El final de una saga

Ayer llegué tarde, cansada, medio zombie (me dio un bajón energético cuando estábamos en Tarotlandia Alberto, Libia y yo: creo que la tienda esa me succionó el power), estaba llegando, pues, en esas condiciones, por lo que tardé un poquitín en darme cuenta de que había algo distinto en mi recámara: orden.

Los libros en su sitio, los papeles en el suyo, todo donde debía estar. Y es que los martes recibimos la ayuda nunca del todo bien ponderada de Lupita, que viene y en un instante arregla lo que yo tardé una semana en desmadrosar.

Me cae que Lupita pondría a temblar al universo, con esas tendencias caóticas, y que lo haría volver a su estado primigenio (si el universo fuera un poco más chico, o ella un poco más grande).

Lo que importa no es eso, en todo caso. Lo que quiero decir es que Lupita, práctica y metódica como es, llevó el cuchillo a la cocina, lo lavó, lo secó y lo dejó en medio de sus hermanos cuchillos.

Fui al cajón a buscarlo, pero no lo pude reconocer. Miré a los otros con rencor y les dije: ‘nada sois y en nada os parecéis a mi cuchillo’, pero en el fondo sabía que mi cuchillo era uno de ellos, que sí se parecían, y que mi saga del cuchillo se había quedado en una era más antigua y gloriosa.


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