Para variar…
Me despierto a las 7 de la mañana, lista para trabajar… y decubro que no tengo mis apuntes para hacer la chamba. Tal vez se quedaron en casa de Alberto. O en Canal Once. O viajaron de esta dimensión a otra. En todo caso, no puedo hacer un maldito guión sin ellos. Grrr.
Luego del berrinche correspondiente, me calmé un poco y me puse a ver mi correo, pasear por la red, mil etcéteras. Digo, para consolarme. Y me encontré con muchas cosas buenas: dos posibilidades de hacer unos frilancitos (un guión sobre ecología, para un video; un radio teatro); una carta de alguien a quien le gustó mi artículo para la revistuca de cine; una nueva especie descubierta en el planeta… como eso es lo más interesante, de eso hablaré.
Resulta que no todo es extinción en el planeta. Con esto no quiero decir que estén apareciendo (surgiendo, generándose) nuevas especies, aunque no lo dudo. Tengo mi teoría al respecto, pero no viene al caso). Más bien me refiero a que el planeta, con todo y su internet y sus teléfonos móviles, todavía es lo suficientemente vasto como para contener maravillas que ni nos imaginábamos.
Ya sé: cada que se habla de una nueva especie, nos salen con que el ácaro albino, que habita en microscópicas regiones de la pelambre del oso bi-polar; o que si la amiba diente de sable; o el Bibliotecario Simpático. especies que nunca veremos nosotros, o que, si las vemos, no nos emocionan.
En eso es diferente el nuevo descubrimiento: se trata de una nueva especie de ballena. Sí, de esos animales grandotes y mojados que comen plancton y fideos con frijoles.
Según la nota (que ustedes pueden consultar, menos amena y en inglés, aquí) fueron científicos japoneses quienes dieron con la nueva especie, que no es cualquier cosita: 12 metros de longitud, aproximadamente. Nada se sabe de sus hábitos (ni siquiera se sabe si, tan recién descubierta, estará en peligro de extinción -lo que haría nuestro saludo a la nueva especie un ‘hola y adiós’), pero al menos se sabe que existe, que es distinta a cualquier otro tipo de ballena, y que en cierta forma pertenece a la familia de la ballena azul.
A nosotros, los investigadores serios, la noticia nos llena de auténtica alegría: quiere decir que aún hay mucho qué descubrir, y nos llena de esperanza: algún día tomaremos una foto menos borrosa del Monstruo del Lago Ness, o podremos presentar nuestra tesis sobre el Yeti sin que el vulgo (tan incrédulo y despreciador de la ciencia) se burle a nuestras espaldas (y de frente. El vulgo se ha vuelto cínico).
Un día encontraremos en una playa el cadáver medio putrefacto de una sirena, o nos toparemos en el bosque con un centauro. O bien, nuestro nuevo vecino tendrá una mascota extraña, que resultará ser un gato colipavo.
Las especies ocultas están dejando de ser tímidas, aparecerán, todas y, entonces…
¿entonces?
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