El dolor se ha ido. Así que ya puedo ponerme por horas en la compu, por lo menos en lo que me da una nueva contractura. Bueh, qué le vamos a hacer…
Lo importante es que este intenso dolorcillo me hizo aprender muchas cosas:
1. Soy hipocondriaca leve. Esto ya lo debería de saber desde antes, pero ahora no me quedó más remedio que admitirlo. Resulta que lo primero que hice al estar con el dolor fue buscar en la red información sobre los síntomas. Claro, al rato ya me preguntaba si lo mío era una fibromialgia, una hernia de disco, o una mutación genética. Y habría podido seguir ad nauseam, de no ser porque el rato en la compu me acentuó el dolor.
2. Los masajes son la neta del planeta, pero no funcionan instantaneamente. Fui a Centro Area, con la espinóloga, me revisó y dio un masaje muy sabrosito. A la media hora ya estaba de nuevo con mi dolor, pero ¿a quién se le ocurrió que un masaje quitaría la contractura como por magia? A mí, claro.
3. Todos tenemos un poco de bestia (y si no todos, por lo menos yo, sí). Cuando el dolor era ya insoportable, mi papá me dio un remedio ‘mágico’ (yo ya no creo en los remedios mágicos): una pomada de uso veterinario.
Me resistí a usarla. Pero considerando mi ligera hipocondria y el fracaso instantaneo del masaje, ¿qué podía yo perder? Así que untéme el ungüento de la tía. Y ¿saben qué? Sí existe el remedio mágico: a la mañana siguiente el dolor había desaparecido. Por completo.
Conclusiones: El dolor me hizo una mejor persona. Aprendí a conocerme, tuve un contacto más íntimo con mi parte animal, y estoy lista para mi próxima contractura. (Mientras tanto, la parte de mí que estaba en Roma volvió para atender a la parte de mí que estaba presa del dolor, y Deíctico decidió quedarse por allá, convertido un una nueva Lucrecia Borgia, o algo así).
PD. Marido con salmonella. ¿Acaso me pone el cuerno con una italiana? ¡No se lo pierda dentro de diez comentarios a este post!
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