Lunes noche

No sé cómo decir lo que estoy pensando. No es plan bromístico, sino un poco de indignación por la falta de sensibilidad de algunas personas. Me acuerdo de una doña que se quejaba de un vagabundo que había tenido ‘el mal gusto’ de escoger su puerta para ir a agonizar. A ella le encabronaba porque le afeaba la entrada y le estorbaba.

Sí, ya sé, la moda es burlarse de esas cosas y decir sandeces como ‘matemos y comamos niños de la calle: acabamos con la indigencia, y con el hambre’. (He escuchado gente diciendo esto. Gente que además hace chistes sobre judíos, negros e indígenas. Gente con la que preferiría no compartir habitación, ni siquiera durante una fiesta).

Cuando veo un campesino en el metro, vestido de manta, con los pies hechos trizas por los huaraches y las manos marcadas para siempre por la tierra, palabra, se me clava la desigualdad bien hondo. No es justo. Ya sé que no puedo hacer gran cosa. Pero al menos puedo seguir indignándome. Eso no me lo pueden quitar, es el granito de humanidad que aún me queda y que guardo celosamente.

A veces es desgastante seguir sintiendo. Pero ¿por qué volverme lo que ellos quieren que sea?

Supongo que, en todo caso, debo respetar la indiferencia de quienes deciden ser indiferentes. Pero no es fácil, especialmente cuando navegan con bandera de ‘soy puro sentimiento’. Porque entonces, además de indiferentes al sufrimiento, son hipócritas.

(Y me acuerdo de otras personas, unas que dicen que la empatía, la solidaridad, el sufrimiento por el sufrimiento de los otros, son defectos, debilidades, fallas que hay que trabajar para poder ser ecuánimes y felices. Chale. Bien pensado, más que coraje, me deberían de dar lástima. Debe ser tristísimo ya no tener lágrimas, o usarlas sólo para cuando una ciudad sim es arrasada por el océano de bits).


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