Ayer fue el Homenaje a Alí Chumacero, festejando sus 90 años. Como la cosa fue en la sala Principal del Palacio de Bellas Artes, me tocó trabajito intenso. Primero fue el registro de prensa. Muy bien, muy mono: darles boletín, llevarlos al área designada. Ya lo había hecho en los lejanos días del Auditorio Nacional y me consta que los giornaleros de cultura son más fáciles de tratar que los de espectáculos. Me cae que sí. Cien por ciento.
Pero luego… llegó la hora del coctel -y no todo mundo estaba invitado. Ingrata que es la vida, me mandaron de apoyo en la cadena. Es decir, a decir el típico: tusí-tunó que a algunos hace sentir tan bien.
Bueno, pues a mí no. Es horrible, es asqueroso, es indignante. Te sientes cucaracha con los que no pueden entrar pero lo piden con amabilidad y te sientes tratado como cucaracha con los que se portan agresivos o prepotentes.
Al final quedé malviajada y muy muy muy cansada. Hoy me siento exhausta. Y no me gustó lo de la cadena. No entiendo que alguien pueda sentirse pleno o superior o que disfrute la prepotencia. No, no lo entiendo. Y espero no volver a verme en esa situación. No lo haría de nuevo ni por Alí Chumacero.
Yo no soy cadenero (ni por ti seré…)
Comentarios
3 respuestas a «Yo no soy cadenero (ni por ti seré…)»
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Bueno, volver a hacerlo por Chumacero está cabrón (¿para sus 140 años?), a menos que siga viviendo en esas cámaras criogénicas donde los meten a los poetas consagrados y nomás los sacan los días de sus homenajes. Entonces paciencia que sigue noviembre.
Y bueno, saludos saludos -
Jajaja, iba a comentar lo mismo que el rufián melancólico.
En fin, gracias por la atenta vista, ahí la espero en su blog de confianza. Saludos. -
Nel, mi Rax… mal sistema. Primero, póngale sellito a todos los que sí entrarán al convite, mínimo una pulserita de plástico fosforescente, como en las tardeadas y los antros. Así no hay pierde.
Segundo, cuanto estén en lo mejor de la pachanga, avisan con altavoz que los de la delegación van a hacer un operativo… y vas a ver como en un abrir y cerrar de ojos despejas el sitio para que, ahora sí, pasen los que también querían integrarse a la pachanga. Y todos son felices (siempre y cuando el festejado no se entere).
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