Categoría: Varia invención

Todo lo que no cae en otras categorías. O bien: pura loquera.

  • Cartas vergonzantes

    En un post previo, Cin comenta: Creo que este post obliga a replicarlo. ¿Qué haces con las cartas de amor vergonzantes? Ni siquiera es «Germán me está molestando». Es «Ricardo tiene muchas faltas de ortografía y una letra horrible»… ¿será que me paso de mala? Besitos..
    Me recordó una historia:

    Resulta que mi mejor amiga de los quince años tenía un novio MUY celoso. Tanto, que le ordenó tirar las cartas de los novios previos. Todas las cartas, todos los novios previos. Ella le dijo que sí, pero… no. Las escondió muy bien porque eran recuerdos de días antiguos (lo que uno considera antiguo a los 15 no es lo mismo que lo que uno considera antiguo a los 30, pero eso es otro asunto). Sin embargo, un mal día, el Novio del Terror encontró las cartas. Y claro, las encontró todas, porque estaban escondidas juntas.

    Ella me llamó llorando. Yo fui corriendo a verla. Llegué y encontré un montón de cartas tiradas en el patio del edificio donde ella vivía. Antes de subir a verla, las guardé en mi mochila.

    ese día me tocó jugar al Consejero Matrimonial. Se reconciliaron, claro: al parecer, las cartas (que tras encontrar, él mismo había tirado por la ventana) ya habían sido barridas por el Delabasura. Así que, no habiendo cartas, fueron felices (de un modo sufridor) varios años más.

    Por supuesto, en cuanto el Novio Maligno se fue, le conté a mi amiga que yo había levantado las cartas. Le dio mucho gusto, pero no podía arriesgarse a tenerlas: el NovioQueTodoLoVe se daría cuenta y sería terrible. Así que me pidió que se las guardara «un rato».

    Todavía tengo esas cartas. Nunca me he atrevido a leerlas de nuevo (digo, ella me las había enseñado cuando éramos chiquillas); pero me acuerdo de una que tenía tantas faltas de ortografía como promesas de amor.

    En fin… no, Cin, no creo que te pases de mala: si el amor le pone alas en los pies al galán que ha de saltar una cerca, ¿no podría regalarle también un manual de ortografía?

  • Hombres y mentiras, II

    1982, primero de primaria. En prescolar él había sido mi amigo. Me divertía que sabía imitar perfecto el canto del gallo. Pero en primaria quedamos en distintos grupos. Yo era de las aplicadas del A y él estaba en el B -de burros. Y era el más burro en su salón a la hora de aprender a escribir cursiva, sumar y esas cosas.
    A mí, por aplicadilla, me mandaban a dejar recados al otro grupo. Él se paraba sobre su silla e imitaba el canto del gallo, con aleteo y toda la cosa. Yo lo ignoraba: ya me habían dicho que era burro, que era mejor no hablarle. Yo, tonta, hice caso del consejo (me lo dio Martha, más tarde apodada la Chocorrol).
    Y luego él dejó de pararse en la silla y dejar que lo regañaran por llamar mi atención. Y más tarde se fue a España. Volvió para 5o de primaria, me parecía guapísimo, inteligentísimo, monísimo. ¡Llegó a estar en el cuadro de honor y en la escolta! Pero era tarde: peleábamos todo el tiempo. Yo nunca admití que me encantaba, aunque era de lo más evidente. Chale. Creo que esa si fue mi primera mentira con respecto a un chico que me gustaba… y que fue una mentira de larga duración.
    (Me gustaría verlo y pedirle disculpas por un montón de estupideces. Infantiles, pero igual, estupideces). Pero como dicen: lo que pasó, pasó.

  • Hombres y mentiras I

    Hoy en la mañana me acordé de Germán. No sé por qué. Ni siquiera me acordé de su apellido, y eso que yo era buenaza para eso. (¿Avalos Rodríguez, tal vez?). En fin. Me acordé, para ser precisa, de mi primer diario, a eso de los 8 años, cuando escribí con mis letras de patas de araña que Germán se me declaró. Era cierto. Y yo le dije que no. También era cierto. Pero adelante -horror- dice que «Germán me ha seguido molestando» y eso, lamento decirlo, es mentira. No sé a quién quería engañar, supongo que a mí misma, porque el diario era entonces una cosa de lo más íntimo.

    Y es que a mí me gustaba Germán. Era el Dawson Leary de mi salón: el que corría más rápido, el más popular. Y tenía, por supuesto, una noviecita, rubia y mamona como salida de una película de adolescentes gringos. La típica que organiza la ley del hielo en tu contra. La que me tiró encima un frutsi de uva (maldita). Se llamaba Jessica.

    Y por alguna razón se pelearon Jessica y Germán (y bueno, eran unos pequeñines). Entonces, Germán me pidió que fuera su novia. Yo no lo podía creer. Pero en ese entonces me gustaban los niños en un plan más… abstracto, digamos. Así que me negué. Luego, una tarde, sonó el teléfono. Contestó mi mamá y un chamaquillo le pidió con Raquel. «Ella habla», dijo, y preguntó que quién era al otro lado de la línea. «Germán Castro», dijo la voz, y unas risitas de niñas se escucharon al fondo. «Dile a tus amiguitas que se vayan a reír de su abuela», dijo mi mamá y me contó la anécdota. Yo no supe si fue Jessica intentando meterme en problemas o Germán o un número equivocado. Pero a veces me imaginaba que le había dicho que sí a Germán y que me cargaba la mochila y corríamos juntos en el recreo. Y entonces escribí en mi diario aquello de «Germán me ha seguido molestando», que en mi mentecita retorcidita de enonces significaría algo como «Germán me ha insistido». Ja.
    No sé por qué me da tanta pena, y mucho menos por qué lo estoy poniendo aquí.
    Pero creo que fue la primera vez que mentí con respecto a mi interés en alguien del sexo opuesto.

    Bueno, no: fue la segunda. La primera fue linda y cruel, en primero de primaria. Pero es otra historia.

  • Por una herradura

    Nerviosa, me muerdo las uñas. Tanto, que me jalo un pedazo de uña lateral y me dejo un padrastro. Lo muerdo. Lo arranco con un método infalible: lo agarro con la punta del pulgar y el índice de la otra mano, le doy una vuelta (en el sentido de las manecillas del reloj) y jalo, inmisericorde. Duele y brota un chorro de sangre. Me como el padrastro (sabe dulce) y tapo la fuga sanguínea con la lengua (sabe metálico).
    Sigo nerviosa. Muerdo más. El músculo es correoso, pero el hueso es divertido. Qué bueno que hay poca grasa.
    Muerdo. Muerdo. Muerdo. Qué nervios. Qué charco. ¿Dónde usaré el reloj ahora que no tengo muñeca? Qué nervios pensarlo. Empiezo a moder las uñas de los pies.

  • Por qué me gusta mi trabajo, I

    Nos citan a todos en la sala de juntas. Nervios. Vamos y la jefa nos dice que el motivo de la reunión es festejar que una de las compañeras acaba de titularse. Aplausos, porras. Refresco y empanadas.
    Se pierde menos de media hora de trabajo. Pero deja un saborcito muy agradable en el corazón.