Categoría: Varia invención

Todo lo que no cae en otras categorías. O bien: pura loquera.

  • Opción B: Felinoterapia

    Dedicado, por supuesto, a Bandala

    –Bichiiiiiiitoooooooo
    (silencio)
    –Bichibichibichibichi
    (silencio)
    –Bichitobichitobichitobichito
    (patitas que corren y se alejan)
    –¡Chingado gato!
    –¿Miau?
    (claro: se aparece sólo cuando intuye que no me interesa su compañía)
    –¡Sáquese!
    (por supuesto que no: en vez de irse, se me trepa y empieza su concierto)
    –PRRRRRRRRRRRRRRRR
    –Chinche gato, ¿ha de ser cuando tú quieres?
    –PRRRRRRRRRRRRRRRR PRRRRRRRRRRRRRRR PRRRRRRRRRRRRR
    (acaricio acaricio acaricio. ronronea ronronea ronronea)
    –Hmmm. Creo que esto funciona. Ya no me acuerdo de… de… ¿de qué?
    –PRRRRRRRRRRRRRRR
    (ruido afuera: son pies que se arrastran y un gemido y algo que suena como sangre que gotea)
    –¿Oíste, gato?
    –PRRRRRRRRRRRRRR
    (el ruido de afuera podrían ser niños que juegan; podrían ser un perro lastimado; pero podría ser…
    –¡Un zombie, gato, un zombie! ¡Sálvame!
    –PRRRRRRRRRRRRRR
    (del susto, aprieto al gato contra mí. del susto (que le da el apretón), el gato me rasguña. del susto (que me da el rasguño), le pego al gato. del enojo, el gato me hace pedazos. salgo como puedo y descubro que, efectivamente, mi zombie son los hijitos del vecino, que corren descalzos y se pelean y gimen y se hacen pipí y se oyen goteos)
    –Niños…
    (aunque mi intención es buena: decirles que no es hora pa que anden jugando, los chavitos me ven y palidecen. se van corriendo, gritando, espantadísimos ante mi look post-ataque gatuno).
    –AAAAAAAAAHHHHHHHH! UN ZOMBIEEEEEEEEEEEEE
    (regreso a casa, derrotada. me tumbo en el sillón. el gato se me sube).
    –PRRRRRRRRRRRRRR PRRRRRRRRRRRRR PRRRRRRRRRRRR

    No… la felinoterapia no parece ser tan buena opción

  • Opción A

    — Doctor, ¿se acuerda de mí? Dejé de venir hace como seis años porque tenía la impresión de que usted, en vez de ayudarme, estaba viendo la forma de sacarme más y más dinero. Como cuando me mandó al taller de Constelaciones Familiares en Tlayacapan a precio de Cancún, o cuando me embarcó en la fitoterapia para adelgazar y mejorar la psique, todo a la vez.
    –Ah, sí, Raquel… me acuerdo de ti. Pero ¿no me dijiste que te ibas porque habías conseguido una beca para estudiar esperanto en Finlandia?
    –Este… ah, sí. Era eso. De la terapia que deserté por lo que dije hace rato era otra, no la de usted, je.
    –¿Y qué tal el esperanto?
    –Nomás cheque: hofolafa, ¿cófomofo estáfa?
    –Guau. Te felicito. ¿Y por qué volviste, a todo esto?
    –Es que sueño zombis, doctor.
    –…
    –…
    –…
    –Oiga, no se supone que sea usted lacaniano, doctor. Deme algo para ya no soñar zombies.

    No. Ir a terapia no es opción.

  • El ataque de los zombies parte mil quinientos

    Chale. Otra vez soñé zombies. ¿Será una señal de que debo regresar a terapia?

  • Leído en los últimos días: Jaque Perpetuo

    Alberto me había dicho que leyera Jaque Perpetuo. Infatigable buscador de maravillas, el Albert no se conforma con libros mediocres, la verdad sea dicha. Los buenos le arrancan acaso un «ah, sí: pasable». Así que la recomendación vehemente era una buena señal.

    Segunda buena señal: Jaque perpetuo es publicado por ERA que, acá entre nos, no publica cualquier chingadera (sólo chingaderas de calidad, jaja. No, ya en serio, son harto cuidadosos con lo que publican).

    Pero la tercera señal no fue tan buena -o no la supe leer a la primera: como mi juego de ajedrez es lamentable (soy como Mafalda en ese rubro), cuando vi que en el primer capítulo había dos personajes en esta actividad, me bloquié y cerré el libro. Tonta de mí.

    Pasaron los días. Los meses. Los años.

    (¿Y la exagerada? No, no vino).

    Pero la semana pasada volví a tomar Jaque perpetuo del librero y, sin temor, me adentré en lo que yo pensé sería una ardua lectura. Error, amiguitos.

    Resultó una lectura fascinante. Tal cual. Las menciones al ajedrez son mínimas y fáciles de comprender, si es que esto era realmente un obstáculo. Y la obra, en sí, se salió por completo de lo que yo esperaba.

    Pero –como solía decir Jack D. Ripper– vayamos por partes.

    Uno. Te venden Jaque perpetuo como novela. Pero no es. Es una colección de cuentos. Pero tienen un eje conductor. Pero no cuentan diferentes partes de la misma historia. Pero la lectura del segundo modifica la idea que te había dejado el primero, y así. Es decir, no es novela pero tampoco cuento pero sí es las dos cosas. O algo así.

    Dos. El tema central es el caos. Lo frágiles que somos los humanos, lo endeble que es «la realidad», lo fácil que es que, de un plumazo, todo lo que teníamos por cierto resulte falso. O al revés. Hay varios personajes cuyos nombres resultan recurrentes, pero que cambian de personalidad, época, rol en la vida. Los tres más importantes son Rael, Gaspar y Helena, vértices de un triángulo amoroso que persiste a lo largo de los capítulos/cuentos. Se turnan el protagonismo en las historias pero siempre están enfrentados por un amor imposible o mal correspondido, por una amistad rota a causa de una mujer, por un empecinamiento del destino en darles calabazas.

    Tres. Ya he leído libros donde cada historia ocurre en un tiempo y espacio distinto. Generalmente, la voz del narrador es siempre la misma, o los recursos narrativos se parecen. No pasa lo mismo acá: en cada uno de los textos hay un lenguaje propio y un recurso narrativo distinto, desde la correspondencia hasta la autoconfesión estilo vozenoff, pasando por el rescate historiográfico… Como dice Luis Jorge Boone en la reseña que le hizo para Letras libres:

    Novela inabarcable. Cuentos que se potencian entre sí. Relatos que construyen el metarrelato. Artefacto literario.

    Cuatro. Pero no se trata de escritos áridos, aburridos. Cada cuento juega también con un tipo distinto de inquietud, que lo mismo puede ser natural (un volcán en erupción) que sobrenatural (y de eso hay varios ejemplos que no le piden nada a Lovecraft). O sea, está bien escrito y además es sumamente placentero (si, como yo, ustedes consideran un placer estar asustados).

    Post data. El autor desta maravillita es Gonzalo Lizardo. Y aunque es el único libro que le he leído hasta el momento, no es el único que tiene. ya tendríamos que estar buscando sus otros textos, ¿qué no?

  • fin del mundo?

    (Como siete blogs era demasiado, cerré algunos -¡puff!, se oyó, y desaparecieron- pero sentí gacho de borrarlo todo todo todo. Así que reservé un par de textitos. Éste es uno: uno de mis sueños locos sobre el fin del mundo (antes tenía uno de estos al menos una vez por semana, brr).

    Primer día después del fin
    Ayer no se acabó el mundo, pero soñé que sí. Fue un sueño raro: iba en automóvil, camino a mi casa desde algún punto ignoto (o no me acuerdo), cuando enormes discos de color anaranjado (eran similares a elipses, pero eran como burbujas de plasma, pero eran sólidos y metálicos) comenzaron a flotar en el cielo, a poca distancia de los autos.
    No eran naves espaciales, ni rayos gama, ni pedazos de universo. Pero eran muy tristes de ver, al menos para mí: a otras personas les causaba miedo.

    La gente gritaba, dejaba los autos vacíos, corría en todas direcciones. Mientras, las esferas elipsóidicas (en mi sueño, sabía que se llamaban así) flotaban sin prisa, como si gozaran el panorama. Todos sabíamos que era señal del fin del mundo. Yo sabía que tenía menos de media hora para llegar a casa, comer (je) y despedirme de los míos. Cuando me daba cuenta de que faltaba más de media hora para eso, considerando el tráfico, me daba más tristeza, pero de todos modos pisaba el acelerador hasta no poder más.

    Desperté, y las esferas elipsóidicas flotaban en el cielo, perezosas, como asomándose a mi ventana. Pero sólo yo las vi, y esta vez no me dio tristeza, ni miedo, ni nada: demasiada prisa para desayunar y alistarme para el trabajo.