Rax llega (tarde) y se sienta en la sala de espera. Toma una revista Clara (de marzo de este año) y espera… Adentro, un motor que recuerda las maquinitas de tatuar. Afuera, las manos de Rax sudan frío.
La puerta se abre. Una monja con expresión bondadosa se sienta junto a Rax. Toma una revista sobre la Arquidiósesis General del mar Muerto, A.C., y sonríe. Rax se consuela: hay bocas peores que la suya.
Una adolescente y su mamá salen discutiendo del reservado. La asistenta hace pasar a Rax.
El olor es el de siempre. La música new age también. Se supone que es relajante, pero sus efectos secundarios son extraños: cada vez que Rax escucha música ‘de esa’ siente que las manos le sudan frío.
La silla espera. Rax se sienta. El afable y simpático especialista se acerca y suelta la noticia vergonzosa:
‘Tu última visita fue en 1999’.
Rax se sorprende: No se había parado ahí desde el siglo pasado!
Y bueno, la boca no está tan mal. Rax tendrá que volver cada jueves durante dos meses, por lo menos. Un hábito que se forma un poco a fuerza, pero se forma al menos.
Rax sale y la Monja, en vez de entrar al consultorio, se levanta. Es bajita. Y en vez de manos… wow, tiene aletas.
Pero Rax está tan en shock tras la dosis de música new age, que simplemente abre la puerta del copiloto y deja que la monja de la boca en forma de pico se suba.
Camino a casa, las dos callan, perdida cada una en sus propios pensamientos….
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