Categoría: Varia invención

Todo lo que no cae en otras categorías. O bien: pura loquera.

  • Una foto del siglo pasado

    Una foto del siglo pasado

    No sé si les he contado, pero una de las grandes felicidades de mi vida es que sigo manteniendo una relación bien bonis con mis amigas de la secundaria (donde «de la secundaria» es un decir, porque algunas son mis amigas desde la primaria y otras, ¡desde el kinder!). Y bueno, mi amiga Heis nos mandó al grupito de whatsapp (sí, tenemos un grupito de whatsapp) una foto de sus XV años.

    Uff.

    La de recuerdos que me generó la fotito, caray.

    (Sí, se las voy a compartir, pero luego de echar mi choro. Y espero que el morbo no les gane y primero lean mi choro y luego vean la foto).

    Ahí tienen que aparecemos Lupita, Maribel y yo, en el chisme total. Lupita, aunque está como de ladito, tiene clarísima una expresión que conserva a la fecha: inclinada ligeramente hacia adelante, con el índice levantadito, a punto de hacer una observación. Casi me atrevo a pensar que es una confidencia o, probablemente, un comentario ingenioso sobre la apariencia de alguien, quizá de alguna persona en la pista de baile. Maribel, junto a ella, está como camino a una sonrisa. Yo, con el vaso en la mano, como a la fecha acostumbro (je). Muy probablemente era refresco, como ya no acostumbro (osh, malpensados: es de que ahora tomo agua mineraltz). Estoy inclinada hacia ellas como para no perderme del chisme, pero miro hacia donde discretamente señala Lupita, así que sí: probablemente estamos apreciando el desempeño o atuedo de alguien en la pista, jeje. Por cierto, mi expresión es idéntica a la que ponía mi mamá a la hora de las maledicencias, qué bárbara.

    A mi lado está Eréndira, a quien hace mil años no veo. Me caía muy bien aunque me intimidaba un poco: era explosiva, extrovertida, malhabladísima y con novio (todo lo contrario a mí, jajaja. Imagínense que empecé a usar malas palabras hasta la universidad, ¡demoños!). En la foto se ve como perdida en sus pensamientos, pero con la expresión firme, decidida, que le recuerdo. Por cierto, me encantaba su cabello.

    Junto a Eréndira está Jessica con cara de aburrida. Bonita como ella sola, justo como la recuerdo, aunque lo de verla aburrida -¡y en una fiesta!- sí me sorprende. También que esté al otro extremo de donde está Lupita, porque normalmente estaban juntas. En una reunión normal, el acomodo habría sido: Jessica – Lupita – Maribel – Yo – Heidi – Eréndira, creo. O no: en un acomodo normal seríamos una bolita y no una línea.

    Vuelvo a mí (ash, egocéntrica que es una). O, mejor dicho, a mi vestido. No había pensado en él en años pero al verlo me acuerdo perfecto: pocos meses antes de la fiesta, mi mamá había ido, por trabajo, a Chetumal. Que yo recuerde, fue la primera o segunda vez que salió de viaje sin nosotros. Y me acuerdo que, de regalo, me trajo esa tela a rayas azul con negro. Era como satinada. «Para hacerte un vestido de noche», dijo. «Yo no salgo de noche», debo haber respondido. A mí me gustaba más la tela que trajo para ella misma, una pieza de georgette en tonos morados. Súper quiut. «Ah, pero ya vienen los quince años de tus amigas», dijo mi mamá. «Okei cool», dije yo en tono de Batman Lego (mentira vil, pero seguro dije algo por el estilo). Y pos mandó a hacer el vestido, que es ese de la foto y que yo aluciné de inmediato porque sentía que era demasiado vistoso y notorio y qué oso porque yo quería que nadie me volteara a ver nunca, ¿me escuchan?, NUNCAAAAAA.

    (Está bonito el vestido. Bien de la época, jejeje, pero bonito. Mi mamá tenía buen gusto y una cultura de la modistería que yo no heredé, pero que envidio).

    Y que llego a la fiesta con el chingado vestido.

    Y que veo a la quinceañera… ¡de jeans!

    Me quería morir, claro.

    O eso recordaba yo. Que me la había pasado incómoda y fuera de lugar y sacada de onda.

    Pero en la foto me veo a gusto y divertida, con mis amigas. Así que quizá mis recuerdos estaban desbalanceados, uy. Además, ahora recuerdo que hasta bailé. Con mis amigas (Jessica era la que nos sacaba a bailar, recuerdo, y nos animaba a que no estuviéramos aplatanadas; por eso me extraña que en la foto sea ella la que se ve aburrida) y ¡con el maestro de biología! (con razón, cada vez que escucho el «Rap de mi Bella Genio» -el original en inglés de Dimples D, no el de Memo Ríos- me acuerdo del Chinchulín (como le decíamos, de cariño, al maestro César).

    Heidi cumplió quince años el 26 de junio de 1991 Imagino que su fiesta fue el 29, sábado. Yo tuve mi festejo alrededor del 13 de agosto , probablemente el 17, sábado también (el 10 seguro que no, porque ese día fui al teatro con un grupo de la Escuela Bíblica de Vacaciones. Lo recuerdo perfeeeecto porque fue el día que empecé a andar con mi primer novio). Mi mamá murió el 25 de noviembre de ese mismo año. No sé qué habrá pasado con el vestido: estoy casi segura de que nunca lo volví a usar. Pero a mis amigas Heidi, Lupita, Maribel y Jessica las sigo teniendo cerca, familiares y cercanas y admirables y sorprendentes (en serio: pese al tiempo que llevamos de conocernos, todavía dicen y hacen cosas que me sorprenden).

    Y bueno, como les prometí, he aquí el video de Dimples D:

    Jajajaja. ¿Qué dijeron? ¿Que mi memoria, como mi vieja mula, ya no es lo que era? Pues sí pero pues no. Acá va la foto. Nomás no se rían de mis anteojos, porque de eso hablaré en otra ocasión :)

     

     

     

  • Escritura 2017: Dos ejercicios

    Escritura 2017: Dos ejercicios

    sentidos

    Afinar los sentidos: dos ejercicios

     

    Se dice que vivimos en una era obsesionada con lo visual: lo que percibimos a través de la vista parece ser más importante que lo que escuchamos, olemos, tocamos o paladeamos. Y eso, queridos míos, es un gran desperdicio, al menos desde el punto de vista escritural. Porque nuestros sentidos pueden hacernos evocar diferentes vivencias, lo que se puede traducir en distintas aproximaciones a una historia.

    Pensando en ello, propongo estos ejercicios:

     

    Tiempo para los sentidos

    1. Necesitas un espacio tranquilo, donde puedes concentrarte un rato sin interrupciones y sin peligro de que te atropellen, asalten, coma un oso, etc. Mi sugerencia es que, al menos las primeras veces, busques un lugar más o menos tranquilo, pero no es indispensable.
    2. Ponte de pie. Cierra los ojos.
    3. Ahora… escucha. Escucha todo lo que suena a tu alrededor. Pon atención. Enlista lo que escuchas. Trata de escuchar qué hay arriba, qué hay abajo, que suena a tu derecha, a tu izquierda, atrás…
    4. Concéntrate en lo que sientes: el roce de tu ropa, del aire, el sol sobre tu piel o el viento helado. Las plantillas de los zapatos, el nacimiento de tu cabello, ¿la sangre fluyendo? Estírate y siente tus músculos. Relájalos. Pasa tus manos sobre tu piel, sobre tu ropa, sobre la pared o el piso.
    5. Ahora céntrate en los olores. ¿A qué huele a tu alrededor? Separa las hebras de diversos olores y trata de distinguirlos por separado.
    6. Pasa de esos olores a los sabores. Una opción para empezar es inhalar con la boca abierta: ¿a qué saben los olores que te llegan? Luego, paladea el propio sabor de tu boca (una versión un poco más elaborada es que tengas contigo muestras con diversos sabores).
    7. Abre los ojos, despacio. Y mira con atención lo que hay a tu alrededor. Fíjate en las formas, en los colores, las texturas. Enfoca lo que está cerca, lo que está lejos, lo que está frente a tu nariz.
    8. Ahora busca donde sentarte y anota todo lo que recuerdes de lo que acabas de percibir, junto con las sensaciones subjetivas: lo que te gustó, lo que te sorprendió, lo que te disgustó, etc.

     

     

    Los sentidos y sus recuerdos

     

    1. Elige uno de los sentidos y piensa en algo que lo estimule. De ser posible, no sólo lo evoques: si puedes exponerte al estímulo real, funciona mucho mejor (por ejemplo, si vas a entrarle al sentido del tacto pensando en qué se sentía traer un suéter de lana impuesto por la abuela, una opción es solo recordar, pero una mejor es conseguir una prenda de lana y ponértela, o al menos acariciarla un rato).
    2. A partir de eso, deja que fluyan los recuerdos.
    3. Escribe una breve narración a partir de esos recuerdos.

     

    Aquí un ejemplo que hice yo a partir del sentido del olfato:

     

    Era morra. Terminó mi primer noviazgo serio y, aunque los días y las semanas pasaban, de tanto en tanto me sorprendía el olor de mi ex, flotando a mi alrededor. Debo decir que era un olor muy grato, sí; pero no ayudaba nadita a que superara el rompimiento y, sobre todo, la ausencia. Eso de que alguien se vuelve parte de T O D O y luego T O D O tiene una especie de vacío, de silencio helado, es más pinche cuando un aroma llega de pronto a reafirmarlo.
    Pasó el tiempo, cambié algunos hábitos, y un día, años después, encontré en mi peinador una botella casi vacía del perfume que me encantaba usar a los quince. Al ponerme un poco, me envolvió aquel aroma que yo asociaba con el ex. ¡Ah, Raquelita! ¡El olor aquel no era el del ex y no te estaba acechando por embrujo o juego de tu mente!
    Sí: era MI olor, y en algún momento yo lo había asociado con él, como quien le cede lo mejor de su propia personalidad a la persona que se fue.
    Así que me compré una nueva botella y me dediqué un buen rato a recolonizar el aroma: a asociarlo con nuevas vivencias. Conmigo.
    (Se los cuento porque el último mes me dio por usar otro perfume que encontré en mi peinador, pero esta vez se trata de la penúltima botella que queda del que usaba mi mamá. Y, como bien saben los amantes de las magdalenas y los tiempos perdidos, los aromas pueden ser causa de evocaciones bien interesantes…. pero eso se los platicaré en otra ocasión).

    Si se animan a hacer sus ejercicios, cuéntenme en los comentarios cómo les fue ;)

  • Dammit, Janet!

    Dammit, Janet!

    El Show de Terror de Rocky empieza asì: Janet y Brad van a una fiesta y, poco después, quedan varados en un camino desierto, en una noche oscura y tormentosa. Brad y Janet se bajan para pedir ayuda en un castillo y ¡madres! empieza la locura.

    rocky locura

    Anoche, Alberto y yo tuvimos nuestra propia versión de eso: de regreso de un compromiso ineludible (yo, comenzando a enfermare de gripe; Alberto, más o menos saliendo de una bronquitis), nos quedamos varados en la carretera. No era un camino solitario, pero como si lo fuera: sólo una vez se detuvo un vehìculo para ofrecernos ayuda -y les dijimos que no, gracias, pero ahora llego a eso.

    Eran casi las ocho de la noche. El auto decidió no funcionar más y, solo por suerte o buena onda del universo o alguna cosa así, logramos llegar a la entrada de un camino de terracería en el que nos pudimos hacer a un lado para no estorbar al flujo vehicular. Ya deteniditos, abrimos el cofre y…

    –¿Le notas algo raro? –preguntó Alberto.
    –No veo una rata decapitada, lo que ya es ganancia –dije yo, recordando la última vez que habíamos abierto el cofre (*). Tampoco es que sepamos mucho de coches.

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    Nos regresamos al auto e hice lo que toda persona adulta, madura y bien ajustada hace en un caso así: le llamé a mi papá (**). Le pregunté a mi papá si era buena idea llamar al servicio de asistencia vial que pago mes con mes, me dijo que sí.
    Así que llamó Alberto al servicio en cuestión y prometieron mandar una grúa en diez minutos.

    A los diez minutos…. no, no llegó la grúa. Llamaron para avisar que la grúa tardaría entre 45 y 60 minutos más. Nos pidieron datos precisos de nuestra ubicación.
    –Estamos aquí, esquina con acá. O sea, sepa dónde. O sea, esto no aparece en nuestro mapa de google. Pero vamos de A hacia B y ya pasamos por TalLugar.
    –Con eso los encontraremos, somos súper chipocludos. ¡Esperen un poco! –nos dijo el operador (***) y colgó.

    rocky horror lluvia

    Una hora más tarde…
    Estaba muy oscuro.
    Hacía mucho frío.
    Llovía a madres.
    Si abríamos el vidrio del auto nos congelábamos, si lo cerrábamos se empañaba todo.
    Temíamos que se acabara la batería.
    Yo, que no tolero muy bien la inectividad, comencé a golpearme la frente contra el volante (****).

    –Podemos pedir un uber y te vas a la casa –sugirió Alberto.
    –¿Cómo crees? De aquí sólo nos iremos juntos.
    –Puedo ir a pie al puente peatonal que pasamos hace media hora y cruzar y caminar para ir a la gasolinera y comprarte algo…
    –¡Nooooo!
    Me daba miedo que una nave extraterrestre se lo robara, la verdad. (*****)

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    Así que tras varias llamadas y una hora más, al fin llegó el de la grúa, que nos buscaba del otro lado de la carretera porque Chipocludo NO ENTENDIÓ dónde estábamos y le dio mal los datos. En el ínter llegó el vehículo que nos ofreció ayuda (*6): una patrulla municipal. Pero como creìamos que ya merito llegaba la grúa les dijimos que todo bien y se jueron.

    Total que llegó la grúa, trepamos el auto a la grúa, nos trepamos nosotros a la cabina de la grúa (junto con el chofer y su copilota) y dos horas más tarde, o quizá tres (perdí la cuenta) llegamos a casa de mi papá. Cansados. Hambrientos. Adoloridos. Ateridos.
    Pero en realidad no nos fue tan mal. Si lo piensan, ni siquiera es una historia emocionante. A lo mejor habría sido distinta si nos hubiéramos ido a buscar un castillo desde dónde llamar a la grúa, pero nuestros celulares tenían batería y señal. Ni modos. Así es como la tecnología arruina una buena historia de terror, pero no me quejo (*7)

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    * Esto es una exageración para darle sabor a la narración. Favor de no venir a decirme que la culpa es mía por no abrir nunca el cofre, osh.

    ** Esto quizá no sea una exageración, en el sentido de que quizá efectivamente lo hice. Pero sé que no toda la gente recurre a mi papá cuando tiene un problema con el auto, no hace falta que me lo aclaren, osh osh.

    *** Quizá no usó esas palabras, pero sí dijo que con esos datosa nos encontrarían. Osh osh osh.

    **** De nuevo exagero un ppquito. Ningún volante resultó lastimado. Oshx4

    ***** Una nave, un narco, un policía, un tráiler. Hay muchos peligros en la carretera. Y no quería que se expusiera al frío, así enfermito. Y no me quería quedar solita. Cinco oshes.

    *6 La ayuda nos la ofrecieron los tripulantes del vehìculo, por supuesto. ¡No sean puristas, muchachos! Muchos oshes.

    *7. Aunque sí me hubiera gustado bailar el baile del sapo, osh al infinito.

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  • Banffiversario: 15 de octubre de 2014

    Banffiversario: 15 de octubre de 2014

    Nieve en Banff

    No hay entrada del 15 de octubre en mi libreta del viaje a Banff. Pero hay esta anotación en facebook, y este video:

    Amanece nevando. Así se ve desde mi cuarto. Me armo de voluntad para ir al estudio, que está pasando las cabañitas de madera que se ven a la izquierda. Y es el momento exacto en el que me pregunto por qué, en 10 días, justo ayer pensé que era buena idea dejar el cable de la compu en el estudio, «al fin que en el cuarto nomás la usaré una hora para ver netflix». Brrrr.

  • Mi mamá era espía (o Banamex enloqueció)

    tarjeta

    La semana pasada, que fui de visita a casa de mi papá, me dieron un sobre de esos de banco. Vi que tenía mi nombre y supuse que era la tarjeta de crédito que se me venció en julio y cuya reposición no había llegado. Abrí el sobre… y sí, era una tarjeta; pero no la que yo esperaba. Comencé a sospechar desde que vi que era una tarjeta clásica, cuando mi tarjeta vencida era una citi. Pero más llamó mi atención que decía «miembro desde 1977». O sea, sí, está bien empezar temprano la historia crediticia, pero estoy segura de que no abrí mi primera cuenta cuando tenía un año de edad (no tenía firma entonces, ¡ja!). Y bueno, sólo después de eso me percaté de que el nombre no era exactamente el mío: era una tarjeta para Raquel M de Castro, no para Raquel Castro M.
    Es decir, era una tarjeta para mi mamá.
    Eso en sí mismo no sería un problema, claro: ¿qué tiene de malo que las mamás tengan tarjeta de crédito? Pero hay un pequeño detalle: mi mamá está muerta.
    Ok, eso en sí mismo tampoco sería un problema: ¿qué tiene de raro que llegue una carta -o una tarjeta- un poco tarde, cuando el destinatario ya se mudó o, tristemente, ya falleció?
    Bueno, pero es que mi mamá murió en 1991.
    Y mi papá canceló todas las cuentas de mi mamá inmediatamente.
    ¿Tal vez no canceló justo esa, y siguió llegando…?
    Pues no, porque nunca antes, entre 1991 y 2015, había llegado una reposición de tarjeta para mi mamá.
    Por no hablar de que nosotros nos mudamos en 1993a la casa a la que llegó esta tarjeta nueva.
    O sea…
    ¿O sea?

    Llamé a Banamex para que nos explicaran qué diablos. Me trajeron en el servicio telefónico de una extensión a otra por más de una hora, y nadie me pudo ayudar:

    -Es de que no le podemos dar información a usted, porque no es la titular.
    -Es de que la titular de la tarjeta está muerta, joven. ¿No tiene usted una ouija?
    *Silencio incómodo*
    -Permítame la transfiero.

    ***

    -Mire, tenemos que la cuenta está activa, pero sólo le podemos informar a la titular.

    ***

    -No, la cuenta no está activa.

    ***

    -Nunca nos había pasado esto. En los dos meses que tengo trabajando aquí, nunca había visto algo así.

    ***

    -¿Está segura de que la titular… bueno… está segura de que…
    -¿De que se murió? ¡Claro que estoy… *retirando la bocina* Oye, papá, sí estamos seguros de que mi mamá se murió, ¿verdad?

    ***

    -Mire, señorita: la verdad es que nos preocupa que mi mamá sea un zombi turista en Europa, que se esté dando la gran no-vida, y que el cobro de todo el chistecito nos llegue a nosotros.
    *Silencio incómodo en la línea telefónica y mirada asesina de mi papá*
    Oh, pues, era una broma para aligerar la tensión…

    Total, que nos mandaron a cualquier sucursal porque eso no se podía resolver por fonqui.
    Y hoy fuimos a la sucursal. Nos dijeron que la cuenta no existe, que no la tienen registrada.
    -Oye, papá… ¿y si mi mamá fuera una espía? Ya ves que todo mundo le decía que tenía cara de rusa. ¿Y si era espía de la KGB, y fingió su muerte, y ahora está desfaciendo entuertos en Georgia…?
    *Miradas consternadas del empleado del banco y de mi papá*
    -Era sólo una idea…

    Reconozco que la idea es completamente ilógica: si mi mamá fuera una espía rusa, ¿para qué querría una tarjeta de un banco mexicano? ¿para qué hacerla llegar a casa de la familia que tenía cuando fingía ser maestra de literatura? ¿qué clase de misión habría implicado hacerse maestra de literatura y tener una familia en México, si era espía rusa? Por otra parte, podría haberse hecho espía después de ser maestra de literatura, y entonces, al tener que irse a Rusia, habría fingido su muerte acá, pero eso no explicaría lo de la tarjeta…

    Aunque se me ocurre otra opción: ¿y si esta tarjeta fuera de un mundo paralelo donde mi mamá sigue viva? A lo mejor el cartero se equivocó de dimensión, ¿no?

    Al final nos dijeron que no hay nada que hacer. Que guardemos en un lugar seguro la tarjeta «por si acaso» pero que no nos preocupemos porque no está esa cuenta en la base de datos. Ah, y que para que llegue la tarjeta que sí estoy esperando, la que se venció en julio, pues que llame yo por teléfono a cierto número que no es el que no viene en la parte de atrás de la tarjeta, elija la opción 5 y me atenderá alguien para que le diga a dónde quiero que me la manden.

    Todavía no llamo: temo que me conteste un reclutador de espías o mi mamá zombi. O mi mamá espía rusa. O mi mamá maestra de literatura que vive en un universo paralelo. O que me tengan esperando una hora mientras me pasan de una extensión a otra. Eso, sobre todo, me parece terrorífico.

    PD. Y ya en serio, ¿guardamos nomás la tarjeta o hay alguna cosa que debamos hacer?