Vagando en Wikidrama, después de enterarme del resumen completo del dorama que me acaba de aburrir, me encuentro el resumen de otra serie coreana que se me antoja muchísimo ver: Mi novia es un Gumiho. Nada más lean el resumen pa que vean por qué se me antoja:
Cha Dae Woong accidentalmente libera a un Gumiho, un legendario zorro de 9 colas que come hígados humanos. Él conoce a una linda chica que de hecho es el Gumiho que liberó. Cuando Dae Woong se da cuenta de lo que hizo, el intentará mantenerla feliz y ocultar a todos los demás el hecho de que ella es un Gumiho. A medida que la historia avanza, el legendario Gumiho (más tarde llamado Mi Ho) quiere ser humano. Mi Ho descubre como lograrlo mediante un veterinario llamado Park Dong Joo (que tampoco es humano), ella deberá beber la sangre de Park Dong Joo para convertirse en humano en un periodo de 100 días mientras Dae Woong debe mantener su aliento de zorro. Por otra parte, Dae Woong no podrá salir con nadie además de MiHo durante los 100 días. Sin embargo, Dong Joo no le dijo que para convertirse en humana al cabo de 100 días, Dae Woong debe morir. Muchos problemas se esperan cuando Mi Ho y Dae Woong eventualmente se enamoren.
¿A poco no suena interesante? Siento que combina la comedia romántica adolescente con lo fantástico de un modo muy particular, muy propio de su lugar de origen, al incluir seres propios de su mitología. Y entonces me rompo la cabeza pensando: ¿habrá algo así aquí? Y eso nos lleva, claro, a
2. La serie mexicana que me gustaría que existiera
O aunque fuera telenovela (pero mejor serie, porque me aburro rápido)
Me gustaría una serie que combinara el melodrama romanticoide con las expresiones tradicionales fantásticas de nuestro país: ¿qué tal un chavo que se enamora de la Llorona? ¿O una chica bien que se enamora de un aprendiz de chamán? Así, de pronto, se me ocurre un inicio de historia:
Un chico de ciudad que se ve obligado a mudarse al campo (¿qué tal estudiante de veterinaria) y que conoce a la hija hermosa y sencilla y misteriosa de un hombre no-querido en el pueblo (lo acusan de nahual, justo). El chavo piensa que es superstición y cree, con su arrogancia citadina, que él puede ayudar a la muchacha, sólo para descubrir que todo es cierto… Ya, si ustedes quieren, le ponemos final trágico o feliz (voto por feliz).
La pregunta es: ¿cuándo será capaz la tv mexicana de hacer algo así? ¿cuándo será el público mexicano capaz de ver algo así? ¿Por qué, en general, percibimos como uncool o poco glamoroso o cero deseable lo relacionado con nuestras raíces? En fin, por más que le pienso, lo más cercano que se me ocurre es El extraño retorno de Diana Salazar y pues, así que digamos «serie para adolescentes», pues no, no era.
(Si escribo la novela, ¿alguien de ustedes se interesaría en leerla? ¿me la publicarían?)
Hoy, martes 21 de enero, se presentó «Manda Fuego», antología personal de Alberto (Chimal). Participaron Ana Clavel y Erika Mergruen; hubo lectura de textos a cargo de Flavio Monroy y moderó Hugo Ortiz.
Nos divertimos mucho :)
Hace mucho, mucho tiempo, cuando jugaba a hacer páginas web, traduje una página gótica divertidísima: Jesus was gother than thou.
Me encuentro con que mi versión aún anda en el ciberespacio (el sitio original en inglés parece haber caído) aunque desconfigurada (los acentos y las eñes no jalan). También detecto varios errores por traducir a las carreras, pero supongo que eso se perdona si se considera que toda la programación web la hice a manopla, como se hacía en esos entonces (nada de wysiwyg ni de plantillas ni de blogs precargadoch, hijitoch).
Quizá sería buena idea rehabilitarla (en otro sitio, porque de plano no me acuerdo de mi contraseña en darksites). Mientras, acá está, con todo y sus errores, su desconfiguración y mi trabajo manual de programación web ;)
Ayer fue cumpleaños de mi papá, mañana es su santo. La cercanía de ambas fechas hace que tengamos generalmente una celebración de tres días. El 18, además, es cumpleaños de Maru Tamés, mi queridísima jefa de los tiempos de Diálogos en Confianza (pasen con ella si tienen quejas de mis ideas de equidad de género y cultura de la prevención, o de mi hábito de escribir guiones de temas que me gustan para proyectos que me enorgullecen, incluso si no me hago rica en el intento) y el 20 es, también, cumpleaños de mi querida tía Estelita (en buena medida promotora de mis hábitos de lectura, como pueden leer acá). El 18 es también cumpleaños de varios amigos queridos -¡y el 20 también! Esto genera que, mientras no domine el don de la ubicuidad, me es imposible dar todos los abrazos que quisiera en estos días. Pero son días que acostumbro estar muy contenta porque pienso en tanta gente linda que está festejando a mi alrededor.
Y, sobre todo, aprovecho para agradecer que tengo el papá que tengo (que ahorita anda malito -pero más le vale recuperarse asap!)
En 2009 me publicaron este texto en la revista Replicante. Luego lo perdí. Luego lo encontré y no me acordaba si lo había puesto ya en el blog o no. Lo busqué en la red y descubrí que Daniela, la autora del blog Dramátika, se dio a la tarea de transcribirlo en su sitio, ya que en ese entonces la revista era en papel. Sinceramente, eso me conmovió mucho, mucho. Así que, aunque hace cuatro años de aquello (¿o ya cinco?), pongo acá el texto completo con toda mi gratitud a Daniela (su blog está ya inactivo, pero si la conocen, díganle que en verdad le agradezco).
Y dice así:
El guión es como la muchacha fea
Raquel Castro
El guión es como la muchacha fea: a nadie le gusta, pero todos le meten mano.
Fermín Cabal, guionista español
La reciente ruptura de la mancuerna González Iñárritu-Arriaga es, probablemente, el divorcio más doloroso del cine mexicano, desde el de Jorge Negrete y María Félix. Y todo parecía indicar que el director y el guionista eran una pareja feliz: sus tres retoños (Amores Perros, 21 gramos y Babel) parecían prueba gloriosa de ello. Ya se ve: las apariencias engañan, e incluso una relación así de fructífera puede llegar a su fin, periodicazos incluidos.
No es raro que una pareja creativa se disuelva: uno de los casos más sonados en la historia del cine es el de Salvador Dalí y Luis Buñuel, quienes, por cierto, incluso antes de su rompimiento definitivo tuvieron cierta discusión acerca de Un perro andaluz (Dalí declaró en más de una ocasión que el guión de Un perro… era de su total autoría y que Buñuel sólo había contribuido con detalles). Pero en este caso, como en el otro, llegaremos tarde o temprano a la pregunta –difícilísima–: ¿de quién era realmente la película?
El punto de vista simplificador nos dice que el cine es imágenes y que todo lo demás está de más. Pero es como decir que la danza es sólo movimiento, y que da lo mismo ver El lago de los cisnes que El cascanueces. La historia importa. Aun en los albores del cine, películas con argumentos cortos y relativamente simples, como El regador regado, gustaban más al público que las escenas sin progreso dramático, como Obreros saliendo de la fábrica Lumière. Nos gustan las historias: queremos que, además de las imágenes sorprendentes, “pase algo” en la película. Por eso ha sido una constante en el cine la relación con la literatura, la búsqueda de cuentos y novelas para adaptar a la pantalla.
Pero aún no se contesta la pregunta planteada. ¿Es el guionista el autor de la película? Akira Kurosawa solía decir que “con un mal guión, ni el mejor director del mundo puede hacer nada”. Y el guionista es autor de la trama, de la historia que se cuenta, aunque es necesario reconocer que una película tampoco es únicamente eso: a diferencia del novelista, cuando el guionista pone el punto final no se encuentra frente a un producto terminado, listo para llegar al público. Como dice el guionista francés Jean-Claude Carrierre, el guión concluido apenas está por someterse a un proceso de metamorfosis, en el que intervienen muchas manos y visiones (las de más peso son las del director y el productor) y sólo como resultado de esta transformación surgirá la película.
Sin embargo, este hecho parece oscurecer la importancia del guionista y hasta alentar la creencia de que cualquiera que sabe escribir su nombre o teclear más o menos rápido en un chat es capaz de escribir un guión. (O más todavía: que es capaz de escribir un buen guión.) A veces da la impresión de que todo mundo cree tener los elementos para meter mano en el trabajo del guionista: agregar personajes, quitar referencias, incluir anécdotas o discursos que “exalten” tal o cual valor…
La discusión está mal planteada desde el principio: no se trata de negar la importancia del director (como Iñárritu eligió entender el reclamo de Arriaga), sino de insistir en visibilizar el trabajo del argumentista. Que haya un pago justo por la escritura de la historia, que se reconozca la autoría, que nos hagamos a la idea de que no todo el que sabe usar la cámara sabe escribir una trama lógica e interesante, o unos diálogos inteligentes y creativos; por todo esto que es válido y hasta saludable que reconozca que necesita de la ayuda de un guionista. Como hacía Buñuel.
Son dos los obstáculos en el camino a esa meta: una mala idea de los realizadores y el buen oficio de los guionistas. La mala idea es la de que todo realizador puede ser un auteur (es decir, puede realmente “hacer la película” sin la intervención de nadie más). El buen oficio causa el fenómeno del “zurcido invisible”, presente en los guiones bien escritos: mientras mejor escrito esté el guión, menos se notarán la mano del guionista en el resultado final y, desde luego, el peso de su trabajo.
¿Se puede dar un mayor crédito al trabajo del guionista? Es posible. Al menos en Europa, las asociaciones de guionistas están realizando esfuerzos en esa dirección. Otra señal halagüeña es la proliferación de cursos y seminarios para la formación de guionistas. ¿Dije halagüeña? Perdón: es un arma de doble filo. Me explico.
En Ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002) lo real (la existencia de Charlie Kaufman, el bloqueo por el que pasaba, la encomienda de adaptar una “novela” sobre flores en la que apenas ocurre nada) se mezcla con lo imaginario (el hermano gemelo que quiere ser guionista, las situaciones de vida o muerte). También aparece un personaje impresionante: un gurú del guión, agresivo, carismático y muy seguro de sí mismo, que llena auditorios y promete enseñar en tres sesiones el arte de escribir un guión que se convertirá en gran éxito. ¿Qué será lo más sorprendente? ¿Que se pueden llenar auditorios con gente que desea ser guionista, a pesar del poco reconocimiento y los malos sueldos? ¿Que haya quienes crean que en un fin de semana se puede aprender todo lo relativo a la escritura de argumentos de calidad? ¿Que el personaje en cuestión, Robert McKee, no es un invento de Kaufman, sino un auténtico motivador profesional/teórico del guión? ¿O que el verdadero McKee no se da por ofendido con la manera en que se le retrata en la película, al grado de incluir ésta en la publicidad que hace a sus cursos?
Así es: McKee, siempre de gira, imparte su popular seminario “Historia” a un costo de 545 dólares y su anuncio, a plana completa en todas las revistas especializadas en escritura de los Estados Unidos, incluye el cartel de Adaptation y la leyenda “¡Cómo lo vio en Ladrón de orquídeas!”. Según McKee, lo que lo hace distinto a otros gurús que se dedican al mismo negocio es que él no dicta pasos ni reglas, sino “principios” que pueden o no seguirse, pero que, de atender, llevarán al guionista directo a la fama y la fortuna. Imagino que McKee no ha escrito ningún guión para cine (y sólo tres para televisión) precisamente porque ya encontró la fama y la fortuna.
A esto me refiero con el cliché del arma de dos filos: por una parte, es obvio que el éxito absoluto no alcanza a todos los que asisten al seminario de McKee o de alguno de sus colegas (Syd Field, Doc Comparato y Linda Seger están entre los más famosos… y no, tampoco ellos han escrito prácticamente nada para cine o televisión); por la otra, cada vez hay más personas dispuestas a aprender sobre guionismo y, como resultado colateral, a darse cuenta de que no basta con tener buenas ideas (y 545 dólares) para escribir una buena película.
Quizá, en unos años, el guionista vuelva a ser considerado un elemento importante en la cinematografía. Quizá entonces, cuando González Iñárritu y Arriaga se vuelvan a encontrar, puedan arreglar sus diferencias como Buñuel y Dalí no pudieron. Y, sobre todo, quizá el guión deje de ser visto como la muchacha fea, y en cambio se aprecien sus propios esplendores.
De «Ladrón de orquídeas», historia sobre guionistas :)