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  • ¡10 años de blog!

    ¡10 años de blog!

    Revisión de planas

    Wow. Resulta que el 29 de septiembre cumple diez años mi blog. Si fuera una niña o un niño, estaría en quinto de primaria, aprendiendo a hacer raíces cuadradas y a conjugar el antecopretérito (no, no tengo idea de qué se ve en el programa de quinto de primaria). A menos de que fuera una niña genia (o un niño genio, pues), en cuyo caso estaría en el MIT o algo así. O no: a lo mejor le tocaba una maestra poco comprensiva, la niña genia (o niño genio) se aburría, se volvía maldosa (o maldoso), lo expulsaban de la escuela y en vez de estar en el MIT estaría viendo la tele día y noche, organizando una mafia de niñas genias y niños genios incomprendidas e incomprendidos, o drogándose…

    Ay, no: qué bueno que esto es un blog y no una niña o un niño, genial o no. (También me da gusto que sea un blog y no un velocirraptor, por ejemplo: escribirle encima sería complicado e incluso peligroso).

    Y bueno: en estos diez años han pasado montones de cosas: cambié varias veces de trabajo, dejé de dar clases y volví a dar clases, me casé, adopté tres gatos más, murió la Cuca (que aparece en uno de los primeros posts del blog), dejé el blog por temporadas, lo retomé, volví a abandonarlo…

    Con todo, creo que una de las cosas más importantes que hice en estos muchos años ocurrió justo en 2011: un día, decidí que no me iba a hacer tonta con respecto a mi relación con las letras. «Bueno, pues lo que yo quiero es escribir», pensé. Y no me refería a escribir oficios y memoranda, sino a escribir en serio, inventar historias, algo así.

    Pero a diferencia de otras veces que había pensado algo parecido, ese día de 2011 me puse un objetivo, metas a corto plazo y meta a largo plazo, como para tener una guía del tipo «voy bien o me regreso».

    «Voy a publicar en revistas al menos cada tres meses», decía mi meta a corto plazo, «y voy a terminar el coso que estoy escribiendo y voy a buscarle editorial para que en 2013 o 2014 vea la luz». «Ah, y voy a dejar de decirle coso: es una novela, qué caray».

    Terminé la novela en agosto de 2011 y acabé de corregirla en diciembre. Luego, en enero o febrero de 2012, la mandé a un concurso, con la intención de «dejarla ir»: separarme de ella, darla por terminada. Mientras, cumplí con lo de los cuentos y me publicaron uno en castálida, otro en Luvina, otro en la Revista Digital de la Universidad.

    Y de repente, en junio pasado (seguimos en 2012), recibí una llamada: ¡la novela ganó el concurso! -aquí debo decir algo importante: no se trata de cualquier concurso: es el Premio Gran Angular de Novela Juvenil, convocado por la editorial SM, una de mis favoritas.

    Claro, la novela no está acá en el blog (a diferencia de algunos de mis cuentos y mis «variainvenciones», que es un modo elegante de llamar a los textos alucinados que parten de un «¿y si…?»); pero estoy segura de que sin este ejercicio nunca me habría atrevido a decir: pues bien, lo que quiero es escribir.

    Hoy es lunes 10 de septiembre. El jueves 13 será la premiación de mi novela. Es un excelente modo de festejar los diez años del blog. Y quería compartirlo con quienes han seguido a ratos mi indisciplinada incursión blogueril (indisciplinada y azarosa, pero larga, eso que ni qué).

    Anuncio: ganadores de los premios Barco de Vapor y Gran Angular de SM

  • ¿Por dónde empezar?

    Hoy, 1o de julio de 2012, día tan importante en México, les comparto un textito talmúdico para que lo reinterpreten a su gusto. Viene de «Retratos y leyendas jasídicos», de Elie Wiessel.

    «Como dice el Talmud de que es suficiente que todos los hombres se arrepientan para que llegue el Mesías, decidí influir en ellos. Estaba seguro de tener éxito. Pero, ¿por dónde empezar? El mubndo es tan vasto. Empezaría por el país que mejor conocía: el mío. Pero era tan enorme, mi país. Bueno comenzaría por la ciudad que estaba más próxima: la mía. Pero es tan grande mi ciudad… apenas la conozco. Bueno, empezaré por una calle. No, por mi casa. No, por mi familia. Bueno, empezaré por mí mismo.» (atribuido a Rabí Shmelke)

  • La nota de hoy del Reforma Online

    Como mucha gente (yo incluida) no tiene suscripción al Reforma, reproduzco aquí su nota de hoy sobre, ejem, sobre mí (y sobre Juan Carlos Quezadas). Aclaro: la Cucarachita se llama Martina y yo tengo aún 35 años. Fuera de eso, todo superb.

    Premian literatura infantil y juvenil

    Jorge Ricardo
    Ciudad de México (26 junio 2012).-«Me siento como la cucarachita Martínez», dijo vía telefónica Raquel Castro Maldonado, ganadora de los 150 mil pesos del premio de literatura Gran Angular. «Me siento así porque pareciera que me he encontrado un peso reluciente y ahora estoy pensando qué hacer con él, lo que sí es seguro es que me da más confianza para seguir escribiendo».

    Raquel Castro tiene 36 años, nació en la Ciudad de México y ganó con la novela Adiós, Atari, una historia, por lo que se pudo saber (las obras serán presentadas el 27 de septiembre en el Auditorio Nacional), que aborda el proceso de maduración de una joven. «El libro -dijo el jurado-, aborda de manera abierta y desprejuiciada una serie de temas que trascienden el contexto en el que se desarrolla: la vocación, la relación padres e hijos, el consumo de drogas, la sexualidad, las tribus urbanas, la amistad, por mencionar algunas».

    El Premio Juvenil Gran Angular se creó en España en 1978 junto con el de Literatura Infantil El Barco de Vapor. Fue creado por la editorial SM, la editorial que actualmente lo entrega también en México en colaboración con la Dirección General de Publicaciones del Conaculta. El anuncio que se realizó esta mañana en la Fonoteca Nacional fue muy agradecido por Raquel Castro. «Esto me da más seguridad en mi trabajo, porque yo escribía dos cuartillas y me ponía a llorar o no a llorar pero sí pensaba si era bueno o si mejor debería tirarlo a la basura», dijo.

    El fallo del Premio de Literatura Infantil El Barco de Vapor también fue anunciado hoy. El ganador fue para Juan Carlos Quezadas, quien nació en la Ciudad de México hace 42 años. Su novela se titula Desde los ojos de un fantasma.

    En la conferencia de hoy también se leyó un fragmento. La obra se ubica en un momento de gran contaminación ambiental por el plástico, de la que la ciudad de Lisboa es la única que se salva.

    «(Es) una novela contemporánea, original, polifónica, con buen manejo del humor, la ironía y la sátira», determinó el jurado compuesto por Javier Malpica, Rebeca Cerda, Ana Sofía Ramírez, Bárbara Bonardi y Laura Guerrero. El jurado del Gran Angular se compuso por Javier Munguía, Verónica Murguía, Luis Bernardo Pérez, Federico Ponce de León y Julio Trujillo.

    Juan Carlos Quezadas dijo que los premios literarios son como accidentes que a veces ocurren. A él ya le ocurrieron dos. En 2008 ganó el mismo premio, y ahora otra obra suya también recibió una mención honorífica en el Gran Angular. «¿Qué haré con el dinero? Los premios son como cochinitos que tienen los escritores, hay que administrarlo bien y hay que estirarlo lo más que se pueda por como están las cosas».

    Los dos ganadores fueron enlazados a través del teléfono. Además de ellos, los organizadores reconocieron con menciones honoríficas a Emilio Ángel Lome Serrano, por Siete lagartos sospechosos tosiendo debajo de un paraguas, en la categoría Barco de Vapor, y Alfredo Ruíz Islas, por El oro de Isarar; a Óscar Martínez Vélez, por Pizzería paranormal, y a Juan Carlos Quezadas con Cartografía para lugares imposibles, estos en la categoría Gran Angular.

    A la conferencia de prensa del anuncio acudieron los miembros de los jurados, Luis Bernardo Pérez y Rebeca Cerda, así como directivos de la Editorial SM, Laura Lecuona, Elisa Bonilla y Claudia Reyes, en representación del Conaculta asistió Claudia Reyes, la directora de Promoción Editorial y Fomento a la Lectura.

    Los cheques y los libros de los premios en su edición número 17 serán entregados el 27 de septiembre en el Lunario del Auditorio Nacional.

  • Adiós, Cuca

    Adiós, Cuca

    Se llamaba Cucurumbé y era, por supuesto, negrita. Su madre, Miau II, era negra también y había llegado a mi vida cuando era apenas un bebé: la compré en un tianguis, en un impulso, nomás de la tristeza que me daba verla en una jaula, tratando de escalar. No hacía tanto de la desaparición definitiva de Miau I, que era blanca y tenía un ojo azul y el otro verde, y cuya historia contaré en otra ocasión.

    Así que Miau II se incorporó entusiasta a nuestra vida familiar, que era un poco un desmadre, lo que sea de cada quien. No se me ocurrió que habría que operarla, y tuvo una camada variopinta. Nos quedamos a la que parecía su clon, a los otros los regalamos. La clon, negrísima y con actitud rebelde desde chiquitita, se llamó Cuca, porque Miau III era un exceso.

    Luego Miau II tuvo otra camada, la última. Una camada con mala suerte: un gatito se murió, otro se escapó. Al tercero lo regalamos bien, el cuarto se quedó con nosotros. Mi hermano lo bautizó Beakman.

    Miau II desapareció de repente, cuando aún estaba criando a Beakman y sus hermanos. Sospechamos que la envenenaron o la robaron, porque un día nomás no regresó. Entonces Cucurumbé tomó su lugar y se dedicó a cuidar de sus medios hermanos. A regañadientes, creo, porque les pegaba de vez en cuando si se ponían muy cariñosos, pero igual los bañaba y dormía con ellos y les compartía la comida.

    Total, que se quedaron Cucurumbé y Beakman. Y el nombre de ella se acortó, porque así pasa con la cercanía, el tiempo y el cariño, que hacen que se acorten o se alarguen los nombres con diminutivos ridículos de tan amorosos: Cucurucha. Cucaracha. Cucurumbuca. Al final gana la practicidad casi siempre: Cúcaramácaratíterefue tomó el nombre artístico de Cuca.

    La Cuca fue musa de este blog desde el principio. Aparece por primera vez aquí. Como todos los gatos, tenía sus hábitos que la hacían única e irrepetible: le gustaba jugar con una corcholata en particular, que guardaba detrás del refri cuando terminaba de usarla; era una cazadora excelente y traía ratones de las casas vecinas para soltarlos en mi cuarto y hacer su safari mientras yo, aterrada, escuchaba todo desde mi cama; exigía que se le rascara la panza en el punto exacto del patio que se le antojaba; cuidaba a Beakman y decidía con cuáles de los gatos vecinos compartir la comida y el espacio. Dormía en mi cama y un par de veces me puso el susto de la vida al levantarse a bufarle a algo que ella veía pero yo no.

    Su mayor excentricidad: le dábamos golpecitos en la grupa y, al dejar de hacerlo, ella salía disparada a buscar el zapato más cercano y esconder en él la cabeza.

    Cuando me fui de casa de mi papá, Cuca y Beakman se quedaron. Acostumbrados a su jardín, su patio y sus humanos, hubiera sido absurdo llevármelos. Además no sólo eran mis gatos: eran, son, de mi papá y de mi hermano; también adoptaron a Mary, la esposa de mi papá, y se lo demostró la Cuca dejándole cadáveres de pajaritos y ratones en la almohada o junto a sus zapatos. Dejar atrás a mis gatos no fue fácil, pero a veces uno tiene que aprender a desprenderse. Y cada visita a casa de mi papá era también visita a los mininos.

    El viernes, la Cuca no quiso comer. El sábado la llevaron al veterinario y el diagnóstico no fue grato: insuficiencia renal y cardiaca, anemia, quizá una hemorragia interna. La doctora dijo que la mejor alternativa era dormirla. Mi papá me llamó anoche, domingo, para que tomáramos juntos la decisión. La Cuca nació en 1997 o 1998: incluso si nos poníamos necios, era de lo más improbable que saliera de ésta. Estuvimos de acuerdo en que no tenía caso someterla a sufrimientos innecesarios.

    ¿Dije ya que a veces cuesta mucho desprenderse? Dejar ir a alguien a quien amas, sea o no humano, debe ser una de las cosas más cabronas de la vida. Pero si ese alguien sólo te dio siempre lo mejor que estuvo en sus manos (o sus garras), se lo debes: pensar un ratito en su bienestar y no en el propio. Así que anoche la Cuca se durmió, no a los pies de mi cama, sino en el consultorio de la veterinaria, para ya no despertar más. Voy a extrañar a la gatita dark.

  • El día mundial de Internet

    El día mundial de Internet

    Me entero, no sin sorpresa, de que hoy es el día mundial de Internet (cabe la posibilidad de que me haya enterado el año pasado, y se me haya olvidado, así que la sorpresa sigue siendo válida). Esta noticia me puso a pensar en mi propia relación con la red. A fin de cuentas, somos amigas desde hace ya muchísimo tiempo y es parte importante de mi cotidianidad. Y me pareció un bonito modo de conmemorar la fecha metiendo una entrada sobre el tema en mi pobre blog, tan abandonado que está. (Y sí: ésta es esa entrada).

    Mi relación con Internet empezó en 1996. En esos entonces, yo no tenía computadora en casa (¡nunca había tenido!) y mi único curso sobre el asunto había sido en segundo de secundaria, para aprender logo, un programa para hacer gráficos. Ah, y a diferencia de mi amiga Heidi, que se volvió buenaza para las compus desde entonces, yo deserté del curso.

    Pero volvamos a 1996: en esa época, Angelito, un amigo de la universidad, nos pasó a varios el tip de que podíamos meternos a Internet en el centro de cómputo de la escuela (entonces se llamaba ENEP Aragón). Sólo había que pagar el servicio, decir al encargado que sí, que sabíamos usar las computadoras con red y listo.

    La noticia me cayó de lujo: yo, sin computadora en casa, sabía lo que era Internet porque era muy fan de la revista Colors de Benetton, que desde años antes incluía en su directorio hipervínculos a visitar. Así que pagué mi acceso al centro de cómputo, reuní mis revistas Colors y me apersoné a mentir descaradamente al responsable del servicio.

    —¿Sabes usar Unix? —me preguntó, mirándome con desconfianza. Tenía yo todo para estar mintiendo: era de la carrera de comunicación (que apenas llevaba una materia de «introducción a la computación» y otra de «introducción a word y a excel» en su plan de estudios), era mujer (bueno, sigo siendo) y era del grupito de darketines que se sentaba en un pasillo a ver pasar a la gente en vez de entrar a todas las clases y hacer tareas y esas cosas. ¿Cómo se podría suponer que yo hubiera aprendido Unix?, parecía decir su cara.

    Mientras, yo ponía mi mejor cara de póker (no es por presumir, pero sigo siendo excelente para poner esa cara inexpresiva), aunque por dentro tenía ganas de correr. Antes de que lo hiciera, el tipo se dio por vencido.
    —Llena esto, firma aquí, firma acá, ven mañana por tu clave.

    Al día siguiente me dieron mi clave de ingreso, que era también la de mi primer cuenta de correo: raqcm@hp-720.aragon.unam.mx y el password, que no recuerdo pero que cambié por rasha1 (no: ese password ya no lo uso para nada). Y entré a la sala llena de computadoras hp720, unos maquinones grandotes, de pantalla gigante-pera-esos-tiempos. Ahí llegó mi primera desilusión: ¡no sabía prender una computadora! Suponía que tenían un botón o switch o algo, pero ¿dónde estaría? Busqué y busqué. Estaba a punto de darme por vencida cuando se levantó de otra compu un tipo gordito y fodongón (¡mi primer acercamiento con un nerd!), se me acercó, y se ofreció a ayudarme. El cuate (en este momento acabo de recordar que se llamaba Arturo y que era estudiante de ingeniería en computación) se convirtió en mi mentor: me enseñó no sólo a prender la compu, sino también a usar pine y elm para revisar mi correo; a abrir netscape desde el sistema operativo; a imprimir (el comando es ls, creo recordar) y a saber cuánta otra cosa. Yo era buena alumna: le pedí prestado un libro a mi primo Marco (ay, todavía tengo el libro… y de repente, todavía lo leo!) y tips diversos para una más feliz navegación (en esos tiempos, mi primo estudiaba una carrera computosa en el Tec de Monterrey).

    A los pocos meses yo ya me metía hasta al autocad, nomás por ociosa; tenía amigos virtuales en el tec, en el poli y en otros países (sobre todo, amigos góticos y fans de les luthiers); cotorreaba en chatrooms .html, jugaba MUDs y pasaba horas bajando fotos a diskettes.

    Al semestre siguiente me prohibieron entrar a la sala de las hp-720, pero a cambio me asignaron a una de pc’s. Yo instalé el icq (un programita de mensajería instantánea, para quien no lo sepa) en varias de ellas y me convertí en la Guía-Oficial-Para-NoIngenieros que pagaban su clave y llegaban al centro de cómputo sin saber cómo prender una máquina.

    Luego tomé un curso de diseño de páginas web e hice la mía, en geocities (q.e.p.d.); me volví adicta a los clubes -y luego a los grupos- de Yahoo; abrí mi primer blog (este mismo, pero entonces estaba en blogspot.com); tuve páginas favoritas como Dark Side of the Web, Hecklers (RIP) y Numancia, ciudad virtual (RIP); pero, sobre todo, hice amigos. En esa época, para mí, la red fue sobre todo una herramienta social que estaba íntimamente ligada a la mal llamada vida real: por ejemplo, amigos españoles me mandaron vhs con shows de Les Luthiers. No es poca cosa: Nancho, un amigo de Valencia, tenía los videos en casa de sus padres. Tuvo que ir a visitarlos, buscar las cintas, transferirlas de PAL a NTSC y mandarlas en un envío transoceánico, sólo porque éramos amigos. Si eso no es real, entonces no sé qué es.

    Para cuando perdí mi cuenta raqcm@hp-720.aragon.unam.mx, ya tenía acceso a Internet en casa (y computadora, claro). Desde entonces he tenido montones de cuentas de correo (en hotmail, yahoo, excite, raqmail en zzn, fatalespejo, etcétera) y perfiles en blogger, myspace, orkut, hi5, linkedin, goodreads, facebook, twitter y a saber cuántos sitios más. Algunas las conservo por nostalgia; de otras no recuerdo el password; otras murieron cuando el servicio correspondiente fue desconectado (ay, como mi página en geocities).

    Me gustaría hablar de los trolls, del modo en que el anonimato de la red afecta a algunos, de la manera en que la publicidad se ha ido metiendo a la red; pero hoy, día mundial de Internet, mejor me quedo con el buen sabor de boca del lado solidario, lúdico y gozoso de la vida virtual. Que siga por mucho, mucho tiempo.