Categoría: Varia invención

Todo lo que no cae en otras categorías. O bien: pura loquera.

  • Por cierto

    Alguien -me gustaría que Rasabadú– debería escribir sobre esa frontera entre el mundo sueñístico y el de a devis.

    En otros temas

    Me persigue el pasado!!! Ayer, arreglando unos papelucos, me encontré mi diario de 1993 a 1997! Claro, cabe todo eso porque nunca escribí diario. Pero fue cagado ver mis primeras anotaciones sobre los que ahora son mis ‘viejos’ amigos (Diablo, Angelito, Toño…). Luego, para hacer más raro el bisne, llegó el cartero… con dos cartas de Bárbara. Lo más raro es que el matasellos de Durango marca mayo de 2002!!!! Y el matasellos local, 23 de septiembre del 2003.

    Chistoso. Mensajes directamente del pasado. ¿Maravillas del correo nacional?

    Hace un rato, para acabar, me di cuenta de que el chef-galán del Rincón de los Sabores tiene la mismísima voz que mi ex el civil (lo que me lleva a recordar a mi amigo Daniel, perdido en las brumas de Madrid).

    Ah. Otra cosa: ayer me volví a topar a Aroche en el messenger, luego de siiiglos de ausencia. Y soñé el poema recitado por mi jefa. Weirdo. El pasado aprovechó una resquebrajadura del presente para filtrarse… espero que sea sólo temporal. No me gusta esta nubecita de nostalgia rodeándome de tiempo completo.

    ¿Y la chamba? Bien, gracias. Habrá que hacerla right now, porque a la una me voy a con Sandrágoras.

  • Sueños poemosos

    No me acuerdo qué soñé, pero cuando estaba en la frontera (esa que divide el sueño del despertar, donde te revisan en la maleta que no te estés robando elementos oníricos como ‘recuerditos’) oí clarito la voz de mi mamá diciéndome un poema de Torres Bodet. No me acordaba de cuánto me gusta este poema… así que va, en plan de compartición, como souvenir prohibido de la tierra de los sueños.

    Canción de la voces serenas

    Se nos ha ido la tarde

    en cantar una canción,

    en perseguir una nube

    y en deshojar una flor.

    Se nos ha ido la noche

    en decir una oración,

    en hablar con una estrella

    y en morir con una flor.

    Y se nos irá la aurora

    en volver a esa canción,

    en perseguir otra nube

    y en deshojar otra flor.

    Y se nos irá la vida

    sin sentir otro rumor

    que el del agua de las horas

    que se lleva el corazón…

  • ¡Maestro!

    Desde primero de kinder y hasta este momento he tenido hartísimos maestros. Muchos más, si consideramos mi compulsión a tomar cursos, diplomados, talleres y etcéteras; y muchos, muchos más, si consideramos mi afición a desertar de las clases de idiomas (y de otras también).

    En todo este tiempo, he tenido buenos y malos maestros; he deseado ser como tal o cual profesora y he tenido ganas de matar a tal o cual otra.

    Pero más allá de los que he querido y de los que no, de los que me han dado clases divertidas (y de los que me han querido matar de aburrimiento), hay un puñado -poquitos- que considero admirables.

    Y dentro de estos admirables hay aún menos que me hacen sentir privilegiada.

    Me explico:

    hay maestros que, durante el tiempo de clases, me parecen sabios. Hablan y todo se ilumina un poco. Pareciera que saben todo, que tienen El Conocimiento (así, con mayusculitas). Pero luego, pasada la clase, o un cierto tiempo, al aprender más y al recordar sus performances, me doy cienta de que sólo son buenos actores: que son capaces de mentir con tal de responder TODO, que tienen un acto bien puesto, y que siempre es igual igual igual. Generación tras generación, dicen las mismas cosas, dan los mismos textos, dejan las mismas tareas, responden las mismas «astutas respuestas espontáneas»).

    Es decir que, pasado el tiempo, me siento como si viera en cámara lenta el acto de un prestidigitador. Desilusiona un poco.

    Pero hay otros. Hay otros que, pasado el tiempo, reviso mis apuntes y vuelvo a quedar boquiabierta. Los vuelvo a ver, o alguien me platica de lo que hacen ahora, y vuelvo a decir WOW. Y sus ejemplos se actualizan, y saben decir ‘No sé’ cuando algo ignoran, y son verdaderos maestros.

    Son pocos. No llegarán a diez en mi vida, y apenas pasarán de cinco. Hay una maestra de lite de la prepa, una de la universidad, uno de italiano… y uno, especialmente especial, es el que me dio clase en el mejor diplomado que he tomado en mi vida.

    Todo este choro viene a cuento porque ayer estuvo él, mi super ticher del alma, invitado a Diálogos. Por azares del destino, me tocó suplir a la guionista, así que fui (encantada de la vida) y atendí a las dos horas de programa como si fueran una clase.

    Jesús (mi ticher) estuvo excelente. Para aplaudirle de pie, carajo. Habló de telenovelas como un experto (lo es) pero sin esa voz engoladita de los que creen ser Autoridades Indiscutibles. Luego, cuando lo saludé, platicamos un ratoide, me presentó a su chavo, quedamos de vernos pronto. Y de veras, me muero de ganas de tomar algún otro curso con él (algo de cine, por favor).

    Y bueno… llevo todo este tiempo pensando en esas personas wow…

    En todo caso, va el comercial: si alguna vez, por azares del destino, tienen oportunidad de tomar clases con Jesús Calzada (guionista, maestro de melodrama, pestañas chinas y sonrisa de dientes de conejo) no lo piensen: inscríbanse, disfruten una experiencia única y díganle que la Rax le manda saludox. (Ah, y tomen apuntes en un sólo cuaderno y luego sáquenle una copia y mándenmela, porque yo, en mi desorden, tengo todo regado en hartos sitios distintos).

  • Y bien…

    Exigentina, sabedora de que la ausencia del Príncipe daría el trono a la Hija de la Bruja, tomó a toda velocidad el frijol mágico y lo sembró en un frasquito con algodones, mismo que se colgó al cuello. Antes de que la Bruja y su hija notaran su ausencia fue al árbol seco y con su llave abrió la puerta. Hizo lo que nunca antes se le había ocurrido: sacó al monstruo, y con él a cuestas, se encaminó al palacio del padre del Caballero Perfecto.

    El camino fue largo, y arduo, porque Exigentina no estaba acostumbrada a cargar con monstruos y frascos; y sobre todo, no estaba acostumbrada a pensar en los problemas de los demás.

    Mientras se acercaban a la tierra de su amigo, se preguntaba una y otra vez qué iba a poder hacer ella para detener a la Hija de la Bruja: no tenía absolutamente nada, excepto un monstruo que en nada se parecía a un príncipe, y un frijol enmedio de algodones, que se negaba rotundamente a germinar, por más que ella se exprimiera los ojos soltando sus mejores lagrimones.

    La respuesta es clara, claro: claramente se podía clarificar que las claras lágrimas de Clara –digo, de Exigentina– no eran en realidad que sufriera por alguien distinto a ella. Así que podía llorar por galones, si quería: de todos modos, el frijol seguiría siendo frijol, y el príncipe, monstruo.

    ***

    Estando casi al entrar a la ciudad donde se encontraba el palacio, Exigentina y el monstruo se detuvieron. Por fin tenían un momento de calma (al estar seguros de que la Bruja no los perseguía todavía) y había que aprovecharlo. Exigentina le explicó con claridad al monstruo lo que tenían que hacer: encontrar el sello real que de niño había escondido, antes de que la Bruja ideara un modo de encontrarlo.

    (De hecho, ese era el motivo por el que la Bruja todavía no los perseguía: estaba buscando un hechizo de visión extrema, algo así como la super mirada de Superman.)

    El monstruo sonrió, si es que a la mueca torcida que puso se le puede llamar sonrisa. Le dijo que era cosa muy fácil. Que se presentara ante el rey y dijera que ella era la verdadera enviada de Perfecto. Probablemente no le creerían, pero ella tendría que insistir y pedir que la dejaran a solas en el jardín de palacio, y que en pocos minutos entregaría el sello. Y que mientras, debía llevarlo a él, el monstruo, oculto en una bolsa.

    Lo hicieron precisamente así, y no de otro modo. Efectivamente, el rey dudó que Exigentina fuera la enviada de su hijo, por varias razones. Primero, porque la Hija de la Bruja aseguraba ser esposa del Príncipe; luego, porque aunque Exigentina era bonita y se veía simpática, Perfecto exigía muchísimo más en una mujer: a las más nobles y hermosas y educadas las pasaba por alto, ¿cuánto más no ignoraría a Exigentina?

    Es justo decir que mientras el Rey exponía en voz alta estos pensamientos, el Monstruo se sentía más monstruo que nunca; pero no hacía falta que se angustiara, porque Exigentina se sentía igual. A fin de cuentas, en su propio nivel, ella había hecho justamente lo mismo.

    Finalmente, el rey le concedió una hora en el jardín de palacio. Exigentina y su monstruo se adentraron en ese verdor y pronto se perdieron de vista del rey y su corte.

    Cuando se supieron solos, el monstruo asomó de la bolsa y guió con seguridad a su amiga, hasta que llegaron a un sendero casi invisible en medio de las araucarias. Lo siguieron hasta llegar a una colina, detrás de la cual había una pequeña abertura. No cabía por ahí Exigentina. No cabía tampoco el Monstruo. ¿Cómo había ido a dar el sello ahí?

    Apenado, el Monstruo confesó que no lo había escondido, sino que en un paseo, se le había caído y rodado hasta el agujero…

    Exigentina, triste y confusa, se sentó al lado del agujero y lloró amargamente pero no por el Monstruo, sino por ella misma: ¿qué demonios había tenido que venir a hacer tan lejos?

    ***

    Pasó un rato, pasaron dos: el rey y su corte se imacientaron y fueron a buscar a Exigentina. La encontraron justo como la dejamos: llorando junto al agujero, con un monstruo espantoso a sus pies. Le gritaban farsante y cosas peores, cuando llegó la Bruja, disfrazada de anciana incapaz de hacer daño a nadie. Con ella venía su hija.

    Antes de que Exigentina pudiera decir nada, la Bruja habló: dijo que esa niña era una Bruja (miren nomás) y que el monstruo a su lado era su mascota. Que ellos le habían robado el sello a la pobre esposa del Príncipe (¡ja!) para hacerse con el reino.

    Con asco, el rey miró al monstruo, y dijo que un ser así merecía la muerte, no por castigo, sino por piedad. Y autorizó a la Bruja a castigar a Exigentina, convirtiéndola en sapo o en ratón. Eso era justamente lo que Exigentina necesitaba: en cuanto el hechizo de la Bruja la transformó en un pequeño roedor blanco de ojillos colorados, se metió por el agujero donde el Príncipe había perdido el sello. Lo encontró inmediatamnte y lo sacó para ofrecérselo al Rey.

    El Rey palmoteó de gusto, pensando que Exigentina se había arrepentido de su maldad, y miró fijamente al Monstruo, para cumplir la siguiente fase del castigo…

    Exigentina quiso gritar para explicarle la verdad, cuya prueba tenía el Rey en la mano. Pero de su boca -o más bien de su hociquito, sólo salieron chillidos.

    El rey ordenó que llamaran al Verdugo, porque nadie se atrevía matar al Monstruo, que no podía hablar, porque parte del hechizo era que ante sus padres perdía por completo la voz y quedaba reducido a ser un monstruo mudo.

    Entonces… Exigentina lloró. No por ella, que sería ratón por el resto de su vida, sino por el príncipe que moriría por la maldad de una bruja. Porque ni su padre el rey ni su madre la reina eran capaces de ver bajo las capas de monstruosidad y encontrar en esos ojos de monstruo la bondad y la inteligencia.

    Y mientras lloraba, se acordó del frasco con su frijol. Corrió hacia él y bastó con dos lágrimas para que creciera una hermosa planta de plata.

    El Verdugo, lo mismo que el resto de los presentes, se quedó arrobado. Miraban el prodigio sin saber qué decir o qué pensar. Pronto apareció la fruta, fea y seca, y ya casi recuperaba el rey el aliento cuando habló la Bruja.

    –Muy bien, querida–dijo a Exigentina–. Ahora basta con que comas el fruto y volverás a ser tú. El rey te perdona.

    Si no lo haces, serás ratón por siempre, porque para esto no tengo un contrahechizo.

    Exigentina dudó. Las opciones eran dos: comer ella el fruto o dárselo al Príncipe. ¿Qué pasaría si el lo comía?

    –Tú lo sabes bien–dijo la anciana, como si leyera el pensamiento. Y con un hechizo, metió en la mente de Exigentina las imágenes de ese futuro: el príncipe volvía a ser príncipe y, al recuperar su belleza, se olvidaba de su vieja amiga, para casarse con alguna dama rica o noble. O bien, luego de casarse, adoptaba a Exigentina como mascota imperial.

    Luego, la mente de Exigentina viootra cosa: ella, como ratón, comiendo la fruta. Volvía a ser una muchacha guapa y de voz cantarina, el rey la perdonaba, y se convería en una gran dama en la corte de la Hija de la Bruja. Conocía a un hermoso joven, sencillo y trabajador, y…

    -¡No!-chilló Exigentina. Con la velocidad de un ratón, tomó el fruto y se lo acercó a la boca a su amigo el Monstruo, antes de que el Verdugo o la Bruja pudieran hacer algo. En cuanto se comió la planta, el Monstruo dejó de ser monstruo y volvió a ser un guapísimo caballero. Lo primero que hizo fue ordenar que apresaran a la Bruja y a su hija y les dijo que, bajo pena de muerte, debían volver a convertir a Exigentina en humana.

    –Lo siento. Aunque me mates, es un hechizo que no se revierte-dijo la Bruja antes de ir al calabozo donde pasaron el resto de sus vidas ella y su hija.

    La reina y el rey estaban tan felices de tener de nuevo a su hijo que se olvidaron de Exigentina, y le sugirieron que hiciera lo mismo.

    –Adóptala como mascota real–sugirió la reina.

    –Y cásate con la duquesa de Almandurez–añadió el rey.

    –¿O es que vas a vivir soltero y con un ratón por compañía el resto de tu vida?–concluyó la madre.

    La naturaleza de Perfecto le indicaba que tenían razón. Exigentina estaba triste, pero en el fondo le consolaba saber que, por una vez, había hecho algo por otra persona, y que el Príncipe sería feliz gracias a ella. No era lo mejor que podía pasarle, pero algo es algo.

    Sin embargo, el joven Perfecto se negó a doblegarse ante su naturaleza:

    –Prefiero vivir soltero y con un ratón por compañía, que darle la espalda a la única amiga que he tenido. Ella es la única persona que me ha querido por lo que traigo adentro, y no por mi apariencia o mis joyas y tus riquezas, padre.

    El rey y la reina se sintieron avergonzados, nomás de recordar que ni ellos habían sido capaces de reconocer a su hijo debajo de la piel de monstruo. Asintieron, conmovidos, incapaces de decir nada más.

    Y entonces, el príncipe tomó a Exigentina en la palma de su mano y…

    no pasó nada.

    Exigentina siguió siendo ratón.

    (falta nomás la conclusión)

  • Yo maté a Alfred Heavenrock

    Bueno, no fui yo: fue Jean Ray, pero da lo mismo.

    En el cuento de Ray ‘Yo maté…’, un fulano crea a un personaje y luego, cuando ya no le sirve, lo mata. Hasta donde sabemos, no es crimen matar a los personajes que uno mismo crea… creo.

    Pero el chiste es que, matado Alfred, comienza a aparecerse y a hacerle la vida imposible al Fulano, y el terror es doble, porque Heavenrock es un doblefantasma (y luego triple, pero esa es otra historia).

    Me acuerdo de esto porque mi segundo experimento bloguístico fue hacer un blogcín para un personajillo mío. Se llamaba Eerie Elsinore y era como el reflejo de lo que yo fui cuando estuve en la prepa. El experimento consistía en mostrar que la información que se da en la red se vuelve cierta para mucha gente, sólo por estar en la red. Así, mi golemcillo hablaba de discos y libros que no existen, esperando que alguien la confrontara y le dijera ‘Eso no existe!’, o al menos ‘Achis, eso no lo he oído/visto/leído. Onde lo consigo?’

    Pero hacer el blog de un personajo es más difícil que hacer un blog propio. Los personajos son como sanguijuelas que chupan y chupan y chupan (vivencias, sentimientos, tiempo) y he visto, lo juro que he visto, gente que se desdibuja cada vez más, mientras sus personajes se vuelven macabramente reales. Juro que sí.

    Entonces, y aquí viene el asunto con el que empecé, Yo Maté A Eerie Elsinore.

    Igual que otros, incluído el gran Zárate (por mencionar alguno), terminé con un proyecto bloguístico demasiado absorbente.

    Nadie iba a extrañar a Eerie, porque incluso su mamá es inexistente. Lloremos dos lágrimas por ella y sigamos a lo que sigue.

    ¿Sigamos a lo que sigue? ¡Ja! Hay alguien que no piensa así.

    De pronto, resulta que mi golemcillo, como Alfred Heavenrock, ha cobrado vida. Escribió un mensaje simplón en el chatterbox, mismo que borré.

    Bueno… pues ya escribió de nuevo, reclamando sus derechos. Ora resulta. A ver si no se organiza y forma el Sindicato de Personajes Desechados, y exige que no se borren sus blogs, que se le de trato digno, jornada de x horas, etc.

    Hm.

    Lo más asquerocín es que me llame ‘Mamá’. Brrrr.

    La verdad es que la posibilidad de que el personajillo haya vuelto del limbo de los personajes (donde yacen varios que me fueron queridos, pero yo u otros los matamos) es bastante creepy. Da miedito, pues.

    La otra posibilidad es que alguien, de quien escribí algo poco agradable, una de esas personas de tipo ligeramente sociopático, haya pensado que es una buena broma para ‘demostrarme que piensa en mí’, o bien, para hacerme sentir terror ante la posibilidad de que haga público el hecho de que hubo una vez una Eerie Elsinore (hubo dos veces, en realidad, porque la usaba para chatear cuando recién me conectaba, allá por 1997).

    En fin. En cualquier caso, les dejo al lado el mensaje de mi ‘creatura’. Y me pregunto cuánto pasará antes de que toquen a mi puerta… abra… y me tope con la pequeña darketa de mirada bizca (o con el pequeño duende que le está dando vida actualmente).

    Todo por hoy, hora de trabajar.

    PD. Juro que iré al doctor. Ya son dos que me dicen que podría ser diabetes :( -Pero ya me siento mejor, ¿no cuenta? :) (Gracias por el dato, gracias por la preocupancia).