Pasan los meses y no escribo. Y me torturo pensando que no soy capaz de hacerme de un hábito. La gente que admiro tiene hábitos firmes. Por ejemplo, conozco a un hombre de 97 años que todos los días nada un kilómetro. todos los días. TODOS. Y lo más impresionante es que donde vive no hay mar, ni alberca, ni río. Nada mentalmente, pero dos kilómetros, y diario.
Otra persona admirable: la mujer que va cada domingo a la iglesia, vestida de novia, esperando que ésta vez sí llegue aquel mal hombre que la plantó.
Una más: La conocencia que va cada mes al dentista a que le saquen muelas. También cada mes va con otro dentista, a que le implante muelas, para tener muelas qué le saque el dentista oficial.
Y así, mil casos: la que hace cuatro horas de gimnasio diario; el que no pasa hora sin revisar su correo, el que escribe diario en su blog. Ay. Eso duele.
Porque pese a mis intentos, no he logrado mantener lo de la escritura diaria, ni lo de contestar los mensajes, ni lo de averiguar qué pasa con las pantuflas, ni meter en cintura a Deíctico.
Cuando piernso en esas tristes realidades me deprimo, y menos ganas de escribir me dan. O de ir al gimnasio. O de nadar. O de ir al dentista. O de ir cada domingo vestida de novia a la iglesia.
Pero hoy acabo de ver la luz. Oh, yeah. Acabo de descubrir que me he hecho del firme, persistente, indoblegable hábito de no conservar hábitos. Y si pude con ése, ningún otro podrá resistirse.
Así que hoy, aquí, delante de todos los lectores errantes que por alguna razón visiten este páramo, declaro mi firme compromiso de empezar a considerar la posibilidad de un día no muy lejano iniciar el proceso de hacerme de un nuevo hábito. Yo creo que la decisión está entre
a) escribir diario acá
b) ir al dentista cada seis meses
c) hacer pilates
Mientras, habrá que pensarlo…
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