Categoría: Varia invención

Todo lo que no cae en otras categorías. O bien: pura loquera.

  • De vuelta (o algo así)

    Y de pronto se nos acaba octubre: se pasan los días de luna llena, comienza el frío intenso, sube el dolar pese a que Gringolandia el epicentro de la crisis y, un día, cuando me acuerdo de que tengo blog, eso: descubro que se nos acaba octubre.
    O sea que a este año moribundo le quedan dos meses. O si quieremos ser optimistas, le queda aún el 16.6666666% para que llevemos a cabo todos nuestros propósitos de enero.
    Qué frieguita.

    ¿Por qué se va el tiempo tan así, como si no tuviera ganas de estar con nosotros? ¿Le caemos gordos? Me siento absurdamente despreciada, como cuando aquel ratero se llevó las carteras de todos, excepto la mía (ok, aquella vez fue más absurdo que me sintiera despreciada).

    Pero sea que me hago vieja y por eso siento que el tiempo pasa más aprisa, o sea que efectivamente nos acercamos al caos y todo se acelera, habría que escribir más en este su probe bló.

    El bló no tiene la culpa, diría Miguel Ríos, y tendría razón (aunque me le quedaría viendo con ojos de pistola por meterse en una conversación a la que no lo llamamos).

    (Horas de mirar la pantalla con la mente en blanco)

    Y bueno, ¿qué fue lo que me ocupó? (se preguntará don Miguel «el metiche» Ríos).

    Ahí les voy:

    Como cada año, se dieron los resultados de los premios nacionales de literatura. Los días de deliberación de los jurados fueron 30 de septiembre, 1 y 2 de octubre. Curiosamente, mi última anotación fue….. oooooooooooooooooooooooooooooooh….. el 2 de octubre, o por ahí. Y es que, una vez reunidos los jurados y decididos los ganadores, me tocó leer TODOS los trabajos ganadores y hacerle a cada uno su reseña.
    La neta, fue LA onda. Varios de los trabajos ganadores me parecieron sobresalientes, y un par incluso me resultaron espectaculares. Ojalá ojalá ojalá los editen pronto.

    Lo malo es que leer toooodos los trabajos y luego escribir los respectivos boletines fue una chinguita, dicho con todo respeto. Y me tomó mis buenas dos semanas.

    Al terminar, se llegó la fecha largamente acariciada: mis vagaciones. Me fui con el Albert al Wordfest, en Calgary y Banff. Nos la pasamos super duper shubi dubi. Y aunque Alberto estuvo esclavizado a la compu por aquello de caza de letras, Yo iba de vacaciones, ¿cierto? Eso significaba que Yo no tenía por qué estar en la compu, ¿cierto? Sobre todo, porque si trataba de interponerme entre Alberto y la única compu que llevamos al viaje iba a resultar malherida, ¿cierto?

    Cierto a todo.

    Así que cero compu para Raquel durante SEMANA Y MEDIA. Fui feliz. Se me quitó el dolor de espalda. Gocé de la vida. oh, yeah. El ser humano no nació para estar 8 horas diarias frente al ordenador, he dicho.

    En Calgary nos fue de lujo, pero en Banff estuvo de ensueño. La naturaleza es algo que las flores de asfalto como suservilleta simplemente no comprendemos. Nos seduce, nos rebasa, nos aterra y nos encanta. La nieve, los venados y antes, las ardillas, los árboles, todo era wow. Pegaré fotos por aquí luego.

    Pero todo lo bueno se termina. Se acabaron las vacaciones. Regresamos al Mex. Los primeros días fueron de suave reajuste (o sea, yo seguía de vacaciones). Traté de seguir sin computarme tanto. Y luego, a la chamba de nuevo. Presentación en Bellas Artes el domingo, el lunes y el martes. Harto pendiente que no se resolvió solo en mi ausencia. Una semblanza de autor importante que me quedó -la verdad- muy mona. Un freelance que surgió de repente. Las clases que empiezan de nuevo el próximo lunes. Huyyyy…….

    No em estoy quejando, que conste. Nomás estoy explicando la última semanuca ¡y hoy apenas es jueves!

    Para colmo, de repente me da la sensación de no estar segura de para dónde voy. Si enbargo, heme aquí. Y no prometo nada, pero creo que escribiré más seguido (por lo menos, tengo que subir fotitos y contar vivencias canadienses y contar chismes y tal).

    Aaaaaaaaaaaaaaaaah, por cierto: hoy nos despertaron con la noticia de que la hermana de Alberto tuvo una bebé sana y enterita. ¡Chirindongo!

  • Perdón, perdón

    La brevedad, la ausencia, se deben a que los días han estado canijillos. Ando jugando a reseñista cruzado con agente de la CIA (o sea, tiene que haber mucho secretismo, por lo menos unos días) y nomás no me doy a basto :)
    Es que, una vez al año, mi trabajo se vuelve de lo más emocionante.

    (Por cierto, hoy cumplimos el Albert y yo cuatro años casados. Nada mal, ¿eh?)

  • el sabor del triunfo

    Acabo de comer un platito de frijoles de la olla. Estaban fríos, les faltaba un poco de sal. Pero me supieron a gloria. Porque los hice yo.
    Ahi nomás.

  • ¡Qué movidón!

    -Estás portándote bien rarita-dijo mi mamá-. ¿Qué traes?
    Yo me encorvé todavía más sobre el plato de huevo revuelto (con jamón) antes de murmurar que nada. Lo cierto es que estaba nerviosísima, pero tenía que disimular. Al menos tenía que intentarlo. Tomé mi vasote de chocomil y, en mi brusquedad, tiré un poquito sobre el mantel.

    -¿No traerás un recado de la escuela, verdad?-volvió a la carga mi mamá, mientras limpiaba mi estropicio con una servilleta.
    Sonreí, más tranquila, y negué con la cabeza.
    -Es que no quiero que se nos haga tarde hoy-le dije, más segura de mí misma, al ver que ni se las olía-. Hoy vamos a platicar de fantasmas antes de entrar al salón y tengo unas historias buenísimas que me contó anoche mamá Lupita.

    Mi mamá negó con la cabeza (por eso luego no puedes dormir, quería decir su gesto; o tal vez era de ah qué mi mamá, que no cree en fantasmas pero bien que cuenta sus historias; o de pero si no son siete y cuarto: claro que no vas a llegar tarde) y puso frente a mí un flan de vainilla con cajeta.
    -Acuérdate de lo que decía Papá Tacho: Despacio…
    …que llevo prisa-completé, mientras atacaba el flan.
    -Despacio pero sin parar, que tu papá ya fue por el coche-dijo mi mamá al ver que me quedaba otra vez encorvada y pensativa.

    La verdad es que estaba nerviosa: traía la mochila llena de barbies porque íbamos a dedicar el día (no sólo los minutos previos a entrar a clases) a jugar con muñecas (no a contar historias de fantasmas). Habíamos descubierto que la maestra jamás miraba a la parte de atrás del salón (teníamos de esas bancas que, en una sola pieza, tenían el asiento doble y el pupitre siguiente -con agujerito para el tintero y toda la cosa- así que, al final de cada fila, siempre quedaba un pupitre doble sin asiento, ideal para jugar a los cavernícolas o a los vampiros o a las calaveras que salen de su tumba o… claro, a las barbies.

    Pero había tenido un problema de, digamos, logística: para que cupieran las barbies tuve que sacar los cuadernos (tarea del día incluida) y el riesgo era alto: si nadie más llevaba muñecas, yo me jodía. Si la maestra nos cachaba y nos quería poner a trabajar, yo me jodía. Si mi mamá quería cargar mi mochila de la casa al coche, yo me jodía. La verdad es que me gustaba vivir al borde del peligro.

    No recuerdo que hacía mi hermano: seguramente comía en silencio su flan, o me hablaba de su amigo José Antonio (la verdad es que no le hacía mucho caso al pequeñete). Recuerdo, eso sí, que mi mamá se llevó los platos sucios a la cocina y que venía de regreso cuando sentí el mareo.

    -Mamá, se me cayó el flan en la blusa-grité: mejor que se enterara desde el pasillo y no cuando al fin llegara a vernos-. Es que estoy mareada-agregué. Para suavizarla, supongo.
    -¡Está temblando!-fue la respuesta non sequitur y sí altamente histérica-. ¡Párense debajo de la puerta, no se estén junto a los libreros!

    Lourdes Guerrero dijo exactamente lo mismo (bueno, no dijo lo de los libreros) desde la telecita portátil blanco y negro que prendía mi mamá todas las mañanas. Así que, consciente de mi papel de hermana grande, tomé al pequeñete de la mano y, en segundos larguísimos, atravesamos el pasillo de la cocinetita y el baño, que tenía libreros con puerta de vidrio de un lado y otro (la arquitectura de la casa, como pueden ustedes intuir, era extraña).

    Nos detuvimos en la puerta con espejo que daba a la recámara y vimos a mi mamá, detenida en la puerta de enfrente (la que llevaba de la misma recámara a la sala de mi mamá Lupita).

    Mi pobre madre estaba espantadísima. Yo dudé entre seguir con mi hermanín o ir a protegerla, pero los jugueteros con ruedas que nos había hecho mi tío Miguel bailaban con libertad por la habitación, y preferí quedarme donde estaba.

    Desde su recámara, mi férrea abuela le gritaba a mi mamá que se calmara y que rezara el salmo cuarenta y algo (ése de que no temeremos aunque las montañas se pasen al corazón de la mar. Sí, muy tranquilizante).

    Mamá empezó a orar y nos indicó que la siguiéramos. Yo sólo recordaba la tabla del dos, pero traté de repetir lo que ella iba diciendo. (Un instante, me pareció la cosa más cool que temblara, pero el susto de mi mamá -nunca la había visto tan espantada- me había hecho descartar el comentario).

    El Señor es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones-íbamos diciendo, casi a una voz, mi abuela desde su recámara, mi mamá a medio camino y nosotros desde la puerta con espejo.

    -¿Y mi papá?-preguntó Aben (Aben es mi hermano: así le decíamos de chirris).

    -No debe tardar-dijo mi mamá, con el más grande susto que le he visto en la mirada.

    Y así seguimos, un rato que me pareció harto largo, porque acabamos el salmo y seguía temblando, y parecía que la casa daba brinquitos y desde la calle llegaba un ruido extrañísimo, que nunca antes había escuchado (y que nunca he vuelto a oir, excepto, tal vez, en los videos del tsunami de hace unos años).

    Paró el movimiento telúrico. Mi mamá recobró la compostura de forma automática y me regañó por ensuciar la blusa:
    -¿No que no querías que se te hiciera tarde? ¡Cámbiate de volada!

    Mamá Lupita gritó que se regresaba a su cama un rato. Mi hermano dijo que nunca antes había sentido un temblor. Un claxon sonó en la calle: corrimos a ver… pero no era mi papá. Era Fernando, el vecino de enfrente, para decirle a mi mamá que las calles estaban cerradas y había muchos daños.

    -Mejor no los lleve a la escuela hoy, Yvonne tenía un examen, y decidimos que mejor se quede.

    (Yvonne, su hermana, iba a la misma escuela que nosotros).

    Llegó mi papá, tranquilo: para él, el temblor había sido una cosa muy rápida que ocurrió luego de que sacó el coche del estacionamiento y antes de llegar por nosotros a la casa (sin garage, como ustedes pueden inferir). Fue después que supo que la barda del estacionamiento cayó sobre varios coches, un par de ellos ya tripulados. Fue después que supimos que la escuela de enfermeras de unas cuadras adelante estaba destruida por completo. Fue después que nos enteramos del periplo de los de Hoy mismo y de todo lo demás.

    Mi mamá aceptó a regañadientes que nos quedáramos.

    -De todas formas, cámbiate la blusa-me dijo-. Y de una vez la falda: que mañana no la vayas a llevar toda sucia.

    En ese momento no sabíamos todavía que la falda esperaría más de dos meses antes de volver a la escuela; que el hotelazo frente a la iglesia a la que íbamos ya no existía, que pasaríamos días arduos por el olor a podrido y la falta de agua; que tendríamos que caminar diez o más cuadras por un litro de leche y que, con todo y eso, estábamos entre los afortunados.

    Mientras mi mamá iba a ver que Mamá Lupita estuviera de veras bien, saqué las barbies de la mochila, pensando que mis amigas tendrían una sesión de juego más bien aburrida sin mis historias y mis supermuñecas. Ya le hablaré en la tarde a Carmen para ver si las llevamos mañana, pensé; pero lo cierto es que algo cambió dentro de mí luego de esa movidota y sus consecuencias: tal vez crecí -o me amargué, no sé- pero nunca más llevé muñecas a la escuela.

  • blog abandonado

    no, no es que se me olvide venir. es que de pronto no se me ocurre nada. Me empieza el dolor de espalda y el de la muñeca derecha, se me entumen los omoplatos y me arden los ojos, me hace corto circuito la neurona y me acuerdo de veintemil pendientes:
    ¿Cómo voy a escribir en el blog, me digo, si no he terminado la semblanza de este autor del que no hay NADA de información?
    Pero me da la neurosis y cada vez me pongo más loca:
    ¿cómo escribir en el blog si no me he titulado? ¿si no he entregado el artículo pa la revista? ¿si no he llamado al contador para poner en orden mis impuestos? ¿si no entregué la tarea que me dejó el Chinchulín un día que no entré al laboratorio? (el Chinchulín era mi maestro en la secundaria).
    ¿cómo escribir, prosigo, si no he ido a la estética a pintarme las canas? ¿si no tengo canas? ¿si no he iniciado la rutina de ejercicios que prometí iniciar cuando terminó 2003?
    Tantos pendientes, tantos.
    Llamar a mis tías, a las amigas de mi mamá, a mi contador (de nuevo él); escribirle a mi penpal Sonja Grandau (desidiosa, dejé de escribirle hace como veinte años, pero lo haré de nuevo alguna vez); localizar a mis amigos del kinder, apapachar al gato, conseguir otro gato, arreglar los libros del estudio, bajar unos 10 kilos, ir a una fiesta glam, aprender a cantar…
    Terminar con las clases de ballet que dejé inconclusas en 1979; tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro, pasear un perro; ir a la India, a Apizaco, a cualquier playa…

    Ufff….

    Y entonces me da la angustia y no escribo nada y me da más angustia porque parece que no me acuerdo de escribir en el blog.