Ya saqué el cuchillo de la bolsa y lo puse encima de la cama. Con un poco de esfuerzo, mañana o pasado seré capaz de llevarlo a la mesa del comedor. Eso significa que la próxima semana llegará, finalmente, al fregadero, y en un par de semanas más, a su cajón.
No me critiquen mi desidia: para ustedes, el tiempo que tarda el cuchillo en volver a su lugar puede ser una muestra de mi indolencia (esa palabra también me gusta). Para los hermanos Wachowski, puede ser una metáfora del Elegido en busca de la Fuente. Para Tolkien, podría ser el viaje épico de un héroe, y sólo porque yo ayudé a cumplir la vieja profecía (Un cuchillo viajará a Canal Once y luego de muchas aventuras volverá al cajón) no debo dejar de creer en ellas.
Si la historia del cuchillo la estuviera contando Bukowski, sería la de un instrumento descontento con su inexorable destino (cortar) que elige irse de aventuras, en las que le va de la chingada, para finalmente volver y encarar su destino (cortar). También podemos estar ante un manifiesto feminista: el cuchillo se rebela, no quiere volver al cajón, porque ha conocido el mundo corporativo y se siente más a gusto así. Quizá termine más feliz en mi escritorio, como abrecartas (si no fuera porque nadie me escribe…)
Su presente estadía en mi cama puede ser también una metáfora de algo, o una soberana estupidez de alguien (*Rax, contrita, levanta la mano*). En todo caso, no me cortó el sueño, y si James Bond duerme con la pistola bajo la almohada (malpensados. me refiero al revólver. ni que fuera agente-contorsionista), no le veo el peligro a que yo tenga un puñal en la mía. Uff.
Ya imagino la historia de terror que le haría Stephen King a mi cuchillo. Y la lacrimógena novelota que aparecería si yo fuera Yolanda Vargas Dulché. Ó la saga Fundación del Cuchillo, con trepidantes (bostezo) explicaciones sobre la manufactura (doble bostezo) de los cuchillos antiguos, si la historia fuera contada por Asimov.
Todo esto lo cuento en más tiempo del que me tomaría llevar el cuchillo a la cocina, lavarlo y ponerlo en su sitio. Pero creo que son las procastinaciones, las pequeñas desidias de la vida, lo que nos separa de las máquinas y de las hormigas. Así que, más que ficción, la permanencia del cuchillo en mi recámara es un manifiesto humanista, un canto a la vida, un grito contra la evisceración (paradójico, no?).
En otros avatares: vi Matrix tres. Los primeros veinte minutos me la pasé preguntando: ¿a qué hora empieza la película?
El resto del filme, lamentando que hubiera iniciado. ¡Qué churro más extraño! Creo que es una de las películas más feas en cuanto a su historia y más bonitas en cuanto a su hechura que he visto. La demostración palpable, sensible, de que historia y producción deben trabajar de la mano, y no una contra la otra.
Ess como ver un libro de estampitas: una te gusta por los colores, otra porque es difícil de conseguir, otra porque te recuerda el primer álbum… pero no hay un hilo conductor. Puro blablabla del tipo:
–Entonces… ¿quién eres?
–No puedo explicarte eso.
–¿Por qué?
–No lo entenderías
–Entiendo
–¿De veras?
–No.
–Lástima. Quería que me explicaras.
–¿Te explico?
–No. No se puede entender lo que no se comprende.
Y así, hasta el infinito. Puaj.
Pero me divertí, eso que ni qué. (Bueno, me aburrí un poquito en la parte que parece ‘Gremlins y Alien se fusionan’). Y reconozco una buena actuación (una nomás, y radica en ser una gran gran gran imitación), una toma chulísima (las gotas de lluvia estrellándose sobre el puño cerrado de Keanu) y un momento glorioso, sublime, magnífico (cuando terminan los créditos y descubres que, al menos en apariencia, de veras no hay ‘colita’ que indique la parte 4 para pronto). Lo demás… puedo prescindir de todo: la falsa hilación, la falsa mística (pura palabrería), la falsa necesidad de que cada cosa ocurriera. Me quedo con Matrix 1.
Nota importante: ese es mi punto de vista. Y critico, desde mi punto de vista, a la peli: no a la gente a la que le gusta. Nota importante 2. Es hora de desayunar. ¿Bajaré el cuchillo…?
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