Autor: Raquel

  • Un dolor que ya se fue

    El dolor se ha ido. Así que ya puedo ponerme por horas en la compu, por lo menos en lo que me da una nueva contractura. Bueh, qué le vamos a hacer…
    Lo importante es que este intenso dolorcillo me hizo aprender muchas cosas:

    1. Soy hipocondriaca leve. Esto ya lo debería de saber desde antes, pero ahora no me quedó más remedio que admitirlo. Resulta que lo primero que hice al estar con el dolor fue buscar en la red información sobre los síntomas. Claro, al rato ya me preguntaba si lo mío era una fibromialgia, una hernia de disco, o una mutación genética. Y habría podido seguir ad nauseam, de no ser porque el rato en la compu me acentuó el dolor.

    2. Los masajes son la neta del planeta, pero no funcionan instantaneamente. Fui a Centro Area, con la espinóloga, me revisó y dio un masaje muy sabrosito. A la media hora ya estaba de nuevo con mi dolor, pero ¿a quién se le ocurrió que un masaje quitaría la contractura como por magia? A mí, claro.

    3. Todos tenemos un poco de bestia (y si no todos, por lo menos yo, sí). Cuando el dolor era ya insoportable, mi papá me dio un remedio ‘mágico’ (yo ya no creo en los remedios mágicos): una pomada de uso veterinario.
    Me resistí a usarla. Pero considerando mi ligera hipocondria y el fracaso instantaneo del masaje, ¿qué podía yo perder? Así que untéme el ungüento de la tía. Y ¿saben qué? Sí existe el remedio mágico: a la mañana siguiente el dolor había desaparecido. Por completo.

    Conclusiones: El dolor me hizo una mejor persona. Aprendí a conocerme, tuve un contacto más íntimo con mi parte animal, y estoy lista para mi próxima contractura. (Mientras tanto, la parte de mí que estaba en Roma volvió para atender a la parte de mí que estaba presa del dolor, y Deíctico decidió quedarse por allá, convertido un una nueva Lucrecia Borgia, o algo así).

    PD. Marido con salmonella. ¿Acaso me pone el cuerno con una italiana? ¡No se lo pierda dentro de diez comentarios a este post!

  • Ay dolor… ya me volviste a dar

    En el cuento de Las Doce Princesas Danzarinas, éstas chamaquitas esperan a que todos duerman en palacio para salir por debajo de la cama de la mayor a un bosque donde los árboles son de plata y las frutas de joyas preciosas; atraviesan un río hermosísimo y llegan a un salón de baile impactante donde bailan y bailan y bailan y bailan. Y bailan y bailan.
    A la mañana, no se quieren levantar, todo les duele, el rey está asustado (más que por la salud de sus hijas, por lo poco que les duran los zapatos) y de ahí parte la historia, en la que un joven pobre, pero guapo y honrado, y de buen corazón, se convierte en una especie de Sherlock Holmes y desenreda el misterio. Y se casa con la princesita más joven (y las otras once, chivos brincados, se quedan pa siempre solteras, y sin bailar, pero eso no parece importarle a nadie). (Ni a mí).
    Lo que cuenta es el hecho de despertar en el Ouch total.
    Y así estoy yo.
    Lo extraño es que yo no fui a ningún baile, ni hay pasadizo debajo de mi cama, ni se me gastaron los zapatos.
    Y si a esas vamos, lo que me duele no son los pies, sino una línea no tan imaginaria entre la nuca y el omóplato derecho. ¿Será que por las noches me convierto en luchadora sonámbula? ¿Acaso fue Martha Villalobos quien me dejó para el arrastre? Me gustaría saber cómo es mi máscara -seguro que no soy de las que apuestan la cabellera-…
    Y mientras, me duele. Ouch.

  • Madres veloces

    Quería poner un texto de José Vizcaíno Pérez acerca de las madres, pero no lo encontré por ningún lado.
    Escribiría acerca de cómo festejamos ayer tiempo Roma (hoy tiempo DF) el día de las Santas Madres, pero aún me sonrojo al recordar el binomio Deíctico vestido de monja + tubo.
    (Es trinomio, porque tendría que ser + vinito de consagrar).
    Entonces, tramposa como soy, quise reciclar algo escrito en 10 de mayos pasados en este mismo blog (digo, la tele lo hace todo el tiempo; ¿por qué no los blogs?) pero descubro con sorpresa que nunca he tomado en cuenta el que sea día diez de madres.
    Así que ¿por qué romper con tan simpática tradición?
    (Dicho de otro modo, no hablaré de mamáses y buscaré el texto de Pérez para añadirlo a esta notita)…

  • El don de la ubicuidad y la fiesta de 32 años

    Pues todavía no regresamos de Italia (pero seguramente no tardamos) aunque al mismo tiempo sigo aquí, trabajando y tomando un curso-taller de creación de revistas (super cool) . No hay contradicción en ello: lo que pasa es que en una caja de cereal me salió un don de la ubicuidad, y ni modo de no usarlo.
    En Roma, Deíctico disfruta su lado pío (es que un pingüino, a fin de cuentas, se parece mucho a un pollo), mientras organizamos el regreso. De pronto me da la impresión de que se quedará en el Vaticano (sobre todo desde que comenzó el runrun de que Mary O’Reilly hace milagros, por ejemplo, que hace sonreir a Benny 16), y entonces tendré que retornar sin él (no sería la prima volta).
    Entretanto, acá en el Mex, ando pensando seriamente en cambiarme la edad y cumplir 32 años este año (será el 13 de agosto). Ésto, para saltarme la crisis de los 30. ¿Funcionará? Le tengo fe al experimento. Es cosa de empezar ya ya ya a mentalizarme: tengo 31 años, tengo 31 años, tengo 31 años…
    Será un fiestón loco, porque quiero que oficialmente se enteren todos de mi nueva edad. Chance e invite incluso al Papa. Sería una fiesta única.

  • ya me quiero regresaaaar

    Pues dejen les cuento: desde el avión a Roma, Deíctico olvidó que su plan era llegar de vuelta a México, y antes de que terminara la película que nos pasaron, ya estaba haciendo planes de colgar los hábitos y casarse con el padre O’Flaherty. El tipo, encantado. Creo que necesita lentes, pero allá él si piensa que O’Reilly es la mujer más piadosa, sexy y callada del mundo.

    Sin embargo, nomás poner pie en Roma, al Padre le entró un acceso de devoción, así que echó para atrás los planes de boda. A Deíctico le valió madres, se me hace que tenía planeado dejarlo esperando en el altar…

    Nos instalamos en el hotel SANTO CIELO, exclusivo para monjos y monjas, y mientras Deíctico tenía una suite celestial, yo tenía que conformarme con un cuarto de servicio en algo parecido al Purgatorio. Y para colmo, compartiendo espacio con el abrigo de pieles, que resultó ser, efectivamente, el Oso biPolar, y con el pez volador.

    Mary O’Reilly y el Padre O’Flaherty se fueron a esperar el veredicto del nuevo Papa. Regresaron muy contentos, tomados de la mano y entonando hossanas. Los dos estaban borrachos. Venían especialmente contentos porque resultó que Ratzinger fue compañero de cuarto de O’Flaherty en el ITS (Instituto Tecnológico para Sacerdotes) y tenían una cita privada con el nuevo Papa para el día siguiente. Eso fue justo cuando puse el post anterior.

    Esa noche no dormí: toda Roma era un escándalo mayúsculo (los borrachos beatos son los peores). Y para colmo, Deíctico estaba encantado, mandando cartas con su pez volador a quién sabe quién. Me choca que no confíe en mí. Digo, no para enviar las cartas, sino para leerlas…

    Y bueno, FUIMOS a conocer a Ratzinger. Claro, nada más nice que llevar a la asistente-mucama, ¿no? Ahí iba yo, deteniéndole el rosario y el libro de oraciones a la O’Reilly. Grr.

    Ratzinger nos recibió vestido de civil, es decir: de sacerdote y no de Papa. Y -no lo van a creer- en cuanto puso sus ojos sobre la monja O’Reilly, puso cara de amor.
    El resto de la mañana se la pasó compitiendo con su exroommie por la atención de la monja silenciosa.

    Ahora, Deíctico tiene la oferta de ser directora del convento de Santa Teresita, en el Vaticano. Pero me dejó un recado donde dice que no, que la verdad el glamour de la iglesia no fue lo que él creía y que no le atrae compartir habitaciones con el Papa. Así que me mandó a comprar boletos para volver, ahora sí, a México.

    No nos despediremos. Dos corazones santos se romperán, pero así es esto del amor. En todo caso, siempre quedará el recuerdo. Chequen la foto que tanto O’Flaherty como Benny Sixteen (así le dice de cariño Deíctico a Benedicto XVI) han enmarcado y tienen en sus respectivos buroses. Yo no salgo porque, como ya se imaginarán, fui yo quien la tomó (y agradezco a AC la digitalización de la piccie). Supongo que reconocerán en ella a Benny, pese a no estar de blanco (por si no, es el que carga la bolsa de mano de Deíctico). Los otros dos son Deíctico (¡por supuesto!), muy bien disfrazado de monja femme fatale, y el Padre O’.

    ¡Nos vemos en pocos días!