Ayer fue miércoles. Fui a recoger mi acta. Y me la dieron. Así, a la primera. Sin tener que llorar, rogar o amenazar. Y estaba correcta. Todos los datos en su sitio.
La pura felicidad.
Así que hoy fui a la Universidá. A dejar el acta, claro. Pensé que para marzo o abril podría estar titulada: entrego el acta, me asignan sinodales, me dan sus votos, hago el examen. Así de simple.
Ilusa.
Llegué a la oficina correspondiente alrededor de las nueve. Letrero: atendemos de 10 a 2. Hice tiempo. Regresé. Ya estaban ahí. Esperé a que me atendieran (¡Era un reno de fieltro eso que cosía la secretaria del escritorio del fondo…?).
(PAUSA DRAMÁTICA)
Me atendieron, sí. Y me recibieron el acta. Y me dijeron que…
(NUEVA PAUSA DRAMÁTICA)
…que hay que esperar CUARENTA días HÁBILES para que terminen con la revisión de estudios y podamos seguir con lo que sigue. ¿Me avisan? No, yo tengo que ir, «darme mi vuelta» por ahí de finales de enero, para que me digan como va el trámite.
Bueno, cuarenta días hábiles de descanso, pensé.
Pero entonces me di cuenta de que no me han pagado octubre en la chamba. Pregunté y me dijeron que es un error. Que es cosa de un trámite de aclaración. Trámite. Burocracia. Brrr.
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