Anoche fui a la farmacia y, en lo que venía el dependiente a decirme que no, que no tenía la medicina que yo necesitaba, me quedé mirando los empaques de cereales para bebés.
No, mis queridas tías ansiosas de sobrinos-nietos: no me quedé viendo los cereales debido a un súbito deseo de darle papillas a Un Nuevo Ser (MR), sino porque se me antojó un buen plato de cerelac. Tal cual.
¡Pero no tenían de esa marca! Así que, más a fuerzas que por gusto, vencí la tentación (ya paladeaba mentalmente el cerelac tibio con platanito en rodajas), pero me quedé pensando en esos placeres simples de mi infancia que hoy no existen más.
Volviendo justo al cerelac, mi hermano y yo lo comíamos con frecuencia. Yo, con la ligera sensación de estar haciendo algo incorrecto (porque pensaba que era para bebés y que una niña grande -¡de diez o doce años!- no debía seguir comiendo cosas para bebés.
Sin embargo, esa niña grande era la misma que tomó biberón hasta los seis años, así que no era tan difícil hacer a un lado la culpa y seguir devorando la papilla. Ojo: como saben los expertos, el cerelac se debe preparar con leche y no con agua, procurando que su consistencia sea casi la del engrudo (bueno, un poco menos, pero que no quede aguado) y que su temperatura esté por arribita de lo que consideramos tibio. El novamás, como ya quedó asentado, es cuando se le añade un plátano entero, en rodajas.
Un día, después de haber ido a vivir una temporada en Maryland y haber subido ahí unos quince kilos, mi mamá decidió que no comeríamos más cerelac, a menos que quisiéramos ser, mi hermano y yo, Tweedle Dee y Tweedle Dum para el resto de nuestras existencias. Si fuera un poco más cursi, diría que ése es el momento preciso en que dejé de ser niña para convertirme en una esclava de la báscula y el espejo (pero, siendo sinceros, sería de lo más falso, como pueden atestiguar mis ochenta kilos de gozo gourmet).
Lo cierto es que dejamos el cerelac y muchos años después quise comerlo de nuevo, pero ya no supo igual. Quizá algo cambió en mis papilas gustativas… o será que en los recuerdos siempre sabe todo más rico -o más gacho, según el tipo de recuerdo-; pero esa latita de cerelac que compré siendo ya adolescente se fue a la basura sin usarse más de una vez.
Hoy veo que la lata de cerelac con la que yo viví las mejores tardes de gula dice claramente que es «para lactantes, niños y adultos» y que tiene el dibujo de una ñora onda sex and the city, delgada y sexy, bebiendo su cerealito. Significa, por supuesto, que saliendo del trabajo IRÉ A BUSCAR MI CERELAC, y que si me preguntan, diré que estoy tratando de volverme -por supuesto- delgada y sexy a base de cereal, leche y plátano.
(Por cierto: ayer comí un taco de lengua y me supo TAN bien como me sabían cuando era niña. Y en este momento se me antoja un sandwich como los que preparaba mi mamá: jamón, queso, crema y frijolitos. yummy. O un buen plato de ropavieja como la que hacía mi abuela, con hartos chícharos. Ya me voy a comer algo).
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