¡Maestro!

Desde primero de kinder y hasta este momento he tenido hartísimos maestros. Muchos más, si consideramos mi compulsión a tomar cursos, diplomados, talleres y etcéteras; y muchos, muchos más, si consideramos mi afición a desertar de las clases de idiomas (y de otras también).

En todo este tiempo, he tenido buenos y malos maestros; he deseado ser como tal o cual profesora y he tenido ganas de matar a tal o cual otra.

Pero más allá de los que he querido y de los que no, de los que me han dado clases divertidas (y de los que me han querido matar de aburrimiento), hay un puñado -poquitos- que considero admirables.

Y dentro de estos admirables hay aún menos que me hacen sentir privilegiada.

Me explico:

hay maestros que, durante el tiempo de clases, me parecen sabios. Hablan y todo se ilumina un poco. Pareciera que saben todo, que tienen El Conocimiento (así, con mayusculitas). Pero luego, pasada la clase, o un cierto tiempo, al aprender más y al recordar sus performances, me doy cienta de que sólo son buenos actores: que son capaces de mentir con tal de responder TODO, que tienen un acto bien puesto, y que siempre es igual igual igual. Generación tras generación, dicen las mismas cosas, dan los mismos textos, dejan las mismas tareas, responden las mismas «astutas respuestas espontáneas»).

Es decir que, pasado el tiempo, me siento como si viera en cámara lenta el acto de un prestidigitador. Desilusiona un poco.

Pero hay otros. Hay otros que, pasado el tiempo, reviso mis apuntes y vuelvo a quedar boquiabierta. Los vuelvo a ver, o alguien me platica de lo que hacen ahora, y vuelvo a decir WOW. Y sus ejemplos se actualizan, y saben decir ‘No sé’ cuando algo ignoran, y son verdaderos maestros.

Son pocos. No llegarán a diez en mi vida, y apenas pasarán de cinco. Hay una maestra de lite de la prepa, una de la universidad, uno de italiano… y uno, especialmente especial, es el que me dio clase en el mejor diplomado que he tomado en mi vida.

Todo este choro viene a cuento porque ayer estuvo él, mi super ticher del alma, invitado a Diálogos. Por azares del destino, me tocó suplir a la guionista, así que fui (encantada de la vida) y atendí a las dos horas de programa como si fueran una clase.

Jesús (mi ticher) estuvo excelente. Para aplaudirle de pie, carajo. Habló de telenovelas como un experto (lo es) pero sin esa voz engoladita de los que creen ser Autoridades Indiscutibles. Luego, cuando lo saludé, platicamos un ratoide, me presentó a su chavo, quedamos de vernos pronto. Y de veras, me muero de ganas de tomar algún otro curso con él (algo de cine, por favor).

Y bueno… llevo todo este tiempo pensando en esas personas wow…

En todo caso, va el comercial: si alguna vez, por azares del destino, tienen oportunidad de tomar clases con Jesús Calzada (guionista, maestro de melodrama, pestañas chinas y sonrisa de dientes de conejo) no lo piensen: inscríbanse, disfruten una experiencia única y díganle que la Rax le manda saludox. (Ah, y tomen apuntes en un sólo cuaderno y luego sáquenle una copia y mándenmela, porque yo, en mi desorden, tengo todo regado en hartos sitios distintos).


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