Categoría: Varia invención

Todo lo que no cae en otras categorías. O bien: pura loquera.

  • Otro reciclado: Y si Adelita se fuera con otro…

    ¿Quién se acuerda del Zapata de Arau? Por suerte (o por excelente labor de los psiquiatras del mundo) nadie, o casi nadie.
    Pero cuando apenas iba a salir dicha película, me pidieron un artículo sobre el asunto, y lo único que logré hacer fue esto:

    ¿Y si Adelita, por una vez y de veritas, se fuera con otro?
    por Raquel Castro

    Aparece Zapata, de Arau, y empiezan las quejas: que si la aproximación al caudillo es demasiado libre, que si de luchador social se convierte en instructor de yoga, que si el bigote es lo único en lo que se parece al personaje real… Yo, para variar, voy a quejarme de otras cosas. En particular, mi queja va, no en contra de lo que sale en Zapata, sino precisamente en lo que se queda fuera. Y ya encarrerados, extenderé mi descontento a lo que se ha quedado afuera, por años, del cine nacional: ¡La mujer revolucionaria, pues’n! (léase con acento ranchero, e imagíneme el lector atusando mi poblado bigotazo).
    Así es: cuando llega a aparecer en las películas, o es el alivio sexual de un sargento/teniente/coronel muy macho, o se trata de la Dulzura (así, con mayúscula) personificada. Como Lucero, nomás que sin guardaespaldas (ya sé: es un mal chiste, y además, pasado de moda).
    Si yo pudiera hacer una película sobre las soldaderas, y se me diera el permiso que Arau arrebató (de hacer trizas la Historia y basarse, mejor, en sus propios delirios personales), sería la flamante guionista, directora y productora de Persistencia de la Adelita. Y para que vean que soy bien compartida, aquí les va, a grandes rasgos, el argumento.

    Campamento rebelde: hay una fogata al centro, oscurece. Una armónica toca La Valentina. Un hombre cepilla a un cuaco más bien flaco y pulgoso. Una sombra se interpone entre la fogata y el hombre del caballo. Éste deja de tararear, deja de cepillar e incluso deja de respirar. Voltea, amedrentado, y en sus ojos vemos EL HORROR. La sombra lo envuelve y el hombre grita. Se le cae de las manos el cepillo.

    Entran créditos.

    De día, el Coronel Investigador mandado directamente por el General Pánfilo Nateras (único personaje de toda esta trama que realmente existió) comenta con un cabo los enigmáticos asesinatos que han sucedido. El cabo le dice que entre la soldadesca se rumora que se trata de… ¡Adelita! (¡charrán!). Como el Coronel no entiende, el cabo le cuenta la historia en un muy oportuno flashback:

    Flashback: Es el mismo campamento. El Sargento al Mando (es el mismo Coronel, nomás que con bigote, para que parezca que es otro, y sucio, para que se sepa que es el malo) está inspeccionando a las prisioneras. Una, en especial, lo irrita por valerosa e igualada, así que abusa de ella. Los soldados le dicen que es una de las mujeres más valientes que han visto combatir, que la conserve a su lado; pero nada: el Coronel no quiere tener de concubina a una enemiga. La manda al paredón.

    Regresamos del flashback y el cabo le dice al Coronel que la mujer mató al Sargento, huyó y prometió vengarse. Y que ya nadie sabe si Adelita es mujer o fantasma, o acaso el espíritu mismo de una lucha sin sentido (sic). El coronel decide enfrentarla…

    La historia continúa entre encuentros y desencuentros del Coronel y Adelita, que efectivamente es mujer de carne y hueso y se anda vengando del regimiento que masacró a su gente (madre, padre, hermanos y un amante bandido). Llega un momento en que el Coronel la convence de que la lucha no debe ser entre ellos, sino contra los otros, los poderosos, los que han puesto al pueblo mexicano hermano contra hermano(sic).

    Así, Adelita y el Coronel trabajan juntos, y la inteligencia y sabiduría militar de ella ha salvado en más de una ocasión al regimiento, con todo y Coronel (creo que el tipo es uno de esos intelectuales soñadores, que pelea pero en la vida ha tomado un arma). Se enamoran. Y hasta llega el momento en que el Coronel le propone que unan sus vidas formalmente y se olviden del pasado.

    Ella duda: todos estos años ha sido su venganza lo que le ha dado sentido a su vida. Las otras mujeres del campamento la animan a aceptar al Coronel (nota para la producción: a lo largo de la peli, veremos que las soldaderas son doble-jornaleras, es decir, que pelean pero además mantienen el sentido de hogar en el campamento, y que en cierta medida, son las verdaderas impulsoras de la revolufia).

    En fin: Adelita acepta. Gran fiesta. El Coronel le compra su vestido de seda y la lleva a bailar al cuartel. Y en el camino, le cuenta lo felices que van a ser cuando él se dedique a dar clases de Historia y ella esté de tiempo completo en casa, criando a media docena de chilpayates…

    Eso no es lo que ella quiere: ya probó la libertad, se sabe llena de recursos. ¿Cómo que su destino es la estufa? Entiende que es maravilloso para algunas personas vivir en paz y sin sobresaltos, pero eso no es para ella. Se lo dice a su futuro marido. Él le dice que con el tiempo se acostumbrará. Ella, triste, se baja de un salto de la carreta en marcha y se va, dejando jirones de vestido de seda en las ramas de los arbustos.

    El Coronel nunca vuelve a verla y cuando se retira, escribe sus Memorias, en las que él es un héroe y ella apenas figura como una criminal mata-sargentos. De Adelita, nada sabemos. Acaso comandó un ejército, o se fue con otro. Lo que es seguro es que el Coronel no la persiguió ni por tierra ni por mar…
    (Fin.)

  • Inconcluso

    Cuento de ciencia ficción: el medicánico (una cruza entre cirujano y talachero) se queja de que cualquiera se pone a hacer transplantes y que ya nadie respeta a la ciencia que, en su día, fue la profesión mejor pagada y más valorada (suponemos que se refiere a la abuelita de la medicánica: la medicina). No tiene tiempo de repelar mucho más, porque el implante que estaba haciendo (algo sencillo, de rutina: tan sólo pasar la conciencia de una persona a un león africano ‘para unas vacaciones anti-estrés’) ha sido un éxito y tiene que pasar a la siguiente mesa, a la siguiente operación (quizá, dado el mundo en el que vive, un cambio de ojos para ver mejor en Venus; o una extensión de los dedos de los pies para que el usuario ‘sienta que vuela’). El autor es John Varley. El libro, La persistencia de la visión. El tema central de los cuentos, la eterna obsesión del ser humano por modificar todo lo que le rodea, incluyendo su propio cuerpo.

    Cuento de ciencia ficción 2: el profesor universitario (enseña, por supuesto, cibernética) se implanta un chip que le permite abrir y cerrar puertas, prender y apagar luces, transmitir pensamientos y sentimientos a otra persona con chip a través de Internet. La otra persona es su esposa. Lo primero que le transmite, vía web, es un dolor lacerante. Ella lo siente también: el experimento es un éxito. El objetivo futuro es desarrollar la telepatía con ayuda de la red de computadoras y descubrir si lo que yo llamo dolor es lo mismo que tú llamas dolor. El autor es Kevin Warwick. No hay libro ni película y, de hecho, esto pertenece, más que a las noticias, a la historia: sucedió en 1998.

    (Lo empecé a escribir pero se me acabó el combustible. La idea era hablar de los avances de la ciberingeniería). (Ni modo). (Será otro año de éstos).

  • Vudú

    Este texto lo escribí para DF por Travesías hace ya un buen ratote. Al artículo le tuve que hacer algunas modificaciones para la revista, pero ésas no las pongo aquí. Como que viene a tono por ser Semana PostSanta, ¿no?

    Vudú, o el nuevo traje de los dioses
    Por Raquel Castro

    Vudú. Cuando pensamos en esta palabra, lo más probable es que nos vengan a la mente imágenes de muñecos con alfileres clavados, hechizos con tierra de panteón, brujería, maleficios, zombies. ¿Quién no ha visto al menos una película donde los adeptos a este rito bailan frenéticamente para despertar a las fuerzas malignas de la tierra?
    Sin embargo, pese a que esto suele ser lo más conocido del vudú, sus orígenes son antiguos y mezclan muchos elementos, más allá de los hechizos para hacer daño o las posesiones demoniacas, aunque la cultura occidental, blanca y católica opine lo contrario.
    De hecho, el vudú es sólo una de las muchas ramas o expresiones que tomó la religiosidad africana al cruzar el océano y mezclarse con las creencias occidentales. Para explicarlo, es indispensable que retrocedamos en el tiempo: la explotación de esclavos africanos comenzó desde 1442, y para mediados del siglo siguiente, era ya un negocio excelente, pues la inversión era mínima: muchos de los que serían vendidos para el trabajo forzado en América eran raptados de su lugar de origen, sin importar si en él eran solteros, casados, ignorantes o sabios. No pertenecían todos a una sola raza, ni a una sola tribu, aunque para los negreros daba exactamente igual: para ellos, todos los esclavos eran primitivos, carentes de alma, y sus ritos y costumbres parecían más cosa de brujería que de religión.
    Así, sacerdotes de diferentes credos, dependiendo de su geografía de origen, llegaron a América y se dieron a la tarea doble de preservar sus antiguos ritos y evitar que fueran descubiertos por los blancos, quienes sin duda los considerarían una herejía. De esta forma, y bajo un muy ligero barniz de cristianismo, surgieron creencias como el Candombe en Argentina, la Santería cubana, la Macumba en Brasil y, la más famosa de todas, el Vudú haitiano.

    Gran parte de estas manifestaciones religiosas se transformó en lo que los blancos llamaron prácticas de brujería, pero su origen estaba más relacionado con el culto a la naturaleza o con la medicina. Es muy posible que el aura amenazante con la que hoy relacionamos estas creencias haya surgido como un mecanismo de defensa, un intento de hacer parecer al vulnerable e indefenso esclavo menos frágil a los ojos de sus amos, quienes probablemente se preocuparon al darse cuenta de que su San Juan se había convertido en Ogún, dios de la guerra; que Santa Bárbara era el sobrenombre de Shangó y Yansán, partes masculina y femenina de un dios hermafrodita; o de que un Padrenuestro al revés sirve para atraer al mandingo (voz que se refiere tanto a una tribu africana, como al esclavo insurrecto, como al diablo. Parece que los negreros no tenían mucho vocabulario).
    Pero el miedo del hombre blanco a los poderes de la religión negra no llegó solo: apareció acompañado de una intensa fascinación. Al poco tiempo, nobles damas y valientes caballeros acudían a sus esclavos en busca de consejo: un hechizo para retener al amor esquivo, un amuleto para pelear con más tesón y valentía, una respuesta a un miedo, a una enfermedad, a un misterio. El catolicismo, con su ética férrea, no daba la opción de devolver mal por mal, y poner la otra mejilla no siempre es lo más atractivo.
    De esta forma, poco a poco, el vudú y sus religiones hermanas se fueron incrustando en las sociedades de las Américas latina y francófona, hasta ser consideradas como la cara oscura del cristianismo, el lado B de un long play del que, en realidad, nunca fueron parte.
    Shangó se vistió de santo. O mejor dicho, de santa. Pero ¿qué pensaríamos si la situación hubiese sido al revés, si Santa Bárbara hubiera debido vestirse de diosa de la tierra…? En todo caso, mucho cuidado: sea ritual ajeno, táctica para espantar blancos, medicina africana o cualquier otra cosa, lo cierto es que un amuleto, un amarre o un hechizo puede tener mucho poder si quien lo usa cree en él. Esto ya lo sabían los esclavistas del pasado, que podían despreciar a los practicantes del vudú pero a la vez los temían, porque no eran capaces de entenderlos. Así que piénsalo bien antes de clavarle un alfiler a la foto de tu jefe…

  • Ni al caso, pero al caso

    Estoy haciendo un guión acerca de la forma correcta de usar el condón masculino. No tiene nada que ver con lo que imaginamos por acá (incluso me puse el sombrero de seriedad, porque la vez anterior me dio un ataque de no sé qué y terminé creando un personajillo, Don Pepino, que mostraba cómo don Bat D’Beisbol también podía usar el condón); pero aunque no tenga que ver, sí tiene que ver, así que ahí les va.

    Uso correcto del condón masculino
    Tomado de Ave de México

    El condón masculino ofrece un 95% de efectividad, siempre y cuando se use correctamente. ¿Quieres aprender la forma adecuada de usarlo en tan sólo diez pasos?
    1. Antes de usarlo verifica la fecha de caducidad y/o fabricación (tiene una duración de cinco años).
    2. Toma el empaque con las yemas de los dedos, haz a un lado el condón.
    3. Ábrelo con las yemas de los dedos, no uses los dientes, uñas o tijeras, porque se puede romper.
    4. Saca el condón de su empaque (fíjate en que no esté pegajoso, quebradizo o con grietas).
    5. Verifica para que lado se desenrolla, si deseas mejorar la sensibilidad coloca una gota de lubricante en el receptáculo del condón.
    6. Coloca el condón sobre el glande cuando el pene esté erecto, presionando con las yemas de los dedos el receptáculo del condón.
    7. Desenróllalo hasta la base del pene, cerciorándote de que no haya burbujas de aire.
    8. Después de eyacular y antes de que pierdas la erección, sujeta el condón desde la base del pene y retírate.
    9. Para quitar el condón del pene y evitar que el semen se derrame, empuja todo el líquido hacia la punta al mismo tiempo que lo retiras.
    10. El condón se usa solo una vez y se desecha, no olvides tirarlo en la basura.

    Tantán

  • Feliz cumpleaños a Lagartija con Alas

    Hoy por ser día de tu santo… te regalamos un santo grial

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