Categoría: RaxxieChallenge

  • Pregunta 04 del #Raxxiechallenge

    Pregunta 04 del #Raxxiechallenge

    ¿No olvida nada…?

    El sábado se me olvidó venir a poner la entrada semanal. No sé qué pasó: cuando desperté, me acordaba perfecto de que tenía que hacerlo; pero entre una y otra cosa… pues no lo hice. Y luego ya no se me olvidó, pero me costó trabajo hacerme de un ratito para venir. En todo caso, lo sucedido me inspiró para la pregunta de la semana: ¿en qué piensas cuando te digo «olvidos»?

    Yo pienso en una cosa que me pasa en ocasiones y que me cae muy gorda: me acuerdo de algo que tengo que hacer (felicitar a alguien por su cumpleaños, llevar algo que prometí a una reunión, poner una entrada en el blog…) pero lo aplazo: al ratito lo hago, me digo. Y a veces me vuelvo a acordar varias veces -y lo vuelvo a aplazar una y otra vez. Hasta que, de repente, ya no lo aplazo… porque ya no me acuerdo. Y vuelvo a acordarme cuando ya pasó el cumpleaños, o ya llegué a la reunión o…

    Hay otros olvidos que me parecen más extraños: en general creo tener buena memoria, así que cuando me hablan de alguna vivencia compartida, de la que yo no recuerdo absolutamente nada, me da un terrorcito… o como cuando se me olvidó la cara de un maestro (y la sustituí con la de un actor). Y cuando llegué a buscar al maestro, porque iba a ser sinodal en mi examen de titulación, me sentí dentro de los Expedientes X y la pasé muy muy mal.

    Pero un olvido que me entristeció mucho fue cuando dejé a Pepe, mi zorrillo de peluche, en un avión. Llamé a la aerolínea, rogué y supliqué (mentí un poquito: dije que era el muñeco favorito de «mi hija de cinco años»), pero según ellos no lo encontraron :(

    Y ustedes, ¿qué olvidan? ¿O qué les gustaría olvidar? ¿O qué hacen cuando alguien más olvida algo que es importante para ustedes? Yo antes me tomaba muy a pecho que olvidaran mi cumpleaños, pero con los años me he vuelto más sosegada, supongo -o comprensiva, con eso de que yo misma olvido felicitar a otros cumpleañeros.

  • Pregunta 03 del #RaxxieChallenge

    Pregunta 03 del #RaxxieChallenge

    ¿Qué música te llega al corazón?

    En días pasados estuve viendo la serie de Netflix Supongamos que Nueva York es una ciudad, en la que Martin Scorsese escucha con deleite a Fran Lebowitz, quien habla de un montón de temas, incluida la música. Y ella comenta ahí, entre otras cosas, lo sorprendente que es que una canción pueda hacernos felices aunque no nos guste (nomás porque era lo que se escuchaba en cierta época, por ejemplo). También se refiere al misterio que envuelve la composición musical, una forma de creación que ella no comprende (y me súper identifiqué, porque es algo que a mí también me maravilla). Eso me lleva a pensar en muchas posibilidades para desarrollar este tema: ¿Hay alguna canción que te transporte a otro momento de la vida? ¿Una que sea muy importante para ti y que nadie más conozca? ¿Alguna composición que defina tu personalidad o una etapa de tu desarrollo? ¿Algo que, al tararearlo, podría echarte de cabeza en algo que ocultas o quisieras olvidar (tu edad, tu gusto por cierto género, qué se yo)?

    Mi hermano y yo tenemos una historia con una canción. La conocemos como «El vaquero del sur», y mi mamá solía cantarla para nosotros, sobre todo en viajes en carretera. Se cuenta que alguna vez, siendo yo muy chiquita, lloré por horas diciendo «se fue» y creían que era porque extrañaba a uno de mis primos, pero resultó que era que quería que me cantaran la canción. Ahora que somos adultos y que mi hermano es músico (baterista que está aprendiendo a tocar la guitarra) y que yo soy obsesiva (pero con buenos sentimientos), hemos peinado la red en busca de la canción… y nada. Nadie la conoce, su letra no está en ningún sitio web. Mi papá sí la recuerda (fiu), pero dice que no tiene idea de dónde la aprendió mi mamá. Así que tenemos ese pequeño misterio. Me gustaría pensar que nadie, nunca, podrá resolvernos la duda y que la canción quedará así, como recuerdo misterioso; o que mi hermano la re-lanzará en versión de ska y que será su pase a la fama, jiji. En todo caso, me gusta recordar esos viajes por carretera en los que cantábamos a dos voces:

    Yo soy un vaquero del sur (del sur)
    al que sólo le queda cantar (cantar)
    porque el único amor que yo tenía
    para siempre se me fue.
    Ay, se me fue (ay, se me fue)
    mi único amor (mi único amor)
    y hoy sólo voy (y hoy sólo voy)
    con mi dolor...

    Ah, pero si alguno de ustedes sabe algo sobre esta cancioncita, me dará gusto enterarme. Y ustedes, ¿en qué piensan al escuchar la frase «música que llega al corazón»?

    PD. Los leo en los comentarios. No he podido responder, pero loa leo con gusto y atención. Me encanta que se animen a escribir, acá o en sus blogs/cuadernos/diarios/o-en-donde-prefieran sobre estos asuntos (o los que a ustedes se les ocurra).

  • PREGUNTA 02 DEL #RAXXIECHALLENGE

    PREGUNTA 02 DEL #RAXXIECHALLENGE

    Hoy salió este tema: «Hablemos de dientes»

    Al pensar en hablemos de dientes, se me ocurre escribir sobre mi propia dentadura y los problemas que me ha causado; de las pesadillas relacionadas con dientes que he tenido; las supersticiones relacionadas con dientes (¡con sueños de dientes!) que hay en mi familia o algún recuerdo de los días que usé brackets. Claro que también podría hablarse de dientes de elote, del ratón de los dientes, qué se yo. Así que respiro hondo y aquí les voy:

    Tengo una dentadura muy mala. Crecí con los dientes súper chuecos y a partir de la adolescencia me daba terror ir al dentista, así que fue un asunto que dejé pasar, como si fuera a desaparecer solo por arte de magia. Cuando al fin tuve que enfrentarlo, no sólo estaba el asunto de los dientes chuecos, sino que algunos estaban flojillos y mis encías eran una barbaridad. Fui con una doctora que propuso un tratamiento como de vikingos: abrir la encía, limpiar la parte de los dientes que estaba oculta, cortar el sobrante de encía y coser. No me entusiasmaba nadita, pero me acordaba de cómo había sufrido mi mamá (le daba mucha pena que le faltaban piezas); así que, un año después del diagnóstico, decidí que sí, que iba a ir. Pero me daba penita ir con los dientes todos sucios, así que compré un groupon de limpieza de dientes en otro lado, para ir con la boca limpia (ya sé, es como limpiar tu casa el día antes de que vaya un profesional de la limpieza a hacer el aseo). Bueno, pues resultó que la doctora del groupon me dijo que mis dientes y mis encías tenían salvación. Me hizo radiografías, una limpieza muy cuidadosa (y muy larga, porque en vez de abrir la encía iba de poquito en poquito, conforme la encía se desinflamaba) y con los años hasta me convenció de hacerme una ortodoncia. Yo pensaba que esas cosas las hace uno por vanidad, y que mi autoestima era lo suficientemente saludable como para no necesitarlo; pero ahora que tengo los dientes derechitos (¡y completos!) y que no sufro el montón de cosas que sufría cuando era Rax EncíasSangrantes, debo decir que sí he cambiado mi opinión. Claro que sigo teniendo mala dentadura -requiere de unos cuidados que no les voy a contar acá, para no aburrirlos- pero de un tiempo a la fecha, creo que sonrío más.

  • Pregunta 01 del #Raxxiechallenge

    Pregunta 01 del #Raxxiechallenge

    La pregunta es:

    ¿A qué le tienes miedo?

    Como comentaba ayer, la forma de subirse al juego es totalmente al gusto de cada jugador: en este caso, pueden hacer una lista de sus miedos, elegir alguno y explorarlo, narrar una anécdota propia o ajena; inventarle un miedo a un personaje…

    Por ser la primera pregunta, voy a poner dos respuestas, una corta y una larga. La corta: las mariposas negras. Me dan terror. Para la larga, les voy a contar un recuerdo que me llegó a la cabeza al leer la pregunta.

    Cuando era niña, vivíamos en una vecindad muy venida a menos. Mi familia tenía rentado todo el piso de arriba, que estaba dividido en dos: un departamento pequeño, donde vivía mi tío Carlos, y otros dos departamentos que, al no tener una separación formal, daban la idea de ser algo más grande. Mi abuela ocupaba una parte (su recámara, baño, cocina, antecomedor y comedor) y mis papás, mi hermano y yo, la otra (dos piezas con su propio baño y su propia cocina. Y dos balcones). Ah, pero entre el comedor de mi abuela y la primera pieza «de nosotros» estaba la sala de mi abuela, con su alfombra y su piano y sus sillones -y su montón de retratos color sepia colgados en las paredes. La sala siempre estaba a oscuras. Una luz entraba por la ventana del pasillo, que daba al patio, pero creo que hasta era peor que no tener nada, porque lo único que lograba era que a los objetos les salieran sombras rarísimas (y la luz misma, al entrar, proyectaba al lado del piano una silueta medio tenebrosa). Por si eso fuera poco, la sala tenía sus propias historias inquietantes: «en este sillón estaba sentado el abuelo cuando murió…», «este piano sonó solo la noche en que murió la tía Isabel…». «A todos los señores de ese retrato los mataron en la Decena Trágica». Cosas así. A la fecha no sé cuáles fueron ciertas, cuáles fueron inventadas por los adultos de entonces y cuáles me inventé yo sola, en ese gusto masoquista de espantarme sola (gusto que aún tengo, por cierto).

    Para mí, la peor parte del día era cuando nos llamaba mi abuela a cenar, porque tenía que atravesar la sala para llegar a su comedor. Y no podía correr, porque teníamos estrictamente prohibido correr en la casa (ya les dije: estaba muy venida a menos; y todo crujía como si se fuera a caer -como de hecho pasó… pero eso se los contaré otro día). Recuerdo que, a veces, contenía la respiración, como si fuera a echarme un clavado en una alberca, y caminaba así, sin respirar, sintiendo que quién sabe quiénes me miraban desde la sala, sintiendo que mi cuerpo caminaba a una velocidad distinta a la que llevaba mi alma (o bueno. que una parte invisible de mí quería ir más rápido pero que no podía salirse del cuerpo, así que golpeaba contra mi pecho, pas, pas, pas, tratando de atravesarlo e ir hacia la luz del antecomedor). No ayudaba el tic tac del reloj de péndulo en el comedor de mi abuela, que parecía sonar en mi garganta, en mis sienes, en mi panza: de algún modo, toda mi sangre se amoldaba al tictac y latía a su ritmo y no al de mi corazón.

    Ya que llegaba a la parte iluminada, respiraba de nuevo, y el aire fresco borraba el miedo. Para cuando me sentaba a tomar mi café con leche con pan de dulce (o mi plato de frijolitos con sus tortillas del comal) ya no me acordaba de nada. Pero al día siguiente volvía a pasar. De hecho, así era todos, todos los días, excepto de mediados de diciembre al seis de enero, cuando poníamos en el pasillo, justo junto a la ventana culpable de las sombras tenebrosas, el arbolito de navidad. Y también llegó el día en que dejé de tenerle miedo al pasillo, claro. Pero esas también son historias para otra ocasión.