Nota de antes de empezar semana

Después de ochocientos años de silencio, Sandrágoras se sacude la modorra y vuelve a su blog. Valdría la pena ir por allá a darle abrazos o jalones de orejas, eso al gusto del lector. Ah… y exigirle que no vuelva a ausentarse de ese modo…

Ahora sí:

Primer día después del fin

Ayer no se acabó el mundo, pero soñé que sí. Fue un sueño raro: iba en automóvil, camino a mi casa desde algún punto ignoto (o no me acuerdo), cuando enormes discos de color anaranjado (eran similares a elipses, pero eran como burbujas de plasma, pero eran sólidos y metálicos) comenzaron a flotar en el cielo, a poca distancia de los autos.

No eran naves espaciales, ni rayos gama, ni pedazos de universo. Pero eran muy tristes de ver, al menos para mí: a otras personas les causaba miedo.

La gente gritaba, dejaba los autos vacíos, corría en todas direcciones. Mientras, las esferas elipsóidicas (en mi sueño, sabía que se llamaban así) flotaban sin prisa, como si gozaran el panorama. Todos sabíamos que era señal del fin del mundo. Yo sabía que tenía menos de media hora para llegar a casa, comer (je) y despedirme de los míos. Cuando me daba cuenta de que faltaba más de media hora para eso, considerando el tráfico, me daba más tristeza, pero de todos modos pisaba el acelerador hasta no poder más.

Desperté, y las esferas elipsóidicas flotaban en el cielo, perezosas, como asomándose a mi ventana. Pero sólo yo las vi, y esta vez no me dio tristeza, ni miedo, ni nada: demasiada prisa para desayunar y alistarme para el trabajo.


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