Seguimos en el loop cure. Éste se acentúa porque es el tema de conversación de amigos y no-amigos. El emblema de una generación que no es pre-timbiriche ni post-timbiriche… yo diría que es para-timbiriche, je. En todo caso, es.
Y es curioso, además. Mi querido amigazo Jaime Mesa me envió algo que escribió sobre los conciertos curescos. Me dejó sorprendidísima, porque lo que leí se parecía en exceso a lo que yo iba pensando a lo largo del gig.
Así que le hice la chillona a Jaime, le rogué y le supliqué… y lo convencí: en vez de mandar su texto a Letras Libres o a Crítica o a Conozca Más o al Semanario de lo Insólito, o alguna otra revista de circulación nacional, aceptó rolármelo para compartirlo en este blog. Semos harto afortunados.
Va texto de Jaime, intitulado
The same deep water than you
(o lo que me recuerda The Cure)
Cuando éramos rebeldes y audaces, quizá jóvenes y estúpidos. Sobre todo cuando nos creíamos inteligentes e inmunes. Cuando teníamos aquella mirada de niños y el cuerpo crecido de hombres. ?So happy as a young.? ¿Cuánto tiempo nos falta para comenzar a hablar como ancianos, para meternos a un bar con amigos y hablar del pasado que se nos fue? De un pasado tan reciente que aún lo traemos en los labios, y en las dudas. Las cosas han cambiado, cierto; a veces te encuentras con que amigos tuyos ya se han casado o mantienen niños. Pero tampoco el inconveniente proviene de eso porque tú también tienes auto propio, pareja estable, y rentas una casa, y vas cada quince días al supermercado a comprar las cosas que necesitas. Es decir, ya tienes costumbres de adulto porque te gusta ir a un café y leer periódicos, y fumar, o no fumar, y tomar café. Hacer reflexiones de adulto. Lo más importante, quizá, es que ya tienes una actividad a la que te dedicas, ya le quitas tiempo a tus diversiones para sentarte a escribir o a leer, o lo que sea que hagas. Y de vez en cuando te encuentras en situaciones donde pretendes traer de vuelta aquella irresponsabilidad de joven prematuro como un acto para regresar a la felicidad. Entonces te citas con cierta gente de tu presente y algunos que brincan entre ayer y hoy, y te emborrachas para contar las mismas anécdotas de antes, y recordar cosas. A veces alguien se aventura y dice que el pasado era mejor, quizá otro más exagera y dice que la infancia fue lo mejor: cuando la única preocupación era aquel dulce de la tienda de la esquina, o tener más tiempo para jugar. Todos se miran y guardan silencio. Cada quien tiene su propia nostalgia clavada debajo de las uñas. Por eso van al estéreo y ponen discos, tratan de recuperar esos años con una canción que por más que repiten ya no suena igual. Se dan cuenta, entonces, que no pueden salir afuera y hacer el amor con alguien ocasional en el auto, sin usar condón. ¿Cuándo se te fueron las ganas de hacer el amor en un auto? ¿Hace cuánto tiempo no haces el amor en un auto? Entonces, en esa fiesta, alguien hace algo estúpido, pero ya tiene el veneno de la edad, y sabe distinto. Todo se pierde. La responsabilidad timbra en tu cabeza. Es que sólo quieres escuchar el disco completo y volverte loco como antes, y saber que las cosas estarán bien pase lo que pase (aunque necesites años para entender que así sería). Revolcarte en la suciedad y sin embargo terminar limpio, sano. Tomar drogas, beber alcohol, fumar cajetillas interminables y saber que todo seguirá bien; y tener sexo, mucho sexo, confundir nombres y rostros; entender que nada transcurre, que rompes corazones que luego se renovarán como si nada; comprender que tus actos repercuten en la gente y darle la vuelta a esa idea para salir indemne; y ser irresponsable, bendita irresponsabilidad creativa, estúpida, incoherente y enferma. Sufrir las enfermedades como algo pasajero. Ir una noche a cualquier lado y despertar en tu cama, con tus padres llamándote, sin saber qué pasó. Hacer cosas tontas, sobrevivir a muertes tontas, pensar cosas tontas, no saber nada pero creer que sí. Conocer a cientos de personas iguales, o peores o mejores que tú. Sentir esa depresión tan ligera pero tan engañosamente profunda y pensar que todo está mal; sobre todo creerte eso. Canción tras canción, quedarte en el auto sin entrar a clases sólo para escuchar una canción más. Contentarte con las cosas que no importan de la vida, ser superficial. Entender el consumismo desde adentro, comprando para sentirte bien sin el remordimiento de haberlo analizado y saber del engaño. Ser inocente por ser ignorante. Hacer las cosas que te dicen que no hagas y salir impune.
¿Ahora somos jóvenes o viejos? ¿Ahora somos estúpidos o inteligentes? ¿Qué hemos ganado? ¿Qué hemos perdido? ¿Por qué seguimos llevando la mano al botón de play para repetir la misma canción y pretender, siempre pretender, que podemos recordar lo que pasó? Porque no podemos, porque siempre al pensar en eso no hay una breve sonrisa cruzando la cara, sólo hay maneras de viejo, sensaciones de viejo, sólo hay nostalgia. ¿Pero acaso entendemos qué es la nostalgia? ¿Sentimos nostalgia de un pasado estático, trivial, lleno de vacíos que íbamos llenando atropelladamente? Por eso aún no somos viejos, y por eso ya no somos jóvenes. Porque incluso aquellas viejas canciones no cambian en su forma, sí en cuanto al olor gastado de sus recuerdos, pero no en su forma. ?¿Quieres decir que ser joven no importa porque hacíamos tonterías??, pregunta alguien. ?Yo sólo sé que una canción me recordó cuando a los 15 años estaba enamorada de Robert Smith, y lo mismo muchas mujeres que estaban ahí.? Hacíamos tonterías. Pero ser joven sí importa. Por eso importa, por hacer tonterías, y aprender.
Se esperaba que al concierto de The Cure, luego de años y años de espera, acudiría una tropa de darkies. No fue así. Habían olvidado el maquillaje en casa, debajo de la vida cotidiana, de la vida de a de veras. Tampoco iban frustrados, claro. Sonreían. Es más, sonreían como si fueran a hacer o participar en algo grandioso. Me refiero, como si entendieran que lo iban a hacer. Pero no lo entendían. Por eso estaban contentos, por eso actuaban tan naturalmente. Algunos pensaron que quizá encontrarían a gente que no veían hace mucho tiempo, cuando eran rebeldes y audaces. Y esos mismos pensaron que posiblemente estaban hombro con hombro sin reconocerse. Ya no habría más días como éstos. Y eso era una tontería seguramente.
La noche (así, en singular porque sólo hubo una) del concierto de The Cure sirvió para recordar ?Love song?, y traer de vuelta qué sintieron la primera vez que la oyeron. Sólo un breve instante.
Lo más importante es que la gente le dedicaba esas canciones a novias o novios efímeros de su juventud. Pero, en el concierto, esa misma gente cuando se encontraban con el whenever i’m in love with you alzaban el dedo señalando al señor Smith, sin recordar, acaso, a esas otras personas a las que se la dedicaron. Eso fue lo importante. Aquel personaje de negro, con unos kilos de más como nosotros, permanecía, como nosotros.
?Why cant’ i be you?? era la desgracia, el placer, la felicidad, siempre infinitos pero ahora más lejanos que nunca, de no poder ser jamás Robert Smith, y sin embargo, poder sobrevivir con una sonrisa en los labios.
Pero los nacidos en los setenta también lloraron, gritaron con ?The edge of the deep green sea?, quizá porque sólo unos cuantos, los realmente fanáticos, fueron los que oyeron Wish hasta el cansancio, y son los que se la sabían, y pensaron que estaba siendo tocada sólo para ellos.
?Se veía la pantalla, y era idéntico, el mismo maquillaje, la misma, voz, la misma actitud de hace años…, como si estuvieras viendo el video de otro concierto, en uno de ésos en los que soñabas estar, y de repente, en el escenario se volvía real, del videoclip pasaba al ser real, esperado por tantos años?, alguien comentó sin aliento al volver la nostalgia algo alegre; sin saber que en una semana esa misma idea lo haría deprimirse. Sin saber que fue bueno ser joven y hacer tonterías. Ser estúpido es bello. Ser estúpido es sano.
Somos los nacidos en los setenta. Oír The Cure nos recuerda nuestra época más tonta. Lo hacíamos todo sin pensar. Y ahora cuando no somos rebeldes ni audaces por fin somos algo. Quizá en veinte años pensemos de ese ?somos? como justo ahora pensamos la infancia: lejana y feliz. Pero hoy no.
Ahora conocemos las cosas buenas de la vida.
Algo pretenciosamente estúpido si se mira bien.
Jaime Mesa es uno de mis dos grandes amigos poblanos. Sus otros méritos incluyen algunas becas estatales y tres novelas inéditas, artículos en WWW (donde, por cierto, nos conocimos) y 24xsegundo, y algunas cosillas más que no vienen a cuento.
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