Categoría: Varia invención

Todo lo que no cae en otras categorías. O bien: pura loquera.

  • La nueva superioridad

    Hoy me enteré de que, en algunos restaurantes, se han dado casos de que no-fumadores se levanten de su mesa y les apaguen los cigarrillos a los sí-fumadores. También se han dado casos de insultos, cólera mal reprimida y otras formas de violencia… todas iniciadas por los no-fumadores. Tal cual.
    A mí me entristece, me espanta y me indigna: durante años y años han coexistido los sí y los no fumadores en restaurantes, antros y demás; y fuera de casos extremos (un espacio muy pequeño y sin ventilación, un puro gigantesco con olor concentradísimo) la molestia era, creo yo, casi inexistente. Es decir, yo jamás me he cambiado de mesa porque en la de junto fumen tanto que me moleste. Mi papá tiene asma y nunca se ha desmayado o tenido un acceso de tos o se ha muerto ni nada por ir a un restaurante donde la frontera entre fumar y no fumar sea un letrerito (je, frontera psicológica).
    Fuera de un par de señoras sangronas, no me había tocado ver un drama relativo al cigarro.
    Ay… pero ahora hay una ley que dice que los no fumadores somos superiores a los fumadores. Los nuevos arios. Los elegidos. Los que pueden burlarse, despreciar, denunciar a los que están en una situación menos cómoda.
    Hoy se paran a apagarles el cigarrillo, haciendo gala de su mayor calidad moral. Mañana ¿qué? ¿Ir a romperles los cristales de sus casas y sus negocios?
    Hay multas muy fuertes para quien «encubra» a un fumador. ¿Qué sigue? ¿Campos de trabajo?
    Pero aunque la ley en cuestión es tremendamente idiota y nos tacha de pendejines sin libre albedrío, lo peor no es la prohibición en sí, sino el entusiasmo con el que la acogen los que nunca antes habían tenido problema con el humito ocasional.
    (Y pensemos, con honestidad, que en esta ciudad el humito del tabaco es probablemente el menor de nuestros males contaminantes: ¿qué con el ruido, con los espectaculares, con el río de los remedios, con los microbuses?).
    Me da horror. ¿De cuándo a la fecha uno es peor o mejor por morderse las uñas o tener diabetes o sudar cuando escucha un módem que se conecta (ooooh, la dosis de internet de hoy…. sí, sí, ¡más!)? ¿Y cómo es posible que tan fácil, tan sin reflexionar, haya quien se siente tan puro que va a una mesa ajena a ejercer el terror?
    Si ya lo habían dicho los sociólogos: los peores nazis no eran los SS… eran los ciudadanos de a pie «cumpliendo con su deber» (y disfrutándolo perversamente).
    Qué pena, qué pena.

  • Inicios de novela que no van a pegar

    1
    Fue el mayordomo. Lo supe nada más entrar a la sala y verlo con la pistola humeante en la mano.
    –Me has descubierto–dijo con voz cavernosa–: vas a morir.
    En el momento en que me disparó abrí los ojos: todo había sido una terrible pesadilla.

    2.
    Ella vestía de blanco y su sonrisa era tan pura como su atuendo. En el instante mismo en que me sonrió sentí que mi corazón se detenía. Qué suerte que es enfermera, pude pensar antes de desvanecerme.

    3.
    Uno piensa que la vida es sencilla, que todo es cosa de nacer, crecer, reproducirse y morir, que basta con avanzar día a día para llegar al final. Pero uno se equivoca. Y Franz Schmidt-Jones lo descubrió del modo más doloroso, aquella mañana que decidió ir a pasear por la orilla del Rhin sin un paraguas.

    4.
    La máquina que estaba frente a mí era portentosa.
    –Es bellísima–dije.
    –¿Bellísima?–respondió el doctor–. Eso es poco. Es portentosa: tan sólo mira su soporte.
    –¿Qué tiene de particular?–pregunté, confesando así mi ignorancia.
    –El soporte D.S.D. es un soporte de gran elasticidad radial y axial. Es muy
    apropiado en las suspensiones elásticas de máquinas que presentan vibra-
    ciones de componentes horizontales. Está constituido por dos armaduras planas. La armadura superior es circular y lleva un agujero pasante o tuerca para el atornillamiento o sujeción a la máquina o bastidor. La armadura inferior tiene forma elíptica con dos orejas en las que van taladrados los agujeros de fijación al suelo.
    Las dos armaduras paralelas están unidas mediante una masa de caucho adherida a las mismas, en forma de cúpula.
    –Wow.

    5.
    Terminé de violarla y prendí el horno. Lo calenté a 300 grados F y me relamí, pensando en el banquete que me esperaba. Ella lloraba quedito, sabía que iba a morir en manos de un gourmet.

  • Fábula del pollo vivo y el pollo muerto

    Cierto pollo, cierto día,
    paseando se encontró
    en una rosticería
    a un pollo que ya felpó.

    El pollo muerto gozaba
    del calor y de las vueltas;
    y al otro lo torturaba
    un hambre aún no resuelta.

    «¡Ea, pollito!», le gritó
    el pollero divertido;
    «si vienes acá al calor
    te daré comida y nido.

    Mira al que ya adopté,
    subidito en el tiovivo.
    Tan contento lo dejé
    que ya no dice ni pío».

    El pollo vivo fingió
    estar entusiasmadote
    pero para sí pensó:
    «Me quiere hacer guajolote».

    Así que voló cual pollo
    (pollo vivo, por supuesto)
    y se alejó en buen rollo
    de aquel negocio funesto.

    Aquí termina la historia,
    que tiene su moraleja:
    mejor es vivir sin gloria
    a que te hagan pendeja.

  • De fantasmas

    Un hombre es invitado a casa de un amigo. Cenan y platican hasta entrada la noche. Comienza una tormenta y el amigo invita al otro a quedarse, le ofrece la recámara de una de sus hijas.
    Durante la noche, el hombre despierta porque escucha el llanto de una niña: es la hija dueña de la recámara. El hombre consuela a la muchacha, que dice que donde la mandaron a dormir pasa mucho frío. Pidse que la deje dormir con él.
    El hombre duda, pues la niña tiene ya sus buenos doce años y comienza a tener sus buenas «turgencias»; pero cae en la tentación y la recibe en su cama.

    Efectivamente, la chica está helada. El hombre le da calor y se agasaja, pero nomás un poquito. Cuando se levanta a desayunar, ve en la mesa a varios chicos y chicas, pero no la que pasó con él la noche. Pregunta por la dueña de su cuarto, haciéndose un poco el disimulado, y le dicen con tristeza que murió un año antes.

    El hombre no es cualquier tipo, así que, en vez de aterrarse, les sugiere poner en la tumba de la chica un aparato de calefacción. Sin embargo, la familia no le ve caso al gasto y lo ignoran.

  • Había una vez

    Cuentan los hombres de ciencia (pero Isaac Asimov sabe más) que en un lejano reino vivía una joven de no malos bigotes y no buenos sentimientos. Era tan hermosa que todo el que la veía quedaba prendado de ella, pero era tan mala que a ninguno hacía caso, con todos jugaba y no había corazón entero a mil kilómetros a la redonda.
    Por supuesto, las otras mujeres la odiaban, pues la que no era solterona era dejada, o sabía que su marido estaba con ella por resignación y no por gusto.

    Un día, un anciano brujo y su hijo pasaron por el poblado. Sólo iban de camino, pero tuvieron la mala fortuna de encontrarse con la mujer, a quien todos en el pueblo llamaban la Malabella. Y, claro, fue cosa de ver a la Malabella y caer enamorado de ella el hijo del brujo. Tan grande fue su amor que de inmediato ardió en fiebre, y deliraba y suplicaba a su padre que le trajera a esa mujer.

    El brujo fue a hablar con ella y le expuso su caso. Ella fingió ser muy comprensiva, pero en realidad quería burlarse de los dos hombres, o enemistarlos, o causarles cualquier mal. Así que, en cierto momento, le dijo al anciano:
    -¿Y por qué habría de casarme con tu hijo y no contigo? ¿No sería más honor a tu familia que fuera yo esposa tuya que de él?
    -Mi hijo ha puesto en ti sus ojos y en mí su confianza. Por eso vine a pedirte por esposa suya, y poco honor habría en contrariarle.
    La Malabella hizo entonces todo lo posible por conquistar al viejo, pero avanzaba la tarde y él se mostraba tan indiferente como al principio.
    -¿Pero es que no te gusto ni tantito?-preguntó, desesperada.
    El anciano se encogió de hombros: -He visto mejores.
    La Malabella, furiosa, se aventó de cabeza en un barranco y se murió, sin llegar a enterarse de que el viejo era brujo, con gran poder de concentración y capaz de mantenerse ajeno a los placeres de la carne. Y que cuando no se alejaba de dichos placeres, prefería la compañía de jóvenes efebos.

    Así que el brujo volvió al lado de su hijo, le dio dos aspirinas y en cuanto le bajó a éste la fiebre emprendieron de nuevo su camino.

    Tantán.