Autor: Raquel

  • Como un diario, pero impúdico

    Bonito post dedicado a la niña Perla, que me lee (¡oooooooh!)

    Hoy en la mañana, camino a la oficina, Perla me dio una sorpresa: me lee. Sí, señores y señoras. O bueno, no: me lee en voz alta la abuelita de Perla y Perla la escucha.

    Paréntesis: ¿Cómo que no saben quién es Perla? ¡Qué lectores tan poco conocedores del mundo y de la vida! Je. Perla es nieta de Mary, la esposa de mi papá. O sea, que es como mi sobrina, más o menos (sólo que es mejor portada que mis sobrinas. Lo siento, sobrinas: hay que decir la verdad).

    Paréntesis dos: Que Mary le lea a Perla no quiere decir que sea una abuelita de pelo blanco y lentes en la punta de la nariz. No dejen que su mente los haga caer en semejantes clichés, por favor.

    Cierro los dos paréntesis y sigo:

    Hoy en la mañana, mi papá, Mary y Perla me trajeron al trabajo. En el camino, me enteré de que Perla y Mary me leen. Primero, me dio hartísimo gulp. Porque Perla tiene menos de diez años y Mary es esposa de mi papá, je. ¿Habré puesto alguna cosa inconveniente, como la vez que me fui sin permiso a Rusia y le dije «putín» a Putin? ¿O cuando me peleé a golpes con Arnold Schwarzzenegger (porque se enojó de que no sé escribir su nombre) y le rompí la nariz? Tras un rápido recuento mental, volví a respirar más o menos tranquila: soy la mejor portada del mundo, no hay nada qué temer (ja y rejá). Y si lo hay, pus ya qué.

    Después del gulp me dio gusto que Perla me lea y que tenga ganas de hacer su propio blog. A fin de cuentas, de los jóvenes es el reino de la Interné (nosotros nomás se los estamos cuidando) :P

    Y luego me quedé pensando: qué chistoso que de pronto ataque esta rara forma de pudor: ¿a poco no es el objetivo de todo blogger ser leído?

    Paréntesis: Hoy ando con un nivel de atención como de menos quince. Así que mejor le paro y mañana escribo con concentrancia y atencionismo. Mientras, chaucito.

  • Intermedio de fin de semana

    VENCIDOS

    Por la manchega llanura
    se vuelve a ver la figura
    de Don Quijote pasar.

    Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,
    y va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar,
    va cargado de amargura,
    que allá encontró sepultura
    su amoroso batallar.
    Va cargado de amargura,
    que allá «quedó su ventura»
    en la playa de Barcino, frente al mar.

    Por la manchega llanura
    se vuelve a ver la figura
    de Don Quijote pasar.
    Va cargado de amargura,
    va, vencido, el caballero de retorno a su lugar.

    ¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura,
    en horas de desaliento así te miro pasar!
    ¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
    y llévame a tu lugar;
    hazme un sitio en tu montura,
    caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura
    que yo también voy cargado
    de amargura
    y no puedo batallar!

    Ponme a la grupa contigo,
    caballero del honor,
    ponme a la grupa contigo,
    y llévame a ser contigo
    pastor.

    Por la manchega llanura
    se vuelve a ver la figura
    de Don Quijote pasar…

    León Felipe

  • Esos vecinos del mal

    A Jonathan, con absoluta empatía

    Primera
    Cuando vivíamos en la calle de Perú, en una vecindad harto terrible (más de eso puede verse aquí y acá), era común escuchar a una vecina gritándole a su nieta; a otras dos peleando por el espacio en el tendedero; a las piñeras (hijas del zar de las ensaladas que venden en carritos de madera en todo el centro) en sus fiestas o en sus empiernamientos… Bueno, incluso recuerdo a uno de mis tíos, cuchillo en mano, gritando a todo pulmón que iba a matar a mi mamá y a mi abuela.
    Es decir, ruido, ruido, ruido. Y mucha violencia, también.
    Yo tenía más o menos prohibido llevarme con los vecinos (mi abuela apodaba a uno «el loco»; otra era «la majadera»; estaba «Lupelaloca» y en el edificio de junto estaban «los vagos»… pueden imaginarse el resto) y, pese a todo, no recuerdo haber pasado noches de insomnio. De hecho, las primeras noches en Iztapalandia fue el silencio absoluto lo que me impedía dormir.
    Lo malo (o bueno) fue que me acostumbré al silencio. Ay de mí.

    Segunda
    Ahora vivimos en una Unidad Habitacional. Es lo mismo que la vecindad, pero se ve más bonito y la gente se cree más fresa. PEEEEERO…
    a) la vecina de abajo cree que sólo puede disfrutar su «música» (si enrique iglesias y paulina rubio y tequiero-uo-uo es música) a un volumen que parece que tenemos un sonidero en medio de la recámara.
    b) su hermana, que vive en el depto de junto a ella, piensa que está bien que sus quincemil hijos (no sé, la verdad, cuántos son) jueguen soccer en el cubo de la escalera en la madrugada
    c) el de al lado a nosotros tiene la cosa de la música, pero su onda es de plano el reguetón
    d) alguien tiene un perro cagón
    e) alguien echa agua enjabonada por las ventanas, y caen en nuestras ventanas
    f) alguien se ha apoderado de muchísimos lugares de estacionamiento (y yo tengo que dejar el autito junto al bote de basura, lo que ha dado lugar a sucesos espantosos -¿les conté de la rata en el motor?)

    Puesto así, parece que vivo en el quinto infierno, pero la verdad es que no es para tanto. Sólo la música de la vecina de abajo me pone muy muy (premio a quien reconozca la cita).

    Tercera
    Un amigo sufre porque su vecino no se hace a la idea de que tiene que compartir el estacionamiento; una tía mía sufrió por años a una vecina que tocaba la bocina del auto en las madrugadas (le decían, por supuesto, Miss Claxon); los papás de otro amigo prefirieron mudarse por no aguantar más a sus vecinos… ¿será que todos somos, de algún modo y sin darnos cuenta, vecinos del mal? (Le pienso y me niego a aceptarlo: yo nunca pongo música a todo volumen, no dejo que el gato ensucie casas ajenas, no robo el cable, no no no)

    Cuarta
    Lo malo de los zombies vs los vecinos es que, si los muerden, se convertirán en monstruos igual de repulsivos (sí, me refiero a lo que ocurrirá a los zombies si son mordidos por los vecinos). Y me partiría el corazón ver a un buen zombie jugando soccer en el cubo de la escalera o -peor- escuchando reguetón. Eso sí es de terror.

  • Opción B: Felinoterapia

    Dedicado, por supuesto, a Bandala

    –Bichiiiiiiitoooooooo
    (silencio)
    –Bichibichibichibichi
    (silencio)
    –Bichitobichitobichitobichito
    (patitas que corren y se alejan)
    –¡Chingado gato!
    –¿Miau?
    (claro: se aparece sólo cuando intuye que no me interesa su compañía)
    –¡Sáquese!
    (por supuesto que no: en vez de irse, se me trepa y empieza su concierto)
    –PRRRRRRRRRRRRRRRR
    –Chinche gato, ¿ha de ser cuando tú quieres?
    –PRRRRRRRRRRRRRRRR PRRRRRRRRRRRRRRR PRRRRRRRRRRRRR
    (acaricio acaricio acaricio. ronronea ronronea ronronea)
    –Hmmm. Creo que esto funciona. Ya no me acuerdo de… de… ¿de qué?
    –PRRRRRRRRRRRRRRR
    (ruido afuera: son pies que se arrastran y un gemido y algo que suena como sangre que gotea)
    –¿Oíste, gato?
    –PRRRRRRRRRRRRRR
    (el ruido de afuera podrían ser niños que juegan; podrían ser un perro lastimado; pero podría ser…
    –¡Un zombie, gato, un zombie! ¡Sálvame!
    –PRRRRRRRRRRRRRR
    (del susto, aprieto al gato contra mí. del susto (que le da el apretón), el gato me rasguña. del susto (que me da el rasguño), le pego al gato. del enojo, el gato me hace pedazos. salgo como puedo y descubro que, efectivamente, mi zombie son los hijitos del vecino, que corren descalzos y se pelean y gimen y se hacen pipí y se oyen goteos)
    –Niños…
    (aunque mi intención es buena: decirles que no es hora pa que anden jugando, los chavitos me ven y palidecen. se van corriendo, gritando, espantadísimos ante mi look post-ataque gatuno).
    –AAAAAAAAAHHHHHHHH! UN ZOMBIEEEEEEEEEEEEE
    (regreso a casa, derrotada. me tumbo en el sillón. el gato se me sube).
    –PRRRRRRRRRRRRRR PRRRRRRRRRRRRR PRRRRRRRRRRRR

    No… la felinoterapia no parece ser tan buena opción

  • Opción A

    — Doctor, ¿se acuerda de mí? Dejé de venir hace como seis años porque tenía la impresión de que usted, en vez de ayudarme, estaba viendo la forma de sacarme más y más dinero. Como cuando me mandó al taller de Constelaciones Familiares en Tlayacapan a precio de Cancún, o cuando me embarcó en la fitoterapia para adelgazar y mejorar la psique, todo a la vez.
    –Ah, sí, Raquel… me acuerdo de ti. Pero ¿no me dijiste que te ibas porque habías conseguido una beca para estudiar esperanto en Finlandia?
    –Este… ah, sí. Era eso. De la terapia que deserté por lo que dije hace rato era otra, no la de usted, je.
    –¿Y qué tal el esperanto?
    –Nomás cheque: hofolafa, ¿cófomofo estáfa?
    –Guau. Te felicito. ¿Y por qué volviste, a todo esto?
    –Es que sueño zombis, doctor.
    –…
    –…
    –…
    –Oiga, no se supone que sea usted lacaniano, doctor. Deme algo para ya no soñar zombies.

    No. Ir a terapia no es opción.