Hoy mi mamá cumpliría 68 años. Como cada 12 de julio (y ¡ay! cada 26 de noviembre) la recuerdo públicamente, si bien no hay día que no me acuerde de ella en lo privadito. Como cada año, lidio con emociones contradictorias: enojo, tristeza, gratitud, cariño. Me enoja que la gente me diga «fue mi maestra y también la extraño» porque ¿cómo van a comparar cómo se extraña a una maestra de cómo se extraña a una madre? Y luego me siento mal de haberme enojado: me da gusto saber que ella tocó tantas vidas y que todavía ahora, veintidós años después, la recuerdan. Luego me pongo triste al tratar de imaginar cómo sería ahora si viviera: qué otros logros, qué aventuras, qué experiencias habríamos compartido. Y entonces me vuelvo a enojar: ¿cómo es posible que veintidós años después todavía se me haga un nudo en la garganta? ¿Que no se supone que el tiempo lo cura todo?
Entonces pienso que, en realidad, no estoy tan malita de mi duelo: no cambiaría los recuerdos agridulces por el olvido. Nuncamente.
Además, está su legado: me dejó el amor por los libros, por los gatos, por la enseñanza, por la ortografía y por la comida. Me dejó la nobleza y el buen corazón (que a veces se me endurece, yo sé, epr en el fondo soy pandedulce). Me dejó la brusquedad, ni modo: yo también me descuento a la gente sin querer por moverme como tromba y yo también traigo las piernas siempre llenas de moretones misteriosos (a saber con qué choqué para hacerme cada uno). No me dejó su güerez, y está bien (éjele que de todos modos me gusta pintarme el pelo de colores); ni me dejó la actitud siempre positiva (yo soy más del tipo pesimista). Me dejó, eso sí, ejemplos que a veces me cuestan trabajo seguir, porque era impresionantemente buena para confiar en la gente y perdonarla, para escuchar a los demás, para no juzgar; pero de eso se trata, ¿no? De que cueste trabajo llegar al estándar porque si no qué chiste ;)
Además, me dejó algo súper importante: eligió con tanto cuidado y con tan buen tino a su pareja, que me dejó un padre sabio (no exagero) que supo criar a las dos chivas locas que somos Fabien y yo, a pesar de que se quedó solo en la labor cuando teníamos 15 y 12 años respectivamente. No quiero pensar qué habría sido de nosotros si nos hubiera tocado en suerte un papá menos paciente o menos capaz de superar la pérdida. Y supongo que a mi mamá, tan Pollyanna ella, le gustaría ver que también soy capaz de apreciar lo bueno que tengo, en vez de nomás andar de quejinche por lo malo.
Para cerrar esta entrada quería dejarles un cuento de mi mamá, pero justo ahora no lo encuentro. En cambio, transcribo una entrada del diario que me escribía cuando era yo chiquita (llevó estas memorias desde 1976 hasta el 78 o 79, me parece):
Jueves 5 de enero
Ni modo, Kiquel, no hemos podido hacer las anotaciones correspondientes a todo el mes por exceso de trabajo y exceso de vacaciones. Te fuiste a Los Ángeles, hiciste de las tuyas en todas partes, en el avión fuiste y veniste por todo el pasaje, te retrataste con el sobrecargo y en 5 minutos el clima de Puerto Vallarta te hizo efecto en tus chinos.
En Los Ángeles, llegando en el primer almacén te aferraste a los cuchillos y ni quién te convenciera de dejarlos. Luego tuve que perseguirte por todo el almacén y en un pequeño botadero te fuiste patas arriba.
En Knott’s Berry Farm lo que más te gustó fue la jaula de los changos y de ahí no te querías mover. El coro de Pueblo Fantasma pasó diciéndote adiós. Te subiste a la carreta, al ferrocarril, a la carcacha. Entraste muy tranquila a la fábrica de pays. Pero en la noche nos hiciste un merecido tango, pues estabas con mucha hambre.
El día 23 fuiste a San Diego, te gustaron las focas, los delfines y las ballenas, había unas lindas gaviotas tragonas que nos perseguían por pedacitos de pan y tú fascinada tras ellas. Te subiste al mirador y entraste a los almacenes y escogías de todo, comiste pollo y muchas palomitas.
El día 24 fuimos de compras y ahí te aferraste a las carriolas y hubo que comprarte una.
La navidad llovió mucho pero la pasaste feliz en Disneylandia, no dio tiempo de mucho pero visitaste el país de los pájaros, hiciste un paseo safari y te gustó ver tantos elefantes, en la mansión te sobrecogieron los gritos pero no te vimos con ganas de huir y le seguimos con el asalto al barco pirata. Lo que más te gustó fue lo de los niños del mundo y todo nos señalabas.
El día 26 fuimos de compras, diste mucha lata y estuviste empeñada en coger los lentes. En la noche fuimos a cenar a un restaurant italiano según muy pomadoso y tú aventándolo todo, hasta la sopa.
El colmo fue el día 27: te nos perdiste en un almacén; pero es que tú quieres andar por tu lado, haciendo de las tuyas.Y vino el regreso, qué bárbara, terminaste aventándome mi pollo sobre los pasajeros; pero vaya, al fin llegamos e hiciste tu entrada triunfal en carriola.
El viernes 30 te fuiste escaleras abajo abrazada de Marco y el 31 estuviste en la iglesia y cenando en el Denny’s.
El domingo para empezar el año me aventaste al suelo los frijolitos refritos. El primero del año subiste por primera vez al metro y abrías chicos ojos.
Hoy día 5 saliste monísima de la guardería, te preguntamos cómo hace el perro y dices “gua, gua”, cómo hace el gato y dices “miau”, el pato “cuá, cuá” y el pollo “pío, pío”, y es que cuando te bañamos te echamos tu nutria y te alocas toda y la llamas pato como a tu delfín, a tu perrito también ya lo conoces y al gato de la azotea.
(Los dejo, tengo que llamar por fonqui a mi papá para agradecerle un montón de cosas).
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