Un hombre es invitado a casa de un amigo. Cenan y platican hasta entrada la noche. Comienza una tormenta y el amigo invita al otro a quedarse, le ofrece la recámara de una de sus hijas.
Durante la noche, el hombre despierta porque escucha el llanto de una niña: es la hija dueña de la recámara. El hombre consuela a la muchacha, que dice que donde la mandaron a dormir pasa mucho frío. Pidse que la deje dormir con él.
El hombre duda, pues la niña tiene ya sus buenos doce años y comienza a tener sus buenas «turgencias»; pero cae en la tentación y la recibe en su cama.
Efectivamente, la chica está helada. El hombre le da calor y se agasaja, pero nomás un poquito. Cuando se levanta a desayunar, ve en la mesa a varios chicos y chicas, pero no la que pasó con él la noche. Pregunta por la dueña de su cuarto, haciéndose un poco el disimulado, y le dicen con tristeza que murió un año antes.
El hombre no es cualquier tipo, así que, en vez de aterrarse, les sugiere poner en la tumba de la chica un aparato de calefacción. Sin embargo, la familia no le ve caso al gasto y lo ignoran.
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