película White Zombie, con Bela Lugosi.

    Aunque no le dieron el crédito correspondiente a Seabrook, el éxito de la película se sumó al interés que había despertado el libro y el término “zombie” se convirtió en sinónimo de “muerto viviente obligado a cumplir con los caprichos de gente malvada”, o algo por el estilo.

    De haberse quedado en esa acepción, el zombie habría permanecido como un personaje intrascendente, apenas arriba de la utilería en una que otra película exótica sobre magia negra y vudú.

    Y es que, al principio –como bien lo ha expresado el escritor y guionista John Skipp en su ensayo “The long and shambling trail to the top of the undead monster heap” (Zombies, encounters with the hungry dead, Black dog and Leventhal Publishers, 2009), los zombies eran “los esclavos definitivos”: carentes de voluntad, ignorantes de su pasado, ajenos a cualquier sentido de identidad individual, estos rebaños de exhombres (y una que otra exmujer) aterrorizaban al público por la perspectiva de la aniquilación total de la voluntad humana.

    Pero por suerte (para el zombie y para sus fans) el imaginario colectivo decidió usar esa misma palabra para denominar a otro tipo de muertos vivientes: los ex-seres humanos reanimados cuyo único objetivo es destruir a sus antiguos colegas de especie en la película de un joven director hasta entonces desconocido.

    Era, obviamente, George Romero. A sus 28 años, había dirigido sólo comerciales de televisión, pero tenía el firme propósito de hacer una película divertida, interesante. Curiosamente, para el guión se basó en la novela Soy leyenda, de Richard Matheson. Cambió las hordas de vampiros anárquicos por enjambres de muertos vivientes y conservó la atmósfera de desolación de los personajes encerrados, sitiados por los monstruos, aparentemente sin escapatoria. Más importante: introdujo por primera vez el canibalismo en todo su esplendor, rompiendo así uno de los tabúes más estrictos del cine hasta el momento.

    Así, a partir del filme de George Romero, la aterradora sumisión del zombie haitiano dio paso a un nuevo horror: el colectivo irracional, con el que no se puede negociar ni pactar, que despoja al individuo no sólo de su voluntad, sino también de su conciencia y hasta del último rastro de humanidad. Estamos ante el monstruo perfecto.

    Casualmente, en la primera película de Romero (La noche de los muertos vivientes, 1968) nunca se usa la palabra “zombie”; pero pronto se popularizó el término para designar a sus monstruos. Fue cosa de tiempo (y ni siquiera de mucho tiempo) para que otros guionistas y directores adoptaran y recrearan esta versión del zombie.

    En general, estas películas tienen en común varias cosas:

    • Se centran en un grupo limitado de sobrevivientes que deben enfrentarse a la amenaza zombie
    • Nos presentan a los monstruos como hordas invencibles, más por su número que por sus “poderes especiales”
    • Si bien nos regalan escenas deliciosas de canibalismo o de orgías de sangre, la tensión dramática reside en las diferencias al interior del grupo de sobrevivientes

    Lo más sorprendente es que, pese a los años transcurridos desde entonces, a lo limitado de la fórmula y a la gran cantidad de filmes sobre el tema, el interés por los zombies parece no agotarse y, aunque hay muchas películas donde se aborda el asunto en un tono cómico, este monstruo no se ha suavizado al modo del vampiro. Por el contrario, aún en las historias menos sangrientas (me viene a la mente la genial Pontypool, de Bruce McDonald, de 2008) o en las más delirantes (como El desesperar de los muertos, de Edgar Wright, 2004), la presencia zombie resulta aterradora, cuando menos.

    Esto se debe, muy probablemente, a que las películas de zombies han sabido combinar el miedo básico a ser devorados o convertidos en parte del ejército de caníbales sin voluntad con otros temores: a la Otredad (como en las películas de Romero), a una guerra nuclear (como El regreso de los muertos vivientes 2, de 1988, dirigida por Ken Wiederhorn; por cierto, es la primera película donde los zombies dicen “Brains!”), a una mutación genética (por ejemplo, Exterminio, de Danny Boyle, 2004), a una madre castrante (se puede ver en Tu mamá se comió a mi perro, de Peter Jackson, 1992), a la discriminación social (Fido, de Andrew Currie, 2006) o al lenguaje mismo (y aquí vuelvo a citar Pontypool).

    Lo mejor de todo es que nos encanta horrorizarnos. Mientras esto no cambie, el zombi seguirá siendo una de las grandes amenazas en el cine. Porque, a fin de cuentas, se trata, como los demás monstruos, de la exacerbación de El Otro, el que es distinto a mí como espectador. Pero, dentro de la Otredad, el zombie es el peor escenario posible.

    Como dijo en alguna ocasión el escritor de terror Clive Barker, “Los zombies son el monstruo ideal de fines del siglo XX. Un zombie es algo con el que uno no puede lidiar. Sobrevive a todo. Frankenstein y Drácula pueden ser vencidos de muchas formas. Los zombies no. No se puede negociar con ellos. Ellos simplemente continúan persiguiéndote. Los zombies consisten en la necesidad del ser humano de lidiar con la muerte. Representan una cara muy específica de ésta. Y el hecho de que podamos hablar de esto, echa por tierra la teoría de que el género no puede tomarse en serio”.

  • Adiós, 2012

    Adiós, 2012

    fotografía de Margarita Nava

     

    ¡Qué largo fue 2012! Trato de pensar en los puntos más importantes del año y siento que, algunos, ocurrieron hace mucho, muchísimo tiempo. Pero reviso la agenda y descubro que no: que, cuando mucho, han pasado once meses. Supongo que esta percepción se debe a que, para mí, 2012 fue un año intenso: lo inicié en cama, con un esguince de tercer grado con dislocación de peroné, la pierna izquierda envuelta en una férula. En esas primeras semanas del año descubrí que pequeños actos trivialísimos, como ponerme un par de calcetas o levantarme al baño en la noche, podían ser realmente complicados. Aprendí, también, a pedir ayuda (nunca me había dado cuenta de que tenía problemas con ese tópico) y, ya encarrerada en lo del reposo, a tejer con agujas mientras veía la enésima repetición de Rosa Salvaje en la tele de paga. Si en enero de 2012 alguien me hubiera dicho que iba a ser un gran año, le habría clavado las agujas de tejer en los ojos (también tuve problemas de tolerancia a la frustración en esos días).

    Con todo, creo que fue mi año. Ya que me quitaron la férula y mejoró un poco mi humor, admití que lo que me interesa de veras es escribir (aunque no lo hice en los días del estambre y Rosa Salvaje). Con esa certeza terminé de escribir una novela que empecé en 2010 y la envié al premio Gran Angular, que convoca la editorial SM. También corregí algunos cuentos que tenía en espera desde principios de siglo y escribí algunos otros. Varios de ellos los envié a revistas y antologías. Varios fueron seleccionados y andan ya por aquí y por allá, en papel y en la red. Pero lo mejor de todo es que Ojos llenos de sombra, mi novela, ganó el premio al que la mandé y fue publicada en septiembre. Mientras hago cuentas (uso un dedo para representar cada mes, para no equivocarme) me cuesta creer que haya sido sólo seis o siete meses después de que decidí que iba a tomar en serio la escritura, pero vuelvo a contar los dedos extendidos y tengo que reconocer que así fue. No puedo, no debo quejarme.

    El domingo pasado (16 de diciembre) se cumplió un año exacto de que me hice el esguince. El pie me duele cuando hace frío, y una segunda caída (en octubre) me tiene un poco descuadrada, pero en general puedo moverme sin problemas. Este año brinqué y bailé, emocionada, en el concierto de Sisters of Mercy, una de mis bandas favoritas desde el siglo pasado; también caminé sin descanso por las calles de Venecia y París, acompañando a mi papá a cumplir su sueño de toda la vida. No sólo mis pies se la pasaron mejor que en enero: mis ojos también tuvieron lo suyo: me regalaron algunos libros de Elena Fortún, una de las escritoras que más admiro; y vi publicada la novela en la que Alberto, mi esposo, estuvo trabajando los últimos ocho años.

    Sí, 2012 también trajo su carga de tristezas y malas noticias, algunas muertes en la familia y problemas en el país a los que no puedo, no quiero dar la espalda; pero creo que en el futuro seguiré recordándolo como el año en que metí la pata y me decidí a ser escritora. Sin que una cosa tenga que ver con la otra.

    (La hermosísima ilustración que encabeza la nota es cortesía de Margarita Nava y nunca acabaré de agradecérselo)

  • ¡Guadalajara, Guadalajara, Guadalajaaaaraaaaa! (probadita)

    ¡Guadalajara, Guadalajara, Guadalajaaaaraaaaa! (probadita)

    En la presentación

    Ayer regresé de Guadalajara, donde se presentó mi novela Ojos llenos de sombra en el marco de la Feria Internacional del Libro. La verdad es que todavía estoy muy emocionada, la experiencia fue intensa y grata y cansada y feliz y con sorpresas varias (de todo tipo).  Tengo la firme intención de escribir una entrada más larga al respecto, para compartir la experiencia con la gente que sigue leyendo este blog a pesar de sus lapsos larguísimos de inactividad. Y también para que no se me olvide. Porque esta bitácora es una antología de cachos importantes de mi vida: unos que narro recién ocurridos; otros que rememoro tras muchos años; otros más, que cuento sin que hayan pasado en este universo, pero que me encanta la idea de que hayan sucedido en algún mundo paralelo.

    Así que vendrá un post más larguito sobre la novela. Pero, mientras, un par de fotos: una es cortesía de Antonio Marts y la otra de Ceci Eudave. A ambos mi entera gratitud por haber estado ahí.

     

    La Raxxie de cartón
  • Selección de tuits

    Selección de tuits

    Mañana, miércoles 21 de noviembre de 2012, participaré en una charla del ciclo 140 caracteres en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia (Nuevo León 91, col. Condesa, México D.F.). La cita es a las 19.00 horas y están todos ustedes (y todas ustedas) invitados (e invitadas). Me dicen que, además, habrá transmisión en línea en esta liga: [esta es la liga y no otra].

    El tema será la ficción en tuiter. Como estaremos ahí José Luis Zárate, Miguel Lupián y yo, hablaremos principalmente de horror, fantasmas, zombies, extraterrestres, ciencia ficción y cosas por el estilo. Yo digo que va a estar muy bien y espero que se descuelguen por allá.

    Algo curioso: para la charla, me pidieron una microchirriantología de cinco tuits «de mis favoritos». Con horror descubrí que nunca guardo mis tuits, ni siquiera los que me parecen más simpáticos. Hice unos de zombies que estaban retecotorros, y nada: se han perdido en el timeline. Pero en vez de llorar, entré a favstar y busqué algunos tuis que pudieran servir para el asunto (tuis míos, aclaro: en estos tiempos echénicos, la precisión no está de más). El problema se fue al lado contrario: ahora tengo mucho más que cinco tuits (aunque los de zombies que me gustaban no aparecieron). Como tampoco por eso iba a llorar (digo, sí soy chillona, pero hay niveles), armé una pequeña selección, un poco al vapor, pero con harto sentimiento ;)

    Es la que sigue:

     

    Fantasmas

    Me topé en la calle a mi abuelo. Murió antes de que yo naciera, pero lo reconocí por su tono sepia, idéntico al de la foto sobre el piano.

    Anoche me visitó mi abuelo. Me contó que jamás visita a mi abuela en el panteón: Los fantasmas, me dice, le tenemos miedo a los muertos.

    Ayer vimos a los borreguitos fantasmas. Los reconocimos porque flotaban entre la niebla del panteón y porque en vez de «beee» hacían «buuu».

    Cuando manejo de noche no me gusta ver a los otros conductores. Temo descubrir que son fantasmas de muertos en choques.

    Cuando me muera seguiré tuiteando. Seré la tuiterafantasma. Y quien me retuitee morirá al tercer día y será tuitero fantasma también. Y así.

    «Rompimos porque nos separaban nuestras diferencias. Ella era de buena familia; yo llevaba tres años muerto» me dice, triste, y desaparece.

    Me lo encontré en la calle. Se veía igualito, guapísimo. Días después me contaron que murió hace años. O sea que, otra vez, no me llamará.

     

    Muerta ignorante

    Cuando cumplí 18 años mis papás me sentaron para una conversación seria: «Hija, es tiempo de que sepas la verdad: moriste al nacer».

    Cuando cumplí 18 años, mis papás tuvieron LA conversación seria conmigo: «Hija, el mundo se acabó hace diez años…»

    Sepan ustedes que estoy muerta desde 1965. Todo lo relacionado conmigo, desde mi aparente nacimiento en el 76, es pura ilusión.

    No me molesta haber muerto en 1997. Me molesta la cantidad de platos que lavé innecesariamente desde entonces.

     

    Amigos imaginarios

    Mi amigo imaginario no me pide dinero prestado: me pide, en cambio, sueños y miedos. Y nunca me los devuelve.

    Mis amigos imaginarios se hicieron amigos entre sí y no me invitan a sus fiestas imaginarias.

    Mis amigos imaginarios tienen cuenta (imaginaria) de twitter (imaginario) en la Internet de Nunca Jamás.

    Mis amigos imaginarios hicieron una fiesta imaginaria y no me invitaron. «Ni te imaginas lo que pasó», presumen.

    Mi amiga imaginaria se casó con mi amigo imaginario en una boda imaginaria y ahora tienen varios hijos imaginarios que yo cuido :(

    Y de pronto descubrí que la amiga imaginaria era yo.

    Que ya estoy grande para tener amigos imaginarios. Que es tiempo de madurar y tener colegas, jefes y clientes imaginarios.

    La mayor parte del tiempo estoy casi segura de que soy real.

    Yo pensaba que a esta horas el mundo sólo existía en mis sueños. Y mírenlo, tan real, tan independiente de mí. Me siento orgullosa.

    En este rincón del mundo (que existe fuera de mis sueños) siempre me da por la nostalgia de otro rincón del mundo, uno que ya no existe.

    ¿Y si soy yo la que solo existe en los sueños del mundo? ¿Qué me pasará cuando el mundo despierte?

     

    Zombies

    «Dibújame un cerebro», le dijo el Prinzombito al Piloto.

    Mi estómago se volvió zombi y se está comiendo a mi hígado. O así se siente.

    Zombámbulo: zombi que camina dormido

    Zombido: ruido producido por un enjambre de abejas zombis

    Zomba: baile típico de los zombis brasileños

    Zombabwe: país africano lleno de zombis

    Zombama: presidente zombi de EU

     

    Fin del mundo

    El fin del mundo vendrá de afuera (meteorito) o de adentro (sismo) o será terreno (guerra) o metafísico (Apocalipsis) o natural (glaciación)

    El fin del mundo será natural (glaciación) o sobrenatural (ataque zombi) o impresionante (explosión nuclear) o anticlimático (tantán)

    Si me dan a elegir, prefiero el fin del mundo del Nuevo Testamento: tiene más presupuesto que el del Antiguo, y mejor guión.

    Y si de veras todos los muertos resucitan en el fin del mundo… ¿dónde los vamos a poner? ¿cabrán en el Foro Sol? ¿bailarán un thriller?

    Que en mi cumpleaños me organicen un Apocalipsis sorpresa.

    Que me regalen de mascota un Cordero de Dios.

    ¿Y si yo fuera el Anticristo, nomás que con una mala orientación vocacional?

    Playeras que digan «estuve en el fin del mundo y el Cordero sólo me dio esta #%$£ playerita”

    ¿Asientos numerados a la Diestra del Padre? ¿O hay que llegar tres horas antes del Apocalipsis para agarrar buen lugar?

     

    San Valentín

    Habría que escribir de un tipo que odia San Valentín y se le aparecen los Cupidos de los Valentines Pasados, Presentes y Futuros y así.

    Una peli en la que el Rey del 5 de mayo decide incursionar en otro festivo y regala franceses muertos y zacapoaxtlas vivos a los enamorados.

    En las oficinas debería ser descanso obligatorio San Valentín. En las escuelas deberían hacer festivales con bailables y tablas gimnásticas.

    En San Valentín, los antiguos sumerios lanzaban corazones de pollo a las chicas que les gustaban. Si el corazón se reventaba, había boda.

    En la Edad Media se popularizó regalar ratas libres de Peste Bubónica en San Valentín. Era un modo de decir «te quiero y me importa tu salud»

    Durante el periodo napoleónico, los franceses regalaban en San Valentín muñecos de peluche con la efigie del Emperador. Y chocolates, claro.

    ¿Eres vegetariano pero quieres celebrar San Valentín? Regala peluches con forma de corazón… ¡de alcachofa!

    En el hospital nacional de cardiología se considera de mal gusto celebrar a San Valentín.

    Platillo ideal para hoy: 1/4 de corazón de res asado con sal, en salsa de vino tinto y adornado con pétalos de rosa.

    La tribu amazónica de los Mememes aprovecha San Valentín para sus célebres orgías. Todos van disfrazados de bombones cubiertos de chocolate.

    Platillo de San Valentín: tripa de cerdo imitando un condón rellena de crema de champiñón en una cama de pelo de ángel.

    Vestigios arqueológicos demuestran que la frase «be my valentine» fue acuñada en la Isla de Pascua en el año 2365 AC a las 8:45 pm

    Investigaciones de la Universidad de Wildstone concluyen que los grandes felinos no celebran San Valentín.

    En la Rusia Zarista, la clase alta acostumbraba el «festín de san valentín»: lágrimas de amor desdichado capeadas en huevos de golondrina.

    En el imperio mexica, San Valentín respondía al nombre de «Huitzilopochtli», que significa «el que se come tu corazón a mordidas».

    En Esparta, cada día de San Valentín se elegía a la pareja más cursi y se le tiraba por un desfiladero y se le apedreaba hasta la muerte.

    En San Valentín, los esquimales acostumbran regalar bolas de sebo de oso envueltas en aceite de ballena. «Grasita es amor», dicen.

    Se sabe que fue en un San Valentín cuando Atila acuñó la frase «amáos los hunos a los hotros».

    En San Valentín, en la China Imperial se daban regalos inútiles y de poca calidad con la etiqueta «made in not-china».

    En el Lejano Oeste se celebraba a San Valentón.

    Entre los hindús es costumbre de San Valentín regalar vacas cubiertas de chocolate. Lo correcto en esos casos es lamer el chocolate y mugir.

    La orden de los monjes valentinos usa, en vez de hábito, botargas de corazonzotes.

    Un documento de la era de la guerra fría asegura que «Sanvalentín» es un virus creado en laboratorios ocultos durante la 2a Guerra Mundial.

    Antropólogos aseguran: los globos con forma de corazón fueron descubiertos después que el fuego pero antes que el sexo-a-cambio-de-globos.

     

    Otros horrores

    Ok, no tengo #telekinesis ni #telepatía ni #teleodoriesis. Me siento tan ordinaria. #Teleordinaria, pues.

    Injertarme una hiedra en la muñeca. Que se alimente de mi sangre y crezca enredándose en mis venas. Hemaponia.

    Cistipuercos en el chiquero de mi mente cochambrosa.

    La Llorona sufre porque nadie cubre sus altas espectrativas.

    Triste fin el de Drácula: una enfermedad venérea, mal atendida.

    Pasé frente al hospital donde murió mi mamá. Como siempre, me dieron ganas de llorar y de comer pastel de 3 leches.

    En mi planeta de origen, la mayor felicidad es tener mil pares de botas, uno para cada par de pies.

    Tan pronto sea legal la manipulación cyborg al gusto del cliente, pediré un switch de apagado cerebral para estas noches de insomnio.

    Quiero un alien zombi. De preferencia vampiro.

    ¿Y si parte de mi mutación consistiera en estornudar antimateria? ¿eh? ¿eh?

    Bauticé a mi dolor de cabeza. Se llama Godzillín. Así, cuando tome el analgésico, será la premier de «Godzillín vs Motrín». Aw, ¡ternurita!

    No me quería suicidar. Me abrí las venas con la navajita gillette para que se salieran por ahí las arañas que corrían bajo la piel.

    Debería tener el cabello largo larguísimo para poder estrangularme con él en caso de emergencia.

    Del chat como ouija: cuando hablas con alguien que, en realidad, hace mucho que está muerto.

    Que sea yo una loca no quiere decir que sea mala gente. Ojo, tampoco significa que sea buena gente. Ni que sea gente.