Categoría: Varia invención

Todo lo que no cae en otras categorías. O bien: pura loquera.

  • Menudo susto

    Ayer comimos en casa de Mergruen, gran cocinera. Espero que Sandrágoras suba las fotos pronto. El periférico es una porquería, lo están reparando en todos lados, y tardamos un ratote en llegar, pero al fin, casi a las doce, Alberto y yo llegamos a la agreste Iztapalandia. Pobre Alberto. Está con el cierre del segundo número de la revista, y se le ve cansadísimo.

    Y yo pregunto: ¿por qué los cierres de número implican desvelones fenomenales? Nadie me ha podido explicar cuáles son las bondades de trabajar de la una pe eme a las 4 a eme del día siguiente, para irse a dormir y volver al mismo horario; en vez de trabajar, digamos, de 7 a eme a 10 pe eme y dormir como Dios manda. ¿Glamour? ¿Vampirez? ¿Mala costumbre? En todo caso, cada vez que me he visto involucrada en una revista, pasa lo mismo. Los días (las noches) de cierre son mortales, y una se queda sin novio por temporadas largas.

    Agh. Me quedé mirando la página de Alex Melchor, quien fuera mi coordinador en los tiempos de Editorial Alce (que según veo, ya no existe), y ya es tiempo de desayunar. Así que este mensaje queda mocho. Ni mocho. De todos modos, nadie deja saludos en sábado. O casi nadie, pues.

    PD. El susto tiene que ver con mi gato. Mañana les cuento.

  • El perro cojo

    De último minuto

    Leo que Andaira está triste por la muerte de su perrita. No es para menos.

    Va poesía de Benítez Carrasco, espero que de algo sirva pensar en el cielo de los perros…

    EL PERRO COJO

    Con una pata colgando,

    despojo de una pedrada,

    pasó el perro por mi lado,

    un perro de pobre casta.

    Uno de esos callejeros,

    pobres de sangre y estampa.

    Nacen en cualquier rincón,

    de perras tristes y flacas,

    destinados a comer

    basuras de plaza en plaza.

    Cuando pequeños, qué finos

    y ágiles son en la infancia,

    baloncitos de peluche,

    tibios borlones de lana,

    los miman, los acurrucan,

    los sacan al sol, les cantan.

    Cuando mayores, al tiempo

    que ven que se fue la gracia,

    los dejan a su ventura,

    mendigos de casa en casa,

    sus hambres por los rincones

    y su sed sobre las charcas.

    Qué tristes ojos que tienen,

    que recóndita mirada

    como si en ella pusieran

    su dolor a media asta.

    Y se mueren de tristeza

    a la sombra de una tapia,

    si es que un lazo no les da

    una muerte anticipada.

    Yo le llamo: psss, psss, psss.

    Todo orejas asustadas,

    todo hociquito curioso,

    todo sed, hambre y nostalgia,

    el perro escucha mi voz,

    olfatea mis palabras

    como esperando o temiendo

    pan, caricias… o pedradas,

    no en vano lleva marcado

    un mal recuerdo en su pata.

    Lo vuelvo a llamar: psss, psss.

    Dócil a medias avanza

    moviendo el rabo con miedo

    y las orejitas gachas.

    Chasco los dedos; le digo:

    «ven aquí, no te hago nada,

    vamos, vamos, ven aquí».

    Y adiós la desconfianza.

    Que ya se tiende a mis pies,

    a tiernos aullidos habla,

    ladra para hablar más fuerte,

    salta, gira; gira, salta;

    llora, ríe; ríe, llora;

    lengua, orejas, ojos, patas

    y el rabo es un incansable

    abanico de palabras.

    Es su alegría tan grande

    que más que hablarme, me canta.

    «¿Qué piedra te dejó cojo?

    Sí, sí, sí, malhaya».

    El perro me entiende; sabe

    que maldigo la pedrada,

    aquella pedrada dura

    que le destrozó la pata

    y él, con el rabo, me dice

    que me agradece la lástima.

    «Pero tú no te preocupes,

    ya no ha de faltarte nada.

    Yo también soy callejero,

    aunque de distintas plazas

    y a patita coja y triste

    voy de jornada en jornada.

    Las piedras que me tiraron

    me dejaron coja el alma.

    Entre basuras de tierra

    tengo mi pan y mi almohada.

    Vamos, pues, perrito mío,

    vamos, anda que te anda,

    con nuestra cojera a cuestas,

    con nuestra tristeza en andas,

    yo por mis calles oscuras,

    tú por tus calles calladas,

    tú la pedrada en el cuerpo,

    yo la pedrada en el alma

    y cuando mueras, amigo,

    yo te enterraré en mi casa

    bajo un letrero: «aquí yace

    un amigo de mi infancia».

    Y en el cielo de los perros,

    pan tierno y carne mechada,

    te regalará San Roque

    una muleta de plata.

    Compañeros, si los hay,

    amigos donde los haya,

    mi perro y yo por la vida:

    pan pobre, rica compaña.

    Era joven y era viejo;

    por más que yo lo cuidaba,

    el tiempo malo pasado

    lo dejó medio sin alma.

    Y fueron muchas las hambres,

    mucho peso en sus tres patas

    y una mañana, en el huerto,

    debajo de mi ventana,

    lo encontré tendido, frío,

    como una piedra mojada,

    un duro musgo de pelo,

    con el rocío brillaba.

    Ya estaba mi pobre perro

    muerto de las cuatro patas.

    Hacia el cielo de los perros

    se fue, anda que te anda,

    las orejas de relente

    y el hociquillo de escarcha.

    Portero y dueño del cielo

    San Roque en la puerta estaba:

    ortopédico de mimos,

    cirujano de palabras,

    bien surtido de intercambios

    con que curar viejas taras.

    «Para ti… un rabo de oro;

    para ti… un ojo de ámbar;

    tú… tus orejas de nieve;

    tú… tus colmillos de escarcha.

    Y tú, -mi perro reía-,

    tú… tu muleta de plata».

    Ahora ya sé por qué está

    la noche agujereada:

    ¿Estrellas… luceros…? No,

    es mi perro cuando anda…

    con la muleta va haciendo

    agujeritos de plata.

  • No me hablen de trabajo que…

    Pues sí: mi cuaderno estaba con Alberto. Lo desperté, me dictó lo que necesitaba, pero ya no hice nada: fui a desayunar con Angelito, el webmaster de Fatal Espejo, y tuvimos una charla como tenía meses que no. La verdad es que lo quiero mucho y le debo mucho: yo conocí este bisne de ‘interné’ gracias a él, y mi primera compu fue desconfigurada gracias a él, y mi primer modem se quemó gracias a él (ahora que lo pienso, es EL quien me debe mucho, jajajaja).

    En fin. Desayunamos y tomamos tanto café que a las nueve de la noche yo seguía con temblorcito en las manos. Pero ni qué hacerle.

    Llegué de con Angel y por supuesto que fue imposible ponerme a trabajar. En cambio, la historia de la ballena de en la mañana seguía dándome vueltas en la cabeza y se convirtió en un cuento que lleva ya seis páginas, pero que -me temo- está en un plan medio cliché. No lo sé. Yo lo escribía pensando en una combinación Thundarr el Bárbaro conoce a Steven Spielberg, y ya acostada pensé que le falta una tercera trama para enlazar esas dos: un punto de vista femenino, que haga que esto sea Simone de Beauvoir conoce a Thundarr en el mundo de Spielberg, o algo así. Qué duro. Creo que es mi primera incursión en el subgénero de los mundos dulcemente apocalípticos.

    Pero ya, basta de choro. Si lo acabo, se los presento and that’s it.

    ***

    Ya veo que está difícil lo de una sola rola para siempre. Estoy de acuerdo con ustedes.

    Séptimo sentido: No he visto Miniespías. ¿Sale un gato colipavo?

    Muchos saludos a todos

    PD. Les conté que cedí a la tentación y me puse a contestar las cinco del viernes? Lo que es el gusto por los chismógrafos :)

  • Para variar…

    Me despierto a las 7 de la mañana, lista para trabajar… y decubro que no tengo mis apuntes para hacer la chamba. Tal vez se quedaron en casa de Alberto. O en Canal Once. O viajaron de esta dimensión a otra. En todo caso, no puedo hacer un maldito guión sin ellos. Grrr.

    Luego del berrinche correspondiente, me calmé un poco y me puse a ver mi correo, pasear por la red, mil etcéteras. Digo, para consolarme. Y me encontré con muchas cosas buenas: dos posibilidades de hacer unos frilancitos (un guión sobre ecología, para un video; un radio teatro); una carta de alguien a quien le gustó mi artículo para la revistuca de cine; una nueva especie descubierta en el planeta… como eso es lo más interesante, de eso hablaré.

    Resulta que no todo es extinción en el planeta. Con esto no quiero decir que estén apareciendo (surgiendo, generándose) nuevas especies, aunque no lo dudo. Tengo mi teoría al respecto, pero no viene al caso). Más bien me refiero a que el planeta, con todo y su internet y sus teléfonos móviles, todavía es lo suficientemente vasto como para contener maravillas que ni nos imaginábamos.

    Ya sé: cada que se habla de una nueva especie, nos salen con que el ácaro albino, que habita en microscópicas regiones de la pelambre del oso bi-polar; o que si la amiba diente de sable; o el Bibliotecario Simpático. especies que nunca veremos nosotros, o que, si las vemos, no nos emocionan.

    En eso es diferente el nuevo descubrimiento: se trata de una nueva especie de ballena. Sí, de esos animales grandotes y mojados que comen plancton y fideos con frijoles.

    Según la nota (que ustedes pueden consultar, menos amena y en inglés, aquí) fueron científicos japoneses quienes dieron con la nueva especie, que no es cualquier cosita: 12 metros de longitud, aproximadamente. Nada se sabe de sus hábitos (ni siquiera se sabe si, tan recién descubierta, estará en peligro de extinción -lo que haría nuestro saludo a la nueva especie un ‘hola y adiós’), pero al menos se sabe que existe, que es distinta a cualquier otro tipo de ballena, y que en cierta forma pertenece a la familia de la ballena azul.

    A nosotros, los investigadores serios, la noticia nos llena de auténtica alegría: quiere decir que aún hay mucho qué descubrir, y nos llena de esperanza: algún día tomaremos una foto menos borrosa del Monstruo del Lago Ness, o podremos presentar nuestra tesis sobre el Yeti sin que el vulgo (tan incrédulo y despreciador de la ciencia) se burle a nuestras espaldas (y de frente. El vulgo se ha vuelto cínico).

    Un día encontraremos en una playa el cadáver medio putrefacto de una sirena, o nos toparemos en el bosque con un centauro. O bien, nuestro nuevo vecino tendrá una mascota extraña, que resultará ser un gato colipavo.

    Las especies ocultas están dejando de ser tímidas, aparecerán, todas y, entonces…

    ¿entonces?

  • Primera!

    Segunda va a hora pedazo de….

    Seguunda!

    Mi queridísimo Aroche (tal vez no sepan, pero es un amigo muy muy querido, al que todavía en ocasiones extraño cuando llego al messenger -nos divertíamos tanto…)… decía, el simpatiquete de Aroche me pone en evidencia en su blog: quedamos de vernos el viernes, pero, calculé la ecuación distancia/tráfico de un modo francamente iluso (como si de la Roma a CU hubiera menos distancia, o menos tráfico, o las dos cosas).

    Quedamos de vernos a las seis. Llegué a las siete. Ernesto ya no estaba. Me sentí mal, culpabla, todo eso. Y él… bueno, él escribió en su blog.

    Como parte de mi contrición, pongo aquí el link al blog de Aroche, pa que lean lo mala que soy. Bujú.

    Peeeeeero… en todo caso -y como bien dice él- muchos plantones fueron los suyos, así que, si bien no fue venganza, tampoco fue tan terrible. Espero. Argh.

    Por cierto: yo pienso igual que Ernesto: ¿qué hubiera pasado si en vez de ir a la ruralita enep aragón, me hubieran asignado la super ciudad universitaria? jeje. No nos hagan caso. En el asunto universitario, los de Aragón somos como el ratón de campo que visita a su primo de la ciudad… :)