Exigentina, sabedora de que la ausencia del Príncipe daría el trono a la Hija de la Bruja, tomó a toda velocidad el frijol mágico y lo sembró en un frasquito con algodones, mismo que se colgó al cuello. Antes de que la Bruja y su hija notaran su ausencia fue al árbol seco y con su llave abrió la puerta. Hizo lo que nunca antes se le había ocurrido: sacó al monstruo, y con él a cuestas, se encaminó al palacio del padre del Caballero Perfecto.
El camino fue largo, y arduo, porque Exigentina no estaba acostumbrada a cargar con monstruos y frascos; y sobre todo, no estaba acostumbrada a pensar en los problemas de los demás.
Mientras se acercaban a la tierra de su amigo, se preguntaba una y otra vez qué iba a poder hacer ella para detener a la Hija de la Bruja: no tenía absolutamente nada, excepto un monstruo que en nada se parecía a un príncipe, y un frijol enmedio de algodones, que se negaba rotundamente a germinar, por más que ella se exprimiera los ojos soltando sus mejores lagrimones.
La respuesta es clara, claro: claramente se podía clarificar que las claras lágrimas de Clara –digo, de Exigentina– no eran en realidad que sufriera por alguien distinto a ella. Así que podía llorar por galones, si quería: de todos modos, el frijol seguiría siendo frijol, y el príncipe, monstruo.
***
Estando casi al entrar a la ciudad donde se encontraba el palacio, Exigentina y el monstruo se detuvieron. Por fin tenían un momento de calma (al estar seguros de que la Bruja no los perseguía todavía) y había que aprovecharlo. Exigentina le explicó con claridad al monstruo lo que tenían que hacer: encontrar el sello real que de niño había escondido, antes de que la Bruja ideara un modo de encontrarlo.
(De hecho, ese era el motivo por el que la Bruja todavía no los perseguía: estaba buscando un hechizo de visión extrema, algo así como la super mirada de Superman.)
El monstruo sonrió, si es que a la mueca torcida que puso se le puede llamar sonrisa. Le dijo que era cosa muy fácil. Que se presentara ante el rey y dijera que ella era la verdadera enviada de Perfecto. Probablemente no le creerían, pero ella tendría que insistir y pedir que la dejaran a solas en el jardín de palacio, y que en pocos minutos entregaría el sello. Y que mientras, debía llevarlo a él, el monstruo, oculto en una bolsa.
Lo hicieron precisamente así, y no de otro modo. Efectivamente, el rey dudó que Exigentina fuera la enviada de su hijo, por varias razones. Primero, porque la Hija de la Bruja aseguraba ser esposa del Príncipe; luego, porque aunque Exigentina era bonita y se veía simpática, Perfecto exigía muchísimo más en una mujer: a las más nobles y hermosas y educadas las pasaba por alto, ¿cuánto más no ignoraría a Exigentina?
Es justo decir que mientras el Rey exponía en voz alta estos pensamientos, el Monstruo se sentía más monstruo que nunca; pero no hacía falta que se angustiara, porque Exigentina se sentía igual. A fin de cuentas, en su propio nivel, ella había hecho justamente lo mismo.
Finalmente, el rey le concedió una hora en el jardín de palacio. Exigentina y su monstruo se adentraron en ese verdor y pronto se perdieron de vista del rey y su corte.
Cuando se supieron solos, el monstruo asomó de la bolsa y guió con seguridad a su amiga, hasta que llegaron a un sendero casi invisible en medio de las araucarias. Lo siguieron hasta llegar a una colina, detrás de la cual había una pequeña abertura. No cabía por ahí Exigentina. No cabía tampoco el Monstruo. ¿Cómo había ido a dar el sello ahí?
Apenado, el Monstruo confesó que no lo había escondido, sino que en un paseo, se le había caído y rodado hasta el agujero…
Exigentina, triste y confusa, se sentó al lado del agujero y lloró amargamente pero no por el Monstruo, sino por ella misma: ¿qué demonios había tenido que venir a hacer tan lejos?
***
Pasó un rato, pasaron dos: el rey y su corte se imacientaron y fueron a buscar a Exigentina. La encontraron justo como la dejamos: llorando junto al agujero, con un monstruo espantoso a sus pies. Le gritaban farsante y cosas peores, cuando llegó la Bruja, disfrazada de anciana incapaz de hacer daño a nadie. Con ella venía su hija.
Antes de que Exigentina pudiera decir nada, la Bruja habló: dijo que esa niña era una Bruja (miren nomás) y que el monstruo a su lado era su mascota. Que ellos le habían robado el sello a la pobre esposa del Príncipe (¡ja!) para hacerse con el reino.
Con asco, el rey miró al monstruo, y dijo que un ser así merecía la muerte, no por castigo, sino por piedad. Y autorizó a la Bruja a castigar a Exigentina, convirtiéndola en sapo o en ratón. Eso era justamente lo que Exigentina necesitaba: en cuanto el hechizo de la Bruja la transformó en un pequeño roedor blanco de ojillos colorados, se metió por el agujero donde el Príncipe había perdido el sello. Lo encontró inmediatamnte y lo sacó para ofrecérselo al Rey.
El Rey palmoteó de gusto, pensando que Exigentina se había arrepentido de su maldad, y miró fijamente al Monstruo, para cumplir la siguiente fase del castigo…
Exigentina quiso gritar para explicarle la verdad, cuya prueba tenía el Rey en la mano. Pero de su boca -o más bien de su hociquito, sólo salieron chillidos.
El rey ordenó que llamaran al Verdugo, porque nadie se atrevía matar al Monstruo, que no podía hablar, porque parte del hechizo era que ante sus padres perdía por completo la voz y quedaba reducido a ser un monstruo mudo.
Entonces… Exigentina lloró. No por ella, que sería ratón por el resto de su vida, sino por el príncipe que moriría por la maldad de una bruja. Porque ni su padre el rey ni su madre la reina eran capaces de ver bajo las capas de monstruosidad y encontrar en esos ojos de monstruo la bondad y la inteligencia.
Y mientras lloraba, se acordó del frasco con su frijol. Corrió hacia él y bastó con dos lágrimas para que creciera una hermosa planta de plata.
El Verdugo, lo mismo que el resto de los presentes, se quedó arrobado. Miraban el prodigio sin saber qué decir o qué pensar. Pronto apareció la fruta, fea y seca, y ya casi recuperaba el rey el aliento cuando habló la Bruja.
–Muy bien, querida–dijo a Exigentina–. Ahora basta con que comas el fruto y volverás a ser tú. El rey te perdona.
Si no lo haces, serás ratón por siempre, porque para esto no tengo un contrahechizo.
Exigentina dudó. Las opciones eran dos: comer ella el fruto o dárselo al Príncipe. ¿Qué pasaría si el lo comía?
–Tú lo sabes bien–dijo la anciana, como si leyera el pensamiento. Y con un hechizo, metió en la mente de Exigentina las imágenes de ese futuro: el príncipe volvía a ser príncipe y, al recuperar su belleza, se olvidaba de su vieja amiga, para casarse con alguna dama rica o noble. O bien, luego de casarse, adoptaba a Exigentina como mascota imperial.
Luego, la mente de Exigentina viootra cosa: ella, como ratón, comiendo la fruta. Volvía a ser una muchacha guapa y de voz cantarina, el rey la perdonaba, y se convería en una gran dama en la corte de la Hija de la Bruja. Conocía a un hermoso joven, sencillo y trabajador, y…
-¡No!-chilló Exigentina. Con la velocidad de un ratón, tomó el fruto y se lo acercó a la boca a su amigo el Monstruo, antes de que el Verdugo o la Bruja pudieran hacer algo. En cuanto se comió la planta, el Monstruo dejó de ser monstruo y volvió a ser un guapísimo caballero. Lo primero que hizo fue ordenar que apresaran a la Bruja y a su hija y les dijo que, bajo pena de muerte, debían volver a convertir a Exigentina en humana.
–Lo siento. Aunque me mates, es un hechizo que no se revierte-dijo la Bruja antes de ir al calabozo donde pasaron el resto de sus vidas ella y su hija.
La reina y el rey estaban tan felices de tener de nuevo a su hijo que se olvidaron de Exigentina, y le sugirieron que hiciera lo mismo.
–Adóptala como mascota real–sugirió la reina.
–Y cásate con la duquesa de Almandurez–añadió el rey.
–¿O es que vas a vivir soltero y con un ratón por compañía el resto de tu vida?–concluyó la madre.
La naturaleza de Perfecto le indicaba que tenían razón. Exigentina estaba triste, pero en el fondo le consolaba saber que, por una vez, había hecho algo por otra persona, y que el Príncipe sería feliz gracias a ella. No era lo mejor que podía pasarle, pero algo es algo.
Sin embargo, el joven Perfecto se negó a doblegarse ante su naturaleza:
–Prefiero vivir soltero y con un ratón por compañía, que darle la espalda a la única amiga que he tenido. Ella es la única persona que me ha querido por lo que traigo adentro, y no por mi apariencia o mis joyas y tus riquezas, padre.
El rey y la reina se sintieron avergonzados, nomás de recordar que ni ellos habían sido capaces de reconocer a su hijo debajo de la piel de monstruo. Asintieron, conmovidos, incapaces de decir nada más.
Y entonces, el príncipe tomó a Exigentina en la palma de su mano y…
no pasó nada.
Exigentina siguió siendo ratón.
(falta nomás la conclusión)
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