Pregunta 01 del #Raxxiechallenge

La pregunta es:

¿A qué le tienes miedo?

Como comentaba ayer, la forma de subirse al juego es totalmente al gusto de cada jugador: en este caso, pueden hacer una lista de sus miedos, elegir alguno y explorarlo, narrar una anécdota propia o ajena; inventarle un miedo a un personaje…

Por ser la primera pregunta, voy a poner dos respuestas, una corta y una larga. La corta: las mariposas negras. Me dan terror. Para la larga, les voy a contar un recuerdo que me llegó a la cabeza al leer la pregunta.

Cuando era niña, vivíamos en una vecindad muy venida a menos. Mi familia tenía rentado todo el piso de arriba, que estaba dividido en dos: un departamento pequeño, donde vivía mi tío Carlos, y otros dos departamentos que, al no tener una separación formal, daban la idea de ser algo más grande. Mi abuela ocupaba una parte (su recámara, baño, cocina, antecomedor y comedor) y mis papás, mi hermano y yo, la otra (dos piezas con su propio baño y su propia cocina. Y dos balcones). Ah, pero entre el comedor de mi abuela y la primera pieza «de nosotros» estaba la sala de mi abuela, con su alfombra y su piano y sus sillones -y su montón de retratos color sepia colgados en las paredes. La sala siempre estaba a oscuras. Una luz entraba por la ventana del pasillo, que daba al patio, pero creo que hasta era peor que no tener nada, porque lo único que lograba era que a los objetos les salieran sombras rarísimas (y la luz misma, al entrar, proyectaba al lado del piano una silueta medio tenebrosa). Por si eso fuera poco, la sala tenía sus propias historias inquietantes: «en este sillón estaba sentado el abuelo cuando murió…», «este piano sonó solo la noche en que murió la tía Isabel…». «A todos los señores de ese retrato los mataron en la Decena Trágica». Cosas así. A la fecha no sé cuáles fueron ciertas, cuáles fueron inventadas por los adultos de entonces y cuáles me inventé yo sola, en ese gusto masoquista de espantarme sola (gusto que aún tengo, por cierto).

Para mí, la peor parte del día era cuando nos llamaba mi abuela a cenar, porque tenía que atravesar la sala para llegar a su comedor. Y no podía correr, porque teníamos estrictamente prohibido correr en la casa (ya les dije: estaba muy venida a menos; y todo crujía como si se fuera a caer -como de hecho pasó… pero eso se los contaré otro día). Recuerdo que, a veces, contenía la respiración, como si fuera a echarme un clavado en una alberca, y caminaba así, sin respirar, sintiendo que quién sabe quiénes me miraban desde la sala, sintiendo que mi cuerpo caminaba a una velocidad distinta a la que llevaba mi alma (o bueno. que una parte invisible de mí quería ir más rápido pero que no podía salirse del cuerpo, así que golpeaba contra mi pecho, pas, pas, pas, tratando de atravesarlo e ir hacia la luz del antecomedor). No ayudaba el tic tac del reloj de péndulo en el comedor de mi abuela, que parecía sonar en mi garganta, en mis sienes, en mi panza: de algún modo, toda mi sangre se amoldaba al tictac y latía a su ritmo y no al de mi corazón.

Ya que llegaba a la parte iluminada, respiraba de nuevo, y el aire fresco borraba el miedo. Para cuando me sentaba a tomar mi café con leche con pan de dulce (o mi plato de frijolitos con sus tortillas del comal) ya no me acordaba de nada. Pero al día siguiente volvía a pasar. De hecho, así era todos, todos los días, excepto de mediados de diciembre al seis de enero, cuando poníamos en el pasillo, justo junto a la ventana culpable de las sombras tenebrosas, el arbolito de navidad. Y también llegó el día en que dejé de tenerle miedo al pasillo, claro. Pero esas también son historias para otra ocasión.


Comentarios

11 respuestas a «Pregunta 01 del #Raxxiechallenge»

  1. El miedo ha sido mi compañero más leal, sin importar qué siempre está allí para impedirme hacer aquello que más deseo, para decirme lo inútil que soy, todo lo que podría salir mal. Que la vida es peligrosa.

    Miedo al miedo, así lo llaman, miedo a perder el control, ¿el control de qué me pregunto?
    Dicen los terapeutas que no enfrentar los miedos es una elección, una manera de no salir de la «zona de confort», una forma de «no crecer», «una ganancia». ¿Qué he ganado?
    Es más lo que he perdido, tiempo, ese que ya no regresa y que es lo más valioso en ésta vida efímera. Experiencias… la vida misma escapándoseme como agua entre los dedos.
    Pastillas para el miedo, para dormir, para no pensar y rumiar en los sueños de catástrofes.
    ¿Por qué tanto miedo?, ¿de dónde viene? Y ¿a dónde dejaré que me lleve?

    1. ¿A qué le tienes miedo?
      Es curioso porque justo ayer, uno de mis alumnos me preguntó si le tenía miedo a algo. De forma instantanea, pregunté si a un «algo» o una situación que despertara esa emoción. Aclaró que se refería a una situación. Entonces, sin parar a reflexionar, dije que a la muerte de un ser querido, familiar o amigo. Ahora que lo preguntas, tal vez no sea tanto a la muerte, si no a la falta de esa persona, al vacío que dejaría si de un momento a otro su existencia se apagara. Pero si me limito al hecho de morir, me resultaría complejo asimilarlo sino ocurriera de manera repentina, así, como todo en la vida, sin avisar.

      Y eso me lleva a mi otra situación que también despierta mi miedo: los extraterrestres. Mis peores pesadillas se desarrollan en escenarios donde mi hogar es invadido por estos seres extraños. Las luces se apagan, la oscuridad nos invade y el silencio pesa en mi todo mi cuerpo. Contengo la respiración y entonces pienso que es todo, nuestro fin como humanidad ha comenzado.

  2. Avatar de LeH0rla
    LeH0rla

    Hola. Me siento muy honrado en sentarme en estos sillones, ligeramente vencidos, de la sala de tu abuela. Iba a pasar de largo, ¿sabes?, pero habría sido muy maleducado de mi parte hacerlo. Así que gracias por la invitación y vamos de una vez a ello, que es mi turno.
    ¿A qué le temo? A los poseídos, y no es miedo, ¡es pavor! ¡No rías! De día puedo pensar en ello libremente, pero algo pasa en las noches y simplemente tengo que buscar distractores que me alejen de ese pensamiento, que más bien son recuerdos de imágenes y de miradas y de gritos y… mejor ahí le paro, que pasan de las ocho de la noche y no es lo mejor seguir pensando en esos detalles si quiero conciliar el sueño. Pero déjame te cuento que éste es un temor que me acompaña desde niño. Debes saber que me crie como hijo de un ministro de congregación, de una religión de esas que se toman la Biblia muy en serio, que consideran hecho real todo detalle que se menciona en ella, en particular lo referente al Diablo. Fundamentalistas, les llaman algunos. Así que en casa me enseñaron a ser muy cuidadoso, ¡a estar alerta!, pues el Diablo estaba en todo momento mirándome, leyendo mi pensamiento, y poniéndome tentaciones según iba conociendo mis debilidades; principalmente debía estar alerta de las que parecían inocentes, pues eran sus señuelos para alejarme de Dios. El Diablo, me decían, era como un león rugiente, procurando devorar a alguien. Debía tener cuidado especial en no aceptar ningún regalo de los “paganos”, pues éste podría ser el medio por el cual el Diablo o alguno de sus demonios llegarían a poseerme, a la manera en que lo narran los evangelios, como sucedió con el afamado Legión.
    Yo tendría como cinco años cuando ocurrió que mi tía, que iba en la secundaria, empezó a tener un noviazgo a escondidas con un “pagano”, algo sumamente prohibido (“no darás tus hijas a sus hijos, ni tomarás sus hijas para tus hijos”, dice la Biblia). Al ser descubierta, fue golpeada de forma muy dura por mi abuelo, quien consideraba la disciplina como medio de salvación. A partir de ese incidente, mi tía comenzó a comportarse de maneras extrañas: burlas sarcásticas, blasfemias, se levantaba avanzada la noche y aventaba muebles y reía y lloraba, y cuando caminaba amenazaba con aventarse por los barrancos, por lo que había que sujetarla entre varios para evitar que se hiciera daño. El veredicto fue claro: estaba poseída. Había que encontrar aquello que era el vínculo de posesión. Así que pusieron la casa de mis abuelos patas pa’ arriba hasta que encontraron un anillo que el pagano había dado a mi tía como muestra de amor. Lo rompieron y luego lo quemaron, mi tía lloraba. Pero eso no fue suficiente, mi tía “seguía estando poseída”. Había que tomar medidas más radicales, concluyeron. Y un día, fue en mi casa cuando mi tía volvió a tener un episodio fuerte de “posesión”. Fue sujetada fuertemente, mientras mi madre, angustiada y desesperada, sacaba fuera, al patio, todo lo que hubiera en casa que tuviera una relación con el Diablo: mis libros de cuentos donde había hadas y brujas, los discos de mi visor View Master, tarjetas postales, mis colores Blanca Nieves, mi disco de música de los Pitufos, mis cuadernos de iluminar… y les prendió fuego. Al interior, mis tíos y abuelos sujetaban a una convulsa tía mientras hacían oración. Yo miraba todo eso sentado en un sillón, muy asustado, llorando de miedo.
    Tras ese funesto día, mi tía fue mejorando poco a poco, pero dicen que no quedó libre de todo mal. Es fecha que mi madre cree que los demonios no la han dejado en paz y que aún la visitan y la vuelven a poseer.
    Como hijo del ministro, todavía volví a presenciar otro par de casos y enterarme de varios más que, me dijeron, se trataba de posesiones demoniacas, sin embargo, conforme pasó el tiempo y llegaron personas más educadas a la congregación, ese tipo de eventos dejaron de suceder.
    Y esa es la razón, mi querida Raxxi, por la que todavía sigo sin poder ir al cine a ver una película de poseídos. Creo que más que miedo, es un trauma, ¡ja ja ja!
    Gracias por invitarnos al #Raxxiechallenge. Te mando un abrazo esterilizado, libre de virus.

  3. La pregunta me recordó a uno de tus cuentos en El ataque de los zombis parte mil quinientos; excelente título. Muchas vecen me han hecho esa pregunta y a veces ya no sé cómo responder. Mi respuesta general es: a las arañas, a las abejas. Creo que es una respuesta liviana, porque finalmente es un miedo con el que puedo sobrevivir. Si veo a una araña o a una abeja (más que nada a las avispas), llamo a alguien para que las mate y ya, pero pocas veces respondo algo que sí me he planteado como un miedo: la soledad. Algo un poco contradictorio con mi forma de ser, porque disfruto mucho de pasar tiempo sola, se vuelve una necesidad cada día, pero existe esa soledad donde no tienes personas a las que les importes o que te quieran. Esa es la soledad que me da miedo. Pasar la vida sola.

    También se me vienen a la mente distintas pesadillas que he tenido a través de la vida, relacionadas al miedo anterior y a otros. Una de esas pesadillas que prácticamente se hace presente por este tiempo: perder mi pelo. Hace poco soñé que me veía en un espejo y al pasar mi mano por mi cabeza, se desprendían mechones de cabello. Actualmente llevo algunos meses en que se me cae mucho, al parecer secuela de haber tenido Covid. Pero bueno, es un miedo superficial.

  4. Avatar de Mayra Elizondo
    Mayra Elizondo

    Siempre me han dado miedo los alacranes.
    La manera en que te ven cuando te descubren. Cómo te abrazan, y te inmovilizan rodeándote toda con sus fuertes tenazas. El dolor obnubilante que sientes, cuando clavan su aguijón en la base de tu columna vertebral…
    Siempre me han dado miedo los alacranes.

  5. Avatar de Ulises Rodriguez Ortiz
    Ulises Rodriguez Ortiz

    Yo le tengo miedo a los vinagrillos y también a las palomas negras, de las cuales me gustaría platicar algunas cosas pero, mejor en otra ocasión.
    Obviamente también la oscuridad fue un motivo de miedo. Ahí va la historia: Mi abuelo materno compro una huerta en la Ciudad de Iguala, Guerrero. Era un lugar muy grande con decenas de árboles frutales, predominantemente de mango, con un pozo y bien lejos de la parte iluminada de la ciudad. La primera casa que se construyó en la huerta fue la de mis abuelos, con unas cúpulas hechas con ladrillo aparente, lo cual siempre me ha gustado. Con el tiempo uno de mis tíos también se hizo una casa grande y bonita. Sin embargo, mi tío y su familia nunca habitaron ese lugar tan bonito.
    Aquí aparece la oscuridad porque teníamos que ir a prender la luz. Desde la casa de mi abuelito. Se veía bien oscuro y mi mamá de decía, ándale hijo, vete a prender la luz de tu tío, y ni modo, siempre comenté, si, a mi no me da miedo la oscuridad; nada más veía a mis papás con unos ojos de, no te creemos nada Ulises! Y bueno, me iba caminando esperando captar todo con mis oídos pues no se veía nada, quizá algunos murciélagos revoloteando entre los mangos.
    Ya cuando estaba seguro de que nadie me veía, me echaba a correr pues lo oscuro como que me miraba. Ya con la luz encendida aparecía otra sensación: un lugar iluminado pero solo. Una casa grande en la cual nada más estaba yo. Por supuesto que también le corría de regreso.

  6. […] post es respuesta a la primera pregunta del […]

  7. Una vez soñé que el diablo me recibía a la entra de una cueva, iba pintado de alebrije, no recuerdo de qué platicamos mientras bajábamos al infierno, cuando llegamos había personas que se metían a la corriente de lava y gritaban, después reían solos y continuaban chapoteando. El diablo me dijo que también tenía casa allá arriba, con alberca. Me la pasé muy bien, me gustaría mucho regresar y visitar la casa con alberca de Satanás, le dije que así le decían a mi papá. La única vez que tuve miedo mientras dormía, mi primer pesadilla, soñé que estaba en la catedral pero con un solo muro blanco alrededor y la puerta enorme de madera a nuestras espaldas, la cerraron entre dos hombre y comenzó la misa. Estaba con mi mamá, mi papá y la familia de mi mamá, mis primas dormían en los brazos de mis tíos. El padre dijo “Oremos”, y todos nos hincamos, me asusté al ver a mis papás tan devotos, ¿Qué estaba pasando pero? Nos arrancaron las bancas y todos nohincados avanzamos hacia el padre, mis papás no respondían, lloraban y abanzaban, en eso sentí el frío en mi espalda, voltié y solo estaba la puerta, mis padres me dejaban yo me apuraba a agarrarlos pero me arrastraban. Entonces los ví, a los sacerdotes vestido de negro con peluca, nos veían como escogiéndonos con la mirada, encontré al mío, abrió la boca, le brillaron los labios y comenzó a babear, Podía ver sus lunares desde el úlpito, su piél estaba a punto de quebrase y flotar en el aire como polvo. Desperté y me dió coraje que mi habitación siguiera invadida por la esencia del viejito. Me tomó algunos días deshacerme de ella.

  8. Muy bien Raxie, me ha gustado tu relato y no encontre nada digno de la inquisicion… Me da curiosidad haber entrado al departamento de tu abuela, cuantos tesoros me encontraria?

  9. Yo usaré este Raxxie Challenge para ir afinando a Ángeles Guerrero, la protagonista de una novela que tengo en planes. Ella es la única detective privada en Tepic.

    Pregunta 1: ¿A QUÉ LE TIENES MIEDO?
    Cuando era joven, 15 años, pensé que le tenía miedo a una violación correctiva. Con eso me amenazaron por ser lesbiana y entonces huí de casa. Hoy sé que lo que me asustaba era quedarme estancada en ese pueblo perdido del Estado de México, invadido por la pobreza y el machismo.
    Ya como adulta tengo miedo de perder mi dentadura, como mi abuela. De verdad, es un miedo real. Ni fantasmas, ni zombies, ni narco. Perder mis dientes es mi peor pesadilla. Por eso voy tanto con la dentista para prevenir cualquier problema. Lo que me lleva a responder la pregunta 2.

  10. Durante un tiempo cuando era niña, dormí en el mismo cuarto que mi hermano menor, el era sonámbulo y algunas veces se paraba se ponía sus chanclas y caminaba hasta la puerta y volvía a la cama. Otras veces gritaba, se sentaba y se volvía a acostar. Mientras yo muerta de miedo me tapaba y me hacía bolita en la cama.
    Recuerdo también que poco después de la muerte de mi abuelo materno llegó a la casa su herencia: una cruz de oro para mi mamá y para los demás su caiman disecado con ojos de canica y toda su colección de revistas de tradiciones y leyendas. Yo las leí a escondidas y de un tirón todo el verano y por la noche no podía dormir. Me imaginaba a los monjes en pena, a las novias espectrales y a los demonios que vivían (al perecer placidamente y alegremente) durante el periodo colonial. Ese septiembre cuando volví a entrar a clases la maestra mandó llamar a mis papás, además de las ojeras que nunca más se me quitaron me quedaba dormida justo antes de empezar la clase de matemáticas.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.