Etiqueta: Diversas enfermedades

  • Muchas cosas, ¡huuuuh!

    Muchas cosas, ¡huuuuh!

    1. Enfermalandia. Los últimos años han sido complicados para Alberto y para mí. Nada que pueda considerarse irremediable o fatal, pero igual ha sido un rollo lidiar con el paso del tiempo, que se traduce en achaques varios y pérdidas de todo tipo. El impacto más profundo llega con la muerte de seres queridos y admirados, cercanos o no; pero las pérdidas relacionadas con el envejecimiento también van dejando su contribución y, a la larga, son desgastantes. Y que conste que no es queja, porque a pesar de todo hemos tenido a nuestro alrededor a personas maravillosas que nos han echado más que la mano en momentos más que difíciles. Como se suele decir, «ustedes saben quiénes son» y tienen un sitio VIP en nuestros corazoncitos.
      En todo caso, lo que acabo de escribir es apenas una introducción a lo que me ha dado vueltas en la cabeza en los últimos tiempos: cómo cambia la cotidianidad cuando uno recibe un boleto para un viaje sin escalas a Enfermalandia. Ayer estuvimos Alberto y yo todo el día en el Instituto Nacional de Neurología y, mientras esperábamos a que mi trámite avanzara, pasé de la autocompasión a la autodeprecación y de regreso (y por muchas otras fases emocionales a las que se enfrenta una cuando no está permitido usar el celular en una sala de espera y, tontamente, no se lleva ni una libreta ni un libro y sólo queda observar alrededor). «Pobrecita de mí que estoy acá y no en otro lado» se convirtió en «Pobrecito de Alberto que está acá en vez de estar atendiendo sus asuntos» y luego en «Qué ingratitud la mía que me estoy sintiendo mal cuando esta persona a la derecha está obviamente en una situación mucho más complicada que la mía» para llegar al «Ay, ojalá nunca me toque estar en una situación como la de esta persona a la izquierda o como la de la persona a la izquierda de ella, que es quien tiene que cuidarla». Al fin medio terminamos el trámite y me dieron una cita para dentro de mil millones de años -justo un día que ya tenía ocupado en la agenda, pero ps ni modo de decir «ay, no puedo ese día, ¿no me lo cambia?». Y entonces me di cuenta de que cuando uno está en Enfermalandia todo lo que era uno antes de entrar realmente no importa, porque el diagnóstico no se hace a partir de tus lecturas favoritas, lo cargada que esté tu agenda o tu grado de estudios; y no importa cuánto te apapache y consienta la gente que te quiere, hay momentos en que no hay más que plegarse a la maquinaria bien aceitada de un sistema eficiente pero sobrecargado -y ni me quejo porque en verdad que sé lo afortunada que soy al poder mirar a mi alrededor y pensar y reflexionar sin que un dolor permanente me nuble la razón, como a la persona que estaba adelantito de mí, que me hacía pedazos el corazón con cada gemido. Y es que ser ciudadano de Enfermalandia a veces es como tener doble nacionalidad y nada más vas cada cierto tiempo, pero hay quienes lo tienen como trabajo de tiempo completo -un trabajo ingrato porque no paga-; y cuando estás ahí no importa lo compleja que sea tu identidad ni las muchas facetas que tenga, porque tu rol de persona enferma o de «pariente responsable» absorbe todo lo demás y mientras estés ahí, eso eres (y asumen que con sólo serlo te vas a aprender todos los protocolos y se te va a actualizar el chip con el mapa exacto del instituto, sus horarios y los reglamentos de cada área).
      Ay, pero entonces, como decía, terminamos con nuestro trámite y sí, somos afortunados porque el presupuesto nos permite tomar un taxi en la puerta del Instituto y mi estatus como ciudadana de Enfermalandia no me impide platicar con el taxista y hasta sentirme halagada cuando pregunta quién de los dos es el Paciente y que cuando le digo que yo él agrega que no lo parezco paciente, que me veo muy bien. (Ya después pienso que eso es parte del problema para muchos ciudadanos de Enfermalandia: que si no tienes cara de serlo, la gente no te trata con condescendencia -lo que es bueno- pero tampoco con comprensión o paciencia -lo que es bastante malo- y a veces hasta te toca un trato violento porque piensan que estás tratando de hacer trampa si te sientas en el lugar para personas con discapacidad porque «no tienes cara de enferma».
    2. Por otro lado, aunque mi relación con la escritura no ha sido tan fructífera como en otras épocas, estoy muy contenta porque ayer salió en Spotify el tercer episodio de un podcast de ciencia ficción que escribí para la editorial Loqueleo. Muy libremente basado en Los hijos del Capitán Grant y con sinceros homenajes a varios autores del siglo XIX y del XX (en especial a Artrhur C. Clarke), fue una experiencia padrísima, desde la planeación (donde Alberto me guió en el worldbuilding de una manera maravillosa), hasta la producción (con actores de voz increíbles y un trabajo formidable del estudio Chicas Ruidosas), pasando por una edición súper cuidadosa de Elena Bazán (quien, además de editar, llevó control de los tiempos de entrega y producción, el casting y mil detalles más que uno ni se imagina cuando escucha un podcast).
      Y bueno: cada semana sale un nuevo episodio de los diez que conforman El corazón de la Vía Láctea, y los anteriores se quedan ahí disponibles, así que pueden escuchar completa esta historia de aventuras en el espacio, amores complicados por la hormona adolescente y satélites terraformados en este enlace: https://open.spotify.com/episode/7oZAmzqA3anXvjKwKPEGhg?si=5ebbcdec860d4e29
    3. Hice una pausa para ir a comer y cuando volví a esta nota, descubrí con espanto que ya no me acuerdo qué otras cosas les quería compartir. ¿Algo sobre los talleres que estoy dando? ¿Sobre mi cumpleaños, que será la semana que viene? ¿Algún chisme acerca de Pulgas y Morris o con respecto a unos gatitos que se han estado filtrando de forma extraña en algunas fotos mías y de Alberto? Misterio. Si me acuerdo, vengo y les cuento.
  • Retraso dental

    He visitado a quince dentistas desde mi última nota sobre dientes. Quince. Si fueran años, y no dentistas, habría yo tenido derecho a fiesta con vals y chambelanes. Pero no: me quedé sin baile, sin pastel y sin regalos… y ninguno de ellos quiso sacarme los dientes, cambiármelos por unos menos conflictivos.
    ¿Así cómo vamos a progresar? ¿dónde queda su hambre de conocimiento, su sed de descubrimiento, su afán de hacerse de una lanita extra?
    Y, sobre todo, ¿dónde quedo yo, con mi proyecto? Si lo único que les pedí fue que me pusieran anestesia general, me sacaran todos los dientes y me pusieran, en vez de ellos, unos cuchillos ginsu…
    Todos me miraron como si estuviera loca. Todos. ¡Cuánta incomprensión, cuánto prejuicio!
    Yo sólo quería quitarme de encima algunos dientes problemáticos y, aprovechando, un trauma de la infancia: es que yo fui… [acorde dramático] retrasada dental.
    Oh sí: mientras mis compañeritos tenían ya sus dientes de no-leche (dientes grandes, juertes) yo seguía con mis dientecitos de ñiñiñí: chiquitos, separados, blandengues.
    Mi mamá me llevó con varios especialistas: primero, con el oftalmólogo; luego, con el carnicero y, por último, con la modista (era un día en el que teníamos muchos pendientes). Al final de nuestra gira, le confesé mi preocupación con respecto a mis dientitos, y entonces sí, me llevó con un especialista en dientes: mi tío Jacinto.
    «Abre la boca, saca la lengua, mete la lengua, hazla a un lado, tu lengua me estorba, quítatela…». Luego de horas de estudio, mi tío nos dio la mala noticia:
    «la niña tiene un ligero retraso dental. No es grave, pero nunca será como los otros. no la cambies de escuela, pero dile a sus maestras que sean comprensivas».
    Y sí. Se me cayó el primer diente como a los siete, y las muelas del juicio me salieron hace tres minutos, todas a la vez.
    Y mi dentadura «adulta» no es de dientes derechitos y firmes: en vez de eso, tengo esta bola de dientes pandilleros, que ningún dentista se atreve a enfrentar. Chale.

  • Dentadura problemática

    Siempre, desde que me acuerdo, he tenido problemas con los dientes. Con los míos, aclaro: los dientes de la demás gente no me causan ningún tipo de conflicto (excepto la vez aquella en que un remedo de vampiro me mordió la muñeca; pero esa historia tendrá que quedarse para otra ocasión).

    Decía, pues, que tengo problemas con mis dientes desde siempre. Y no hablo de travesurillas sin consecuencias, de ésas que suelen jugar los dientes de todo mundo: hablo de broncas graves, fuertes, serísimas y muy estresantes.

    Creo que parte del problema es que mis dientes acostumbran andar juntos a todos lados. Son una pandilla. Están los de enfrente, siempre haciendo comentarios incisivos; muy cerca de ellos hay unos que se aperran a la menor provocación, los muy caninos. Y están otros que, desde el confort y la seguridad de la retaguardia, no dejan de moler.
    Todos juntos me torturan. Me maltratan. Me hacen sufrir.

    Una vez busqué la ayuda de un especialista. Se burló de mí, dijo que los dientes son delicados pero que con la atención adecuada no deben causar problema alguno. La risa se le quitó cuando su mano derecha quedó fuertemente prensada entre mis delicados y bien atendidos pandilleros. No sé si siga ejerciendo ahora que lleva un garfio en vez de cinco dedos.

    La verdad es que, independientemente de los dolores que me causan, mis dientes me hacen sentir culpable. ¿Será, realmente, que no los traté como era debido? No lo creo: como ya dije, desde el inicio fueron difíciles.

    Y nada ha servido: ni el hilo dental ni el cepillo ni el astringosol. Cada día la situación es peor. ¿Será muy malo esperar a que estén dormidos y sacarlos, uno a uno, para enviarlos a una correccional?

  • La NASA descubrió… ¡zombis en el espacio!

    Mi querido amigo Iván «Malo» Salinas me pasó un link del periódico El Universal en el que se habla de un terrible descubrimiento:
    Una tormenta solar frió el cerebro de un astronauta, que ahora es… ¡un zombi!
    Bueno, hay que precisar algunas cosas:
    1. no fue la NASA, sino Intelsat.
    2. el astronauta no es un humano, sino un satélite.
    Pero igual…. brrr, miedo!!! Porque ahorita son los satélites pero, ¿y mañana? ¿cómo sabemos que no seremos nosotros los zombis? ¿o los gatos? o… (ni dios lo quiera) ¿los chícharos?

    Va la nota, aquí pegada, y luego la liga, por si no me creen, lectores de poca fe:

    Cuando Intelsat se enteró que a principios de abril se produciría una tormenta solar comenzó a hacer mil pronósticos sobre las afectaciones en sus satélites y el más sombrío se hizo realidad, a uno de ellos, cual película de terror, se le quemó el cerebro y se convirtió, literalmente, en un satélite zombi.

    Según reporta la BBC en su portal, el satélite Galaxy 15 perdió toda noción y ya no responde a las llamadas de los operadores, aún cuando éstos lo bombardean con órdenes; incluso, este lunes, los especialistas de hicieron un último esfuerzo para recuperar el control mandando emisiones de alta potencia pero sin éxito.

    El sátelite está totalmente fuera de control; sin embargo, como los instrumentos están encendidos, el zombisat ha empezado a desplazarse. Se encamina hacia la posición 131 grados oeste, actualmente ocupada por otro satélite, el AMC-11. Los expertos calculan que entrará en territorio vecino hacia el 23 de mayo y «robará» la señal de este satélite.

    Según un comunicado publicado en el sitio web de Intelsat, la empresa planea pasar todo el tráfico de información a otro satélite, el Galaxy 12, para que sus clientes no se vean afectados.

    Hasta el momento, menciona la BBC, los clientes del Galaxy 15 no han sufrido interferencias, pero este panorama podría cambiar en las próximas semanas cuando el aparato se cruce en el camino del AMC-11.

    El G-15 provee de capacidad de transmisión satelital a programas de televisión por cable en América del Norte. También retransmite coordenadas de posicionamiento (GPS) a aviones durante el vuelo.

    Y la liga, aquí

  • Lálien

    cosbaby-alien-pret

    –Doctor, ya arrégleme. ¿Por qué me duele la panza?
    –El estómago
    –¿Está seguro de que es el estógamo? ¿No podría ser el sarcófago o el duodinámico?
    –(Mirada de incomprensión)
    –Porque yo sé que en la panza hay muchas otras cosas además del esgótamo.
    –(Cara de que quiere llorar)
    –Estuve gugleando mi caso y tengo miedo que sea una apendejitis. Eso sólo se cura con cirugía, ¿no? Y qué tal que después de la cirugía quedo como actriz gringa mayor de sesenta años, que ni cerrar los ojos pueden?
    –Ay…
    –¿O qué tal que se equivoca usted de cirugía y me saca un piñón, o me arruina un pincelín?
    –¿Un pincelín?
    –Huy, perdón: un plumón. Es que a veces sí me hago un poquito bolas con los términos médicos.
    –(Dolor de cabeza intenso)
    –Oiga, doctor… el otro día soñé que iba en una nave espacial… ¿y si…? (Silencio dramático)
    –(Cayendo en la trampa) ¿Y si…?
    –¿Y si hubiera sido cierto? ¿Si de veras viajé al espacio y caí en el planeta de los álienes y se me metió uno y en la panza tengo lálien, questá creciendo, fingiendo que es apendejitis, listo para saltar de mi panza y comerse a alguien?
    –…
    –¿Eh, si fuera eso?
    –(Sollozo)
    –(En el cel) ¿Bueno, Alberto? Tengo una buena y una mala… La buena es que el dolor de panza no es que mi estógamo se esté muriendo para revivir como zombi y comerse el resto de mis tripas. La mala es que tengo lálien… ¿Cómo que qué es eso? ¿No viste la peli con Sigurni? ¡Tengo lálien! ¡Sí, me lo acaba de decir el gastroentomólogo!