Cuando era niña, me gustaba que me platicaran historias de mi abuelo Marciano. Me decían que era muy moreno, pero con los ojos azules, azules. Y que la gente lo respetaba muchísimo allá en la ranchería.
Pus claro, pensaba yo: ¿quién no va a respetar a un marciano?
Y me imaginaba a mi abuelo como una especie de duende moreno, con ojos redondos como platos, inmensos y de color celeste.
Claro, me sentía muy diferente a las demás niñas del kinder, que tenían abuelitos terrestres.
Un día, hace poco tiempo, me topé con una foto de un señor moreno, vestido de manta, con sombrero. Un señor bigotón. La foto era en blanco y negro, pero aún así se le distinguían ojos de color muy claro. No tenía antenas…
Volteé la foto y mi sospecha se confirmó: con letra cursiva (pluma fuente) decía ‘Marciano Castro’.
Lo que me imaginaba: mi abuelo se disfrazaba de humano para que no lo molestaran. Seguro se puso el gentilicio por nombre, para no olvidar su origen.
Mi papá insiste en que, por el contrario, mi abuelo era terrícola y Marciano era su nombre. Supongo que debe ser duro para él (mi jefe) admitir su origen interplanetario cuando siempre se ha sentido de acá.
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