Acabo de levantarme de la cama en medio de un susto: sonó el despierta-gente a las 7 y lo apagué con mi mantra: ‘es domingo, no se trabaja’, pero ya no pude dormir. Había un zancudete dando vueltas a mi alrededor y haciendo un ruidito como ‘bzzz’. De todos modos, decidí que NO me iba a parar. Me tapé la cabeza con la cobija y escuché al mosquito bzzzz y a mi gato prrr sobre mi cama.
Y que se abre un poco mi puerta (y me dije, es mi hermano que ya quiere desayunar)…
y que se inclina ese alguien sobre mí…
y se acercó tanto a mi oído que pude oír su respiración (pero cerré los ojos para hacerme la dormida y no pararme tan tan tempras).
Ahí pasó lo raro: Cuca dejó de hacer prr y el beso que imaginé que iba a darme el ‘buenos días’ (el ‘buenos días de Judas’: un beso de levantarse a trabajar) nunca llegó. En su lugar, un soplo de aire helado en mi nuca y una sensación de escalofríos. Me destapé la cabeza para explicarle a mi hermanoso que esos modos de levantar a la gente no son modos…
pero –por supuesto– mi hermano no estaba ahí. Sólo mi gato, mirando fijamente un rincón de la recámara, con los pelos erizados y un gorjeo saliendo de su panza o su garganta o a saber de dónde… Me aseguré: mi hermano dormía en su camita. Y mi papá y su señora no están.
En lo que averiguo si soñé o si pasó algo, mejor vine a la compu y prendí la luz y dejé cuidadosamente cerrada la puerta de mi cuarto. Y ni para decir ‘quiero a mi mamá’, porque si viene ahorita a consolarme me muero de un síncope…
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