Por una herradura

Nerviosa, me muerdo las uñas. Tanto, que me jalo un pedazo de uña lateral y me dejo un padrastro. Lo muerdo. Lo arranco con un método infalible: lo agarro con la punta del pulgar y el índice de la otra mano, le doy una vuelta (en el sentido de las manecillas del reloj) y jalo, inmisericorde. Duele y brota un chorro de sangre. Me como el padrastro (sabe dulce) y tapo la fuga sanguínea con la lengua (sabe metálico).
Sigo nerviosa. Muerdo más. El músculo es correoso, pero el hueso es divertido. Qué bueno que hay poca grasa.
Muerdo. Muerdo. Muerdo. Qué nervios. Qué charco. ¿Dónde usaré el reloj ahora que no tengo muñeca? Qué nervios pensarlo. Empiezo a moder las uñas de los pies.


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