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  • Casita nueva

    Casita nueva

    Hoy en la tarde estuve viendo un programa de tv sobre acumuladores… ¡No! ¡no hablo de piezas de automóvil! -me refiero a los hoarders, gente que se dedica a acumular objetos o, gulp, animales. Lo más terrorífico de estos casos es que todos empezaron con un grado más o menos normal de desorden y dejadez, pero en algún momento se les salió de las manos y ¡tómala!: casas llenas de piso a techo de periódicos, tuppers, acumuladores (ahora sí, de autos) o gatos.
    Impresionable que es una, corrí al estudio de Alberto para pedirle que nunca nos convirtamos en hoarders, ni siquiera de libros (bueno, bueno: unos cuantos libros más no harán tanto daño) y, platicando de las cosas que hemos ido dejando para después, salió a tema esta paginita.
    ¿Cuánto tiempo hace que no actualizamos la información de Acerca de este blog?, me preguntó Alberto.
    Años, admití.
    Lo genial de tener un Alberto es (entre otras genialidades que no vienen a cuento ahorita) que muy lindo él se puso a poner al día las partes estáticas de raxxie.com (si dan click a las pestañitas de arriba, verán que ya hay información de mis librines, aparte de que está actualizada la de «acerca de». También me ayudó a crear una página «de autora» en Facebook, para que las cosas relativas a mis proyectos literarios estén en un solo sitio (la página en cuestión está acáhttps://www.facebook.com/pages/Raquel-Castro-escritora/1382367392087875).
    Así que empezamos abril con limpieza de casita bloguera y con inauguración de casita feisbuquera. En ambas, por supuesto, son ustedes muy bienvenidos :)
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  • Festín de muertos: una antología de cuentos mexicanos de zombis

    Festín de muertos: una antología de cuentos mexicanos de zombis

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    Desde que me acuerdo, cada vez que me gustaba un mueble en una tienda, pero que por algún motivo no ajustaba del todo a nuestras necesidades, mi papá me decía: «haz el diseño y se lo pedimos a tu tío Miguel». (Sí, mi tío Miguel es carpintero). Por su parte, mi mamá tenía una costurera de confianza y, cada vez que nos gustaba un vestido en una tienda, pero por alguna razón no era perfecto (estaba muy corto o muy largo, no había en el color que me gustaba o le sobraba encaje) me decía: «fíjate bien cómo es para que compremos la tela y vayamos con la modista». No pasaba todo el tiempo y también teníamos muebles y ropa de tienda, que conste. Pero la idea era que siempre existía un modo de obtener las cosas, incluso si no las había. Con el paso de los años se me quedó la costumbre.

    pvz2-iconPor eso, cuando Rafa Villegas y yo nos pusimos a platicar de una pasión compartida, los zombis, y vimos que no había una buena antología de cuentos mexicanos de muertos vivientes, me pareció lo más natural del mundo la conclusión a la que llegamos: armarla nosotros. Al principio parecía sencillo: hicimos una lista de autores a los que les teníamos  la suficiente confianza como para pedirles un texto sin tener una editorial interesada o un pago de por medio y abrimos una cuenta de correo para escribirles. Luego la cosa se complicó: ¿incluiríamos cuentos nuestros en la antología? Los dos nos moríamos de ganas, pero decidimos que no estaba chido: aparte de que se ve mal siempre queda la duda de cómo se eligieron los cuentos de los antologadores (suena un poco a dedazo, ¿no?).

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    Una vez resuelto el tema, la cosa se complicó todavía más: queríamos que hubiera equilibrio entre la presencia de autores y autoras, y también que hubiera representatividad de diversas regiones del país; pero también queríamos que hubiera calidad en los textos… y no teníamos nada qué ofrecer a los autores: ni una garantía de que la colección fuera a publicarse. Hubo autores que de plano nos ignoraron el mail, otros que de plano nos dijeron que no podían entrarle, otros que dijeron que sí pero al final dijeron que no y otros que nos mandaron sus cuentos. La primera versión de la antología nos parecía sensacional y estábamos súper emocionados porque de pronto teníamos mucho material de lectura zombi, inédito o poco conocido, sólo para nuestros ojos. Aquello era un festín.

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    Pero entonces la cosa se complicó más: después de proponer correcciones a los autores (esta parte es siempre muy delicada, porque a veces se trata de dedazos o inconsistencias, pero a veces implica meterse con la estética del autor o con la estructura de la historia, gulp), nos pusimos a buscarle casa a la antología. No les voy a contar cuántos «no» recibimos ni cuántos mensajes quedaron sin respuesta, porque eso es normal en el proceso de buscarle casa a un libro y nadie en su juicio debería tomárselo personal. Además, porque al final tuvimos una respuesta de ensueño: Editorial Océano se interesó. Nos dio el sí, como quien dice.

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    Pro antes de brincar para festejar, la cosa volvió a complicarse: nosotros habíamos armado una antología de zombis pensando sólo en nosotros como lectores. La editorial nos abrió las puertas en su división juvenil. Nos vimos en la tarea ingrata y terrible de dejar fuera algunos textos que, por tono, temática, extensión o desarrollo, no iban con el perfil. Yo creo que fue la parte que más nos dolió a Rafa y a mí, sobre todo porque, de entrada, los autores nos habían dado sus textos con entusiasmo, profesionalismo y confianza, y venir a decirles «fíjate que siempre no» fue muy canijo. Muy. Hubo reacciones diversas, desde las más cálidas y comprensivas, que guardo como un tesoro en mi corazón (perdonen la cursilería, pero es neta) y que espero poder emular las próximas veces que vuelva a verme yo, como autora en esa misma situación (nadie que escribe está exento del «no») hasta unas que todavía me duelen cuando las recuerdo, aunque las comprendo y no las juzgo, pero ya mejor voy a cambiar de tema porque me estoy poniendo chípil.

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    Lo que sigue es aburrido de leer, supongo (ilusa de mí, quiero pensar que lo anterior no lo ha sido). Esperar, revisar fichas, proponer últimas modificaciones, esperar, esperar, proponer portada (esperen, esa parte sí está chida: cuando de la editorial nos preguntaron si teníamos propuesta para la portada, me salió lo fan del trabajo de Richard Zela, a quien no conozco en persona, que conste, y lo propuse. El único dato de contacto que tenía de él es el que viene en su página web, pero con eso la banda genial de Oceáno Travesías tuvo, y lo contactó, y le interesó, y tenemos la portadaza de Richard Zela que ilustra esta entrada (acá abajo: una muestra del trabajo de Richard, tomado de su sitio web).

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    Y lo que sigue es que ¡ya salió de prensa la antología! Y quedó tan pero tan bonita que me muero de ganas de que esté al fin en librerías, y de que todo mundo la consiga, la lea y la disfrute.

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    Y me muero también de gratitud, claro: a Rafa, por no haber quitado el dedo del renglón desde la primera vez que platicamos del asunto; a Alberto, por habernos aconsejado, pasado contactos (de autores y de editoriales), echado porras cuando más falta hacían; a los autores y autoras (los que al final quedaron en la antología y los que no); a Editorial Océano, por haber creído en esto; a los zombis y a sus fans.

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    Por cierto: acá, en el blog de Rafa, pueden ver el índice y algunas fotitos de interiores de la antología ;)

     

     

     

  • Reyes Magos

    Reyes Magos

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    Por supuesto, hoy toca recordar la víspera de Reyes de cuando era niña. Es curiosa la percepción del tiempo: si hacemos cuentas, lo más probable es que sólo haya sido realmente consciente de la emoción de la noche previa al seis de enero de un puñado de años (quizá de mis tres a mis once años) pero en mi recuerdo es una vida entera. Y sólo recuerdo el último regalo de Reyes: una barbie aeróbica, con su leotardo azul eléctrico, sus calentadores y sus zapatillas como de ballet (tonta barbie: seguro las rodillas se le hicieron pomada por no usar unos buenos tenis). Pero recuerdo vívidamente la mañana del seis de enero: recuerdo el momento de levantarme de la cama e ir, todavía a oscuras, al balcón, a ver qué había en mi zapato. Me gustaban más Los Reyes que Santaclós: como eran tres, podía pedirle una cosa distinta a cada uno. No es que me las trajeran, que conste, pero era bonito poder pedir por triplicado. Y lo que me gustaba más de ellos era que contestaban mis cartas. Oh, sí. Y no sólo las contestaban, sino que lo hacían con una tinta invisible que sólo daba a ver los trazos cuando calentábamos la hoja sobre el foco de la lámpara. Claro, eso no lo descubrí yo sola: fue mi papá quien tuvo la idea de ver sobre la lámpara esa hojita aparentemente en blanco… (No sé si pasó una sola vez o si ocurrió muchas: en mi memoria es como si cada día de Reyes hubiera habido cartita revelando una caligrafía clara y bonita sobre la hoja). Era magia, claro. No por nada eran Reyes Magos. Por eso podían visitar todas las casas en una noche, interceptar las cartas enviadas en globo y, sobre todo, evaluar si lo que uno necesitaba era realmente lo puesto en la carta o alguna otra cosa (la idea no era mía sino de mi mamá).

    Creo que dejé de creer en ellos dos veces. La primera vez fue a los nueve años, creo. Alguien en la escuela me dijo que ni Santa ni los Reyes existían. Se lo dije a mi mamá esa noche y ella me dijo, palabras más, palabras menos: «Existen para quienes creen en ellos. Si dejas de creer, dejas de existir para ellos y dejan de traerte regalos y dejan de existir para ti». Habíamos leído recién «El Clan del Oso Cavernario» (la habían leído ella y mi papá y me la habían ido contando)  y la idea de que alguien pudiera dejar de existir para otros, por pura fuerza de voluntad o por creencias, estaba fresca en mi memoria. Evalué la situación y decidí que nos convenía más a todos que yo siguiera creyendo. También decidí que eso explicaba que en casa de mi compañerita chismosa no hubiera Santa ni Reyes: primero ella había dejado de creer, entonces habían dejado de llegar, y si sus papás habían sido descubiertos dejando juguetes junto al árbol era porque habían intentado evitarle la desilusión…. Pobre de ella. Mejor no decir nada que la hiciera sentir peor, pensé. Así que a partir de entonces jugué al doble agente: en la escuela no creía en Los Reyes, ni en Santa, ni en el Ratón de los Dientes, pero en casa sí, y con fervor.

    La segunda vez que dejé de creer en Los Reyes tenía once años. Mi hermano se acababa de dormir y mi mamá me dijo que me vistiera, que íbamos a salir. Mientras caminábamos por la calle de Argentina, las dos solas, me dijo algo del tipo: «Tú ya sabes, yo sé que tú ya sabes, ayúdame a escoger tu regalo de Reyes». En cuanto acabó de decirlo me di cuenta de que, efectivamente, yo ya sabía y que no era una revelación traumática. Al contrario, estaba divertido. Emocionante. Estaba en la calle a una hora a la que nunca acostumbraba andar en la calle. Y cuando llegamos a la juguetería ARA (creo que era ARA) frente al Templo Mayor, ¡qué sorpresa! Había muchísima gente. Mucha mucha mucha. Y yo era la única menor de, no sé, veinte años. Me sentí madura e importante. Nos formamos y nos dieron una ficha. Mi mamá me dijo que pensara en qué quería yo y en qué podía querer mi hermano (¿será que ese año no hicimos carta?) y que, por si acaso, pensara en una segunda opción. Yo quería una barbie aeróbica. Había tenido una y la había odiado por tener los brazos extendidos, había cortado su leotardo para convertirlo en una especie de ombliguera y unos mallones. Pero luego me empezó a gustar su carita y decidí que era más bonita que las otras. Era tarde para mi primera Barbie Aeróbica, porque tenía un pie mordisqueado y el pelo enredado más allá de toda posibilidad de redención. Pero si podía tener una nueva seguro la iba a querer mucho y cuidar más. Para mi hermano creo que elegí un He-Man o algo por el estilo.

    Cuando al fin nos tocó turno pedí la barbie y sí hubo. Fiu. Regresé a casa toda emocionada, había sido genial ver el Templo Mayor de noche, y a tanta gente formada para comprar juguetes. Me sentía parte de un secreto. Yo era uno de los Reyes Magos.

    En la mañana desperté tempranito y muy emocionada. Vi la alegría en el rostro de mi hermano al explorar sus regalos y me descubrí yo también emocionada al encontrar la barbie aeróbica junto a mi zapato.

    Los Reyes no me traen nada desde hace mucho. Pero igual me emociono cuando pienso en la ida a dormir con los nervios de estar esperando una maravilla, la emoción tempranera al ver que sí sucedió, la carta con tinta invisible, el hecho de que hubiera regalos en el balcón (más que los regalos en sí mismos). Es tan placentero que ¿por qué iba a dejar de creer en todo eso?

     

     

  • Pirañas del mundo ¡uníos!

    Pirañas del mundo ¡uníos!

     

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    Estaba yo en la prepa cuando empecé a dibujar mi cómic «La saga de la piraña humaña». Estaba segura de que sería un exitazo, pero me topé con un obstáculo inesperado: no sé dibujar. No sabía entonces, sigo sin saber. Más o menos me salía mona la cara de la Piraña Humaña, pero hasta ahí. Así que la saga quedó inconclusa hasta que decidí intentar de nuevo, esta vez como cuento. La versión más temprana de esa historia debe andar por aquí, en este blog. Pero no me satisfacía del todo, así que la retrabajé mil ochomil veces y finalmente quedé satisfecha :)

    Por otra parte, fue una sobredosis de pelis de zombis lo que me hizo escribir «Historia de amor», un cuento que, cuando apareció en mi cabeza la primera vez, fue una pesadilla tremebunda. También es ya un cuento con el que me siento más o menos segura (la verdad es que siempre que veo a alguien leyendo algo que yo escribí me entra la peor de las inseguridades, pero esa es otra historia).

    Otra historia mía, «La saga de P. Espín», apareció primero en este blog una vez que estaba yo bien enferma. Se me hace que con fiebre. Pero luego hice lo que con las otras dos: me arremangué las mangas, me apoltroné las poltronas y me puse a trabajar hasta que quedó un cuento que me gustó.

    Les cuento esto porque esas tres historias son ahora un libro de cuentos. Mi primer libro de cuentos. Es decir, ya hay cuentos míos en libros, pero nunca habían tenido un volumen para ellos solos. Como si tuvieran su primer depa sin roomies. No es un libro impreso, sino electrónico, lo que me hace la mar de feliz, porque yo soy tan fan de lo impreso como de lo electrónico (empecé a suspirar por los ebooks desde el siglo pasado, imagínense). Por si fuera poco, la idea de este libro no fue mía sino de Salvador Luis Raggio, quien es autor intelectual de la muy bonita colección Absurdia & Suburbia, que vendría a ser el residencial exclusivo donde mis cuentos consiguieron su depa sin roomies. O sea, hay varios motivos para sentirme emocionada y feliz.

    Por supuesto, sería todavía mayor mi felicidad si ustedes, que me leen desde hace tanto tiempo (y ustedes, que cayeron por casualidad en este blog buscando otra cosa -capaz que fue el destino el que los trajo acá-), se animaran a descargar el libro. Yo misma acabo de hacerlo, así que les puedo hacer el tutorial paso a paso.

     

    Tutorial paso a paso

     

    1. Entran a esta liga de Book Marketplace. (La dirección a la que están dando click es http://books-marketplace.com/fiction/collections/coleccion-absurdia-and-suburbia-editada-por-salvador-luis/piranas-del-mundo-unios-en.html) y se van a encontrar con la opción «add to shopping cart». Le dan click. (Sí, primero pueden leer la sinopsis tan bonita que hizo Salvador Luis o la foto tan favorecedora que me hizo mi hermano. Pero luego de eso, anden, sin pena, denle click a «add to shopping cart»).

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    2. (Este es el botón. Arriba pueden ver que son sólo 3.99 dólares, o sea, como 60 pesos al tipo de cambio actual -y esperemos que pare ya el desliz del peso, sniff).

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    3. Les va a aparecer un pop-up con dos opciones: seguir comprando («keep shopping») y hacer el check out («check out»). Si quieren comprar más libros de Absurdia &  Suburbia, padrísimo, de verdad. También pueden buscar ahí la novela de Erika Mergruen «La casa que está en todas partes»: no se van a arrepentir, de verdad. Es más, les dejo la liga acá. Pero si por esta vez no quieren comprar nada más, hagan click en «check out».

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    4. Si ya han comprado antes en The Book Marketplace no ncesitan el resto de este instructivo. Pero si no, hagan click en «register» para registrarse como cliente nuevo.

     

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    5. Van a tener que llenar un formatito pero de verdad que es sencillo y rápido. Yo tardé menos de dos minutos, y eso que al mismo tiempo estaba tomando estas fotos y jugando candy crush :P

     

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    6. Como es libro electrónico, verán que no hay gastos de envío, sin importar en qué lugar del mundo estén (¡yei! ¡ventajas del ebook!)

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    7. Ahora viene la parte que suele ser más dolorosa: el pago. Pero como son sólo 3.99 dólares, y como los cuentos son relindos, y como ustedes me quieren mucho (¿verdad? ¿verdaaaaad?), no lo va a ser tanto. Además: se paga con paypal, que es facilísimo y segurísimo (yo pago con paypal montones de cosas desde hace años y años y nunca he tenido un solo problema, se los jurito). Si no tienen cuenta de paypal, no hay problema: de todos modos pueden pagar usando este servicio gratis y seguro (eso sí: van a necesitar tarjeta de crédito). [Nota: La flecha roja señala la opción de pago con paypal. La verde señala la instrucción en caso de que no se tenga paypal, pero en cualquier caso se da click abajo, en donde dice «submit my order» -es el botón rojo que olvidé poner en un círculo, pero no hay pierde]

     

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    8. No voy a poner fotos de la transacción en paypal pero les juro que es fácil, rápida y en español. Cuando la terminan, les aparece el recibo, que pueden imprimir si quieren.

     

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    9. Entonces les va a llegar un mail de The Book Marketplace (bueno, les van a llegar tres: el que dice que bienvenidos como nuevos usuarios, el que  dice que su orden ha sido procesada y el que nos ocupa, que dice el número de su orden y que el acceso electrónico está habilitado («access to electronically distributed product is granted»). Lo abrimos…

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    10. …y ahí estará la liga de descarga, en epub y en mobi, que son los dos tipos de archivo de ebook más utilizados (ya de ahí lo pueden pasar a su kindle o leer directo en su pc usando un software especial para ello, como el que pueden bajar acá.

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    OJO: También lo pueden bajar directo desde la página de Books marketplace después de haber hecho el pago en paypal. Para ello, la cosa es así:

     

    9 del mundo paralelo: Paypal los redireccionará a Book Marketplace (y les dará una liga que dice «si no te redirigimos en automático en diez segundos, da click acá). Cuando regresan, llegan al resumen de la compra. Ahí dan click en «My order details».

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    10 del mundo paralelo: Llegarán a otra página donde está la liga «Download page». Click ahí.

     

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    11 del mundo paralelo: Les aparece la liga para bajar el libro en epub y en mobi.

     

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    En serio que es fácil y bien rápido. Y en serio que me encantará que lo lean y que me cuenten qué les pareció :)

     

     

  • La elfa enamorada

    La elfa enamorada

    NazgulEowyn

    ADVERTENCIA: SI NO HAN LEÍDO EL HOBBIT NI VISTO LAS PELIS, AQUÍ HAY SPOILERS.

    Estoy regresando de ver en el cine «El hobbit 3», que viene con el subtítulo de «La batalla de los cinco ejércitos», aunque bien podría ser «O cómo tirar a la basura al personaje principal porque el director no logra entenderlo». Hay montones de cosas que no me gustaron y unas poquitas que sí. Pero lo que me quedé pensando que quizá valdría la pena compartir acá es que no entiendo cómo hacen las adaptaciones dizque «de cuota de género». Es decir: entiendo que en esta peli (y las dos anteriores) sale Galadriel (que ni al caso) y le agregan una elfa guerrera para que nadie diga que son misóginos. Pero ¿de veras lo consiguen? La respuesta es que no. Porque Galadriel nomás parece parodia de El Exorcista y la elfa enamorada del enano no deja de ser la típica monita enamorada y bleh. Si de todos modos se iban a meter con la historia en vez de entender su contexto y su momento histórico, ¿por qué no hicieron algo más arriesgado? En vez de meter a la elfa, yo habría convertido a Bard en mujer. Imagínense: una madre soltera, que además es buenaza con el arco y la flecha, que desciende de los que rifaban long time ago en la ciudad pero que, por ser mujer (y madre soltera) no puede acceder a un puesto así (de hecho, la pondría al principio medio apestada). Y luego resulta que mata al dragón y se vuelve gobernadora y es la que trata de evitar la guerra tanto como sea posible. Y NO SE ENAMORA. No porque tenga yo algo en contra del amor, que conste, sino porque en esta historia no hace falta. También podrían hacer que Fili y Kili fueran Pili y Mili, enanas guerreras. O si de plano no conciben la vida sin amor, pus que uno de los enanos tenga un crush con el mismísimo Thorin (si les espanta mucho la onda gay, pues que sea una enana, pues. Quizá Balin – Balina, que estuviera enamorada desde su mocedad de Thorin pero ps no había podido ser porque así es de cruel la vida enanil).

    O si de plano era indispensable meter a la elfa, pues mínimo que sí se de sus besos con Fili y que al final no resulte que ella indirectamente ocasiona su muerte (qué es eso de ir a un rincón lleno de orcos gritando «Jelou, mai loooove! Anser miiiiii!»? Obvio que lo distrajo y ps pasa chueco lo que en el libro pasa tan bonito).

    En fin. Y la verdad es que Tolkien sí tiene personajes femeninos chulísimos. Por ejemplo, la hermosa y valiente Eowyn (nomás que es en El Señor de los Anillos y no en El Hobbit). Para muestra, un botoncito en versión animada: