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  • el sabor del triunfo

    Acabo de comer un platito de frijoles de la olla. Estaban fríos, les faltaba un poco de sal. Pero me supieron a gloria. Porque los hice yo.
    Ahi nomás.

  • ¡Qué movidón!

    -Estás portándote bien rarita-dijo mi mamá-. ¿Qué traes?
    Yo me encorvé todavía más sobre el plato de huevo revuelto (con jamón) antes de murmurar que nada. Lo cierto es que estaba nerviosísima, pero tenía que disimular. Al menos tenía que intentarlo. Tomé mi vasote de chocomil y, en mi brusquedad, tiré un poquito sobre el mantel.

    -¿No traerás un recado de la escuela, verdad?-volvió a la carga mi mamá, mientras limpiaba mi estropicio con una servilleta.
    Sonreí, más tranquila, y negué con la cabeza.
    -Es que no quiero que se nos haga tarde hoy-le dije, más segura de mí misma, al ver que ni se las olía-. Hoy vamos a platicar de fantasmas antes de entrar al salón y tengo unas historias buenísimas que me contó anoche mamá Lupita.

    Mi mamá negó con la cabeza (por eso luego no puedes dormir, quería decir su gesto; o tal vez era de ah qué mi mamá, que no cree en fantasmas pero bien que cuenta sus historias; o de pero si no son siete y cuarto: claro que no vas a llegar tarde) y puso frente a mí un flan de vainilla con cajeta.
    -Acuérdate de lo que decía Papá Tacho: Despacio…
    …que llevo prisa-completé, mientras atacaba el flan.
    -Despacio pero sin parar, que tu papá ya fue por el coche-dijo mi mamá al ver que me quedaba otra vez encorvada y pensativa.

    La verdad es que estaba nerviosa: traía la mochila llena de barbies porque íbamos a dedicar el día (no sólo los minutos previos a entrar a clases) a jugar con muñecas (no a contar historias de fantasmas). Habíamos descubierto que la maestra jamás miraba a la parte de atrás del salón (teníamos de esas bancas que, en una sola pieza, tenían el asiento doble y el pupitre siguiente -con agujerito para el tintero y toda la cosa- así que, al final de cada fila, siempre quedaba un pupitre doble sin asiento, ideal para jugar a los cavernícolas o a los vampiros o a las calaveras que salen de su tumba o… claro, a las barbies.

    Pero había tenido un problema de, digamos, logística: para que cupieran las barbies tuve que sacar los cuadernos (tarea del día incluida) y el riesgo era alto: si nadie más llevaba muñecas, yo me jodía. Si la maestra nos cachaba y nos quería poner a trabajar, yo me jodía. Si mi mamá quería cargar mi mochila de la casa al coche, yo me jodía. La verdad es que me gustaba vivir al borde del peligro.

    No recuerdo que hacía mi hermano: seguramente comía en silencio su flan, o me hablaba de su amigo José Antonio (la verdad es que no le hacía mucho caso al pequeñete). Recuerdo, eso sí, que mi mamá se llevó los platos sucios a la cocina y que venía de regreso cuando sentí el mareo.

    -Mamá, se me cayó el flan en la blusa-grité: mejor que se enterara desde el pasillo y no cuando al fin llegara a vernos-. Es que estoy mareada-agregué. Para suavizarla, supongo.
    -¡Está temblando!-fue la respuesta non sequitur y sí altamente histérica-. ¡Párense debajo de la puerta, no se estén junto a los libreros!

    Lourdes Guerrero dijo exactamente lo mismo (bueno, no dijo lo de los libreros) desde la telecita portátil blanco y negro que prendía mi mamá todas las mañanas. Así que, consciente de mi papel de hermana grande, tomé al pequeñete de la mano y, en segundos larguísimos, atravesamos el pasillo de la cocinetita y el baño, que tenía libreros con puerta de vidrio de un lado y otro (la arquitectura de la casa, como pueden ustedes intuir, era extraña).

    Nos detuvimos en la puerta con espejo que daba a la recámara y vimos a mi mamá, detenida en la puerta de enfrente (la que llevaba de la misma recámara a la sala de mi mamá Lupita).

    Mi pobre madre estaba espantadísima. Yo dudé entre seguir con mi hermanín o ir a protegerla, pero los jugueteros con ruedas que nos había hecho mi tío Miguel bailaban con libertad por la habitación, y preferí quedarme donde estaba.

    Desde su recámara, mi férrea abuela le gritaba a mi mamá que se calmara y que rezara el salmo cuarenta y algo (ése de que no temeremos aunque las montañas se pasen al corazón de la mar. Sí, muy tranquilizante).

    Mamá empezó a orar y nos indicó que la siguiéramos. Yo sólo recordaba la tabla del dos, pero traté de repetir lo que ella iba diciendo. (Un instante, me pareció la cosa más cool que temblara, pero el susto de mi mamá -nunca la había visto tan espantada- me había hecho descartar el comentario).

    El Señor es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones-íbamos diciendo, casi a una voz, mi abuela desde su recámara, mi mamá a medio camino y nosotros desde la puerta con espejo.

    -¿Y mi papá?-preguntó Aben (Aben es mi hermano: así le decíamos de chirris).

    -No debe tardar-dijo mi mamá, con el más grande susto que le he visto en la mirada.

    Y así seguimos, un rato que me pareció harto largo, porque acabamos el salmo y seguía temblando, y parecía que la casa daba brinquitos y desde la calle llegaba un ruido extrañísimo, que nunca antes había escuchado (y que nunca he vuelto a oir, excepto, tal vez, en los videos del tsunami de hace unos años).

    Paró el movimiento telúrico. Mi mamá recobró la compostura de forma automática y me regañó por ensuciar la blusa:
    -¿No que no querías que se te hiciera tarde? ¡Cámbiate de volada!

    Mamá Lupita gritó que se regresaba a su cama un rato. Mi hermano dijo que nunca antes había sentido un temblor. Un claxon sonó en la calle: corrimos a ver… pero no era mi papá. Era Fernando, el vecino de enfrente, para decirle a mi mamá que las calles estaban cerradas y había muchos daños.

    -Mejor no los lleve a la escuela hoy, Yvonne tenía un examen, y decidimos que mejor se quede.

    (Yvonne, su hermana, iba a la misma escuela que nosotros).

    Llegó mi papá, tranquilo: para él, el temblor había sido una cosa muy rápida que ocurrió luego de que sacó el coche del estacionamiento y antes de llegar por nosotros a la casa (sin garage, como ustedes pueden inferir). Fue después que supo que la barda del estacionamiento cayó sobre varios coches, un par de ellos ya tripulados. Fue después que supimos que la escuela de enfermeras de unas cuadras adelante estaba destruida por completo. Fue después que nos enteramos del periplo de los de Hoy mismo y de todo lo demás.

    Mi mamá aceptó a regañadientes que nos quedáramos.

    -De todas formas, cámbiate la blusa-me dijo-. Y de una vez la falda: que mañana no la vayas a llevar toda sucia.

    En ese momento no sabíamos todavía que la falda esperaría más de dos meses antes de volver a la escuela; que el hotelazo frente a la iglesia a la que íbamos ya no existía, que pasaríamos días arduos por el olor a podrido y la falta de agua; que tendríamos que caminar diez o más cuadras por un litro de leche y que, con todo y eso, estábamos entre los afortunados.

    Mientras mi mamá iba a ver que Mamá Lupita estuviera de veras bien, saqué las barbies de la mochila, pensando que mis amigas tendrían una sesión de juego más bien aburrida sin mis historias y mis supermuñecas. Ya le hablaré en la tarde a Carmen para ver si las llevamos mañana, pensé; pero lo cierto es que algo cambió dentro de mí luego de esa movidota y sus consecuencias: tal vez crecí -o me amargué, no sé- pero nunca más llevé muñecas a la escuela.

  • blog abandonado

    no, no es que se me olvide venir. es que de pronto no se me ocurre nada. Me empieza el dolor de espalda y el de la muñeca derecha, se me entumen los omoplatos y me arden los ojos, me hace corto circuito la neurona y me acuerdo de veintemil pendientes:
    ¿Cómo voy a escribir en el blog, me digo, si no he terminado la semblanza de este autor del que no hay NADA de información?
    Pero me da la neurosis y cada vez me pongo más loca:
    ¿cómo escribir en el blog si no me he titulado? ¿si no he entregado el artículo pa la revista? ¿si no he llamado al contador para poner en orden mis impuestos? ¿si no entregué la tarea que me dejó el Chinchulín un día que no entré al laboratorio? (el Chinchulín era mi maestro en la secundaria).
    ¿cómo escribir, prosigo, si no he ido a la estética a pintarme las canas? ¿si no tengo canas? ¿si no he iniciado la rutina de ejercicios que prometí iniciar cuando terminó 2003?
    Tantos pendientes, tantos.
    Llamar a mis tías, a las amigas de mi mamá, a mi contador (de nuevo él); escribirle a mi penpal Sonja Grandau (desidiosa, dejé de escribirle hace como veinte años, pero lo haré de nuevo alguna vez); localizar a mis amigos del kinder, apapachar al gato, conseguir otro gato, arreglar los libros del estudio, bajar unos 10 kilos, ir a una fiesta glam, aprender a cantar…
    Terminar con las clases de ballet que dejé inconclusas en 1979; tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro, pasear un perro; ir a la India, a Apizaco, a cualquier playa…

    Ufff….

    Y entonces me da la angustia y no escribo nada y me da más angustia porque parece que no me acuerdo de escribir en el blog.

  • Todo cambia II (y ni cuenta nos damos)

    Más sobre el mismo asunto de la última vez:

    Más o menos por qué fecha…

    ¿comenzó la tele a transmitir las 24 horas?

    ¿dejaron de pulular los taxis amarillos?

    ¿inauguraron la línea 8 del metro?

    ¿descontinuaron los confitones?

    ¿dejaron de existir las toallas «ella»?

    ¿aparecieron las «always»?

    ¿dejó de ser competencia real la pepsi para la coca?

    ¿apareció el primer descabezado en México?

    ¿comenzó el «hoy no circula»?

    ¿quitaron los árboles del zócalo?

    ¿desapareció «París Londres, la gran boutique»?

    ¿dejaron de existir los «detodo»?

    ¿se acabó Chespirito los lunes a las ocho por el dos?

    ¿quitaron a Rogelio Moreno?

    ¿comenzaron las barras de «supervacaciones» en el 5?

    ¿dejaron de presentar las chaparritas en botella de vidrio?

    ¿comenzaron los dulces del maguito sonrics?

    ¿se acabaron los juguetes lily ledy?

    ¿dejaron de estar de moda los garbage pail kids?

    ¿se acabaron los comics de Novaro?

    ¿dejó de salir el VideoRisa?

    ¿aparecieron los videocentros?

    ¿se acabaron los videocentros?

    ¿cambiaron los teléfonos de disco por los de teclas?

    ¿comenzó la moda de los autos con cd en vez de cassette?

    ¿inició el boom de los anuncios espectaculares?

    ¿comenzamos a comprar boletos en ticketmaster?

    ¿apareció hotmail?

    ¿el messenger le ganó la batalla al icq?

    ¿terminó la moda de las camisas de franela amarradas a la cintura?

    ¿se acabaron los flecotes con crepé?

    ¿dejó de costar 17 pesos el sangre de Cristo?

    ¿se le acabó lo sexy a Christian Bach?

    ¿a Gonzalo Vega?

    ¿a Elba Esther? (jaja, ésta es capciosa)

    ¿dejaron los adolescentes de jugar a ser los de Beverly Hills?

    ¿salió el último disco de Locomía?

    ¿cancelaron Siempre en Domingo?

    ¿se acabó el Doctor Cándido Pérez?

    ¿quitaron del teatro «Once y doce»?

    ¿dejó de salir Luis Jimeno en los comerciales de Ariel?

    ¿cuándo dejaron de anunciar «Easy-off»?

    ¿se acabó la moda de cantar «es muy fácil / tener gato / con gatina /de purina…?

    ¿dejó de ser «cool» ir al News, al Magic, al Baby O’?

    ¿tuvimos que cambiar las dinotriples por las whooper?

    O bien:

    ¿cómo se veía la alameda cuando estaba el Regis?

    ¿cómo era el eje central antes de su ampliación?

    ¿qué juegos había en Chaputlepec antes de que fuera «La Feria»?

    ¿Qué fue de Cornelio y Reino Aventura?

    ¿Y de los comerciales del Gigante Verde?

    ¿Quién puede cantar aún la rola de Blanco, Blanco, Blanco, abarata la vida…?

    ¿Y quién se acuerda aún de su continuación paródica?

    Hay premios :)

  • Todo cambia

    1. El jugo que ya no es.
    El domingo pasado se me antojó un jugo, pero no cualquier jugo: uno de uva, «de esos que vienen en botella de cristal de forma curveadita», le dije a la empleada de la tienda. «Creo que es del valle, o del valle redondo», insistí ante su mirada entre confusa y vacía (sí, como de zombie, ya sé: pero que conste que ahora no lo dije).
    Me dijo que de esos no hay pero que tenía el Del Valle en tetrabrick. Traté de explicarle que el sabor no es igual cuando el envase difiere, pero vinieron a preguntarle otra cosa y la dejé ir, ya qué. Total, si regresa es mía, etcétera.

    El chiste es que me quedé pensando en cuánto tiempo hace que no bebía de ese jugo y, más importante aún (de alguna manera), cuánto hace que lo descontinuaron. Lo ignoro. Y es que el mundo cambia y, generalmente, cambiamos con él y ni cuenta nos damos. y supongo que, en parte, es bueno: caso contrario seríamos como Funes el memorioso o como mi tía Lulis, con su peinado afro y sus pantalones acampanados de poliéster porque se quedó atorada en los ayeres de la música disco que aún es lo únco que baila (y que escucha en su coche -una combi como la de scooby doo).

    2. Pero también está canija la desmemoria.
    Porque no es seguro que todo esté mejorando (nótese el optimismo al ponerlo así, como que en duda) y si se nos olvida cómo eran las cosas antes, ¿dónde queda el punto de referencia?

    Y si bien hay cambios que abrazamos con gusto (las vacunas, según dicen algunos un poco mayores que yo, fueron el novamás) y otros que se meten en nuestras vidas de forma que parecería que nacieron con nosotros (sí, la red, por ejemplo), hay otros muy chafitos. Como los celulares en el cine. Como los comerciales en la tv de paga. ¿Se acuerdan, se acuerdan cuando la tv de paga nos ofrecía su programación de corrido, sin comerciales? (de eso trataba la paga, ¿no?)

    3. El lado sangrón de la nota.
    Me costó mucho trabajo dejar de escribir «obscuro» para adoptar el más moderno «oscuro»; pero pensé que la RAE sabe por qué hace las cosas. Mutar, adaptarnos, cambiar el atari por el nintendo por el supernes por el gamebox; dejar el unix y el monitor blanco y negro, cambiar la plantilla del blog, todo eso.

    Pero ahora me salen con que los pronombres pueden ir sin acento y que «evento» se puede usar en el sentido de «Suceso importante y programado, de índole social, académica, artística o deportiva». Y bueno, parece que ya encontré mi tope. Me niego a usar la k en vez de la q y la c y me niego a usar anglicismos cuando hay palabras en español que describen adecuadamente lo que se nombra (excepciones: Internet, blog, fax, ya saben, ese tipo de palabrillas).

    No me molestan las palabras de reciente invención o el juego con el lenguaje, pero -chale- hay cambios con los que no juego. Supongo que en treinta años alguien hablará de mí como yo hablo hoy de la tía Lulis: «Mi tía Raxxie, que habla como se hablaba cuando el español aún era una lengua independiente del inglés, qué retro», dirá.

    Sufro. Y lo único que podría consolarme sería un vaso jaibolero lleno de jugo de uva frío, pero de ese jugo de uva que venía en botella gorda, de vidrio.