«Yo era un príncipe rico, hermoso y feliz. Tanto así, que me llamaban ‘El Caballero Perfecto’. Mis padres me adoraban; mi pueblo se sentía orgulloso de mí. Corría el rumor de que mirarme hacía que los enfermos sanaran, pero eso no lo sé de cierto. Lo que sí sé es que era muy feliz.
Crecí y mis padres decidieron que era tiempo de que me casara y asegurara una buena sucesión al trono. A mí me pareció buena idea, pero la soberbia anidó en mi corazón, y llegué a pensar que sólo podría casarme con una dama que fuera tan perfecta como yo.
Conocí muchas mujeres, y todas tenían para mí un defecto: o eran bajas de estatura, o demasiado altas, o gordas, o tontas, o flacas y frívolas, o santurronas o…
Mientras, mi padre el rey perdía la paciencia. Para evitar pleitos, ensillé mi caballo y salí en busca de la dama que sería mi esposa. Luego de mucho caminar, llegamos a un inmenso campo de margaritas y girasoles. En medio del campo había una casa. Toqué la puerta, buscando asilo, y me abrió la mujer más hermosa que hubiera visto nunca.
(sigue luego)
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