¿Eres consumista? No es lo mismo que ser consumidor, creo. Dicho de otro modo, es de lo más cool saber que podemos obtener lo que necesitamos sin tener que hacerlo con nuestras propias manitas, y que nos podemos dedicar a una actividad x o y, que nos gusta o para la que somos buenos, o para la que es más fácil que nos contraten, que recibiremos una paga más o menos justa y que con lo que ganemos podremos comprar todas las cosas que no podemos producir directamente y que necesitamos para vivir: comida, ropa, libros, vajillas, secadoras de pelo, miniaturas de porcelana, perfumes, televisores, dvd’s, ipod’s, zapatillas que nunca vamos a usar, muñecos de peluche, plumas de barbie, mochilas de jack sparrow, tangerinas de chile, ¡eeeeeeeeeeey, momento! ¿De veras necesitamos todo todo todo eso que no producimos nosotros pero que compramos cuando nos pagan? Entiendo lo de tener unos tenis, unos zapatos de vestir y unos muy cucos para ocasiones especiales. Pero ¿quince, veinte, cuarenta pares? ¿Ocho chamarras, trece abrigos, catoce jeans idénticos -aunque sepamos que cada uno tiene un detalle muy muy especial-?
Y lo otro: ¿podemos ir a la tienda y apegarnos a la lista del mandado? Si no, ¿por qué no? ¿Por qué tenemos que traer mil recuerditos de cada viaje de vacaciones?
Estoy sonando sentenciosa y aburrida, me temo.
Pero es que el sábdo 27 será el día de no comprar nada. Creo que hay que participar por varias razones.
La más lúdica, para ver qué tan capaces somos de subsistir un día entero sin tener que andar comprando.
La más seria, porque no podemos permitir que nos anestesien de esta forma, haciéndonos comprar por estrés, ansiedad o deseo de status. ¿Cuánto tardamos en ganar el dinero? ¿Cuánto tardamos en derrocharlo en cosas que realmente no nos hacían falta?
Ojo, no estoy en contra de que compremos ropa bonita, o películas o libros que queremos; no propongo que todos usemos el mismo uniforme y satisfagamos sólo las necesidades primarias. Es más: ni siquiera estoy en contra de tener alguna colección de alguna cosilla inútil pero querida.
Lo que creo es que no está nada mal reflexionar acerca de nuestros hábitos de consumo y aprovechar el reto para hacer cosas distintas. Mientras pienso opciones, los invito a leer (en inglés) la página del día de no comprar nada.
Categoría: Varia invención
Todo lo que no cae en otras categorías. O bien: pura loquera.
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El día de no comprar nada
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Sustos, 2
Contaba mi abuela que, de niña, cuando vivía en Real del Monte y afuera de su casa (en todo el país) había batallas y fusilamientos y todo eso, apenas oscurecía y su mamá cerraba con candado y toda la cosa. Era una mujer sola, su marido andaba peleando a saber dónde, y de las tres hijas le quedaban nomás dos: la chiquita se la habían perdido las monjas el día que tuvieron que cerrar la escuela por la entrada de la bola. Para colmo, aunque era pobre como la chingada (aún antes de que el marido se fuera a pelear), no podía esconder el acento gachupa ni los ojos verdes, suyos y de las hijas: crímenes suficientes para que un general resentido o un soldado borracho les hiciera juicio sumario y combo pack: violación y fusilamiento al mismo precio.
Así que mi bisabuela cerraba bien cerrado en cuanto se hacía de noche.
Y una de esas veces, cuando las tres ya estaban dormidas, alguien se puso a aporrear el portón, fuerte, con prisa. Mi bisabuela escondió a las niñas (no sé dónde) y fue a la puerta.
–Abra, señito, vengo de parte de don Luis.
(Luis era el nombre de mi bisabuelo).
Ella dudó: la última noticia era que don Luis andaba por Torreón, pero el hombre insistió.
–Soy Everardo, seño. ¿Sí se acuerda de mí?
Mi bisabuela se acordaba de Everardo, claro que sí. Era muy amigo de su marido, se habían ido juntos (eran federales, oh tristeza).
Mi bisabuela abrió una rendija y vio que de veras se trataba de Everardo, nomás que se veía viejo, acabado, muy cansado y sucio.
–Le traigo mensaje de Luisito, niña–dijo Everardo. Mi bisabuela luego luego se olió malas noticias y llamó a las hijas.
–No me diga nada con la panza vacía–le contestó mi bisabuela, altiva y brusca como era–. Deje le hago un taco.
Everardo negó con la cabeza. Que no tenía hambre y sí prisa. Eso le preció muy raro a mi bisabuela porque Everardo era, según recordaba, de muy buen comer y bastante gorrón. Así que las noticias no podían ser malas, sino peores.
El hombre ni siquiera se quiso sentar. Sacó de dentro de su camisa un paquetito envuelto en tela sucia y manchas como de sangre, y se lo dio a mi bisabuela.
–Luisito dice que las quiere mucho, que no hay día que no piense en ustedes–le dijo a las niñas y luego miró a mi bisabuela– y que usté, niña, vea lo de poner su restorán.
Luego se disculpó y se fue.
Mi bisabuela abrió el paquetito y se encontró en él las condecoraciones de su marido, su reloj y una llave, que luego resultó ser de un veliz viejo por el que no habría dado un cinco, embutido como estaba en un ropero, pero en el que, al abrirlo, encontró oro suficiente para poner el dichoso restaurante.
Lo importante es que mi bisabuela no entendía nada y siguió sin entender hasta que llegó la carta avisándole de la muerte de su marido junto con una disculpa por no mandarle sus efectos personales ‘penosamente robados en medio del caos reinante la noche aquella de la batalla en Torreón’, o algo así.
Y menos entendió mi bisabuela cuando supo que Everardo no estaba escondido por desertor, como imaginaba, sino que su señora también había recibido la cartita y todo eso.
Dice mi abuela que lo último que dijo su mamá sobre el asunto fue: «Ah, qué Luis; ni en la muerte se corrige: mandó a Everardo a que me dijera que quería casarse conmigo, y lo mandó a despedirse. ¿Qué no podía por una vez amarrarse los pantalones y hacer las cosas en vez de mandar a su pilmama?», y que nunca volvió a hablar de su primer marido (sí, se volvió a casar, y puso el restorán, y le fue más o menos bien).
Por su parte, luego mi abuela se casó con uno que estuvo también en Torreón con el bando contrario al de mi bisabuelo, que le contó que vio cómo un moribundo se quitaba su reloj y se lo daba a otro moribundo; y que él nomás pensó «ah, qué tonto este pelón, buscó guía y le salió calabaza».
Pero luego meneaba la cabeza -mi abuela- y nos decía que ella no creía ni en aparecidos ni en coincidencias, y que seguro todo había sido un mal sueño. -
Argumentos chafas 2: Es peor de lo que pensábamos
Cuando sugerí algunos argumentos chafas para películas ídem me enteré de que ya existía una cosa denominada Grease 3 (Vaselina 3), pero que no tenía nada que ver con las otras (es una disneypelícula de chavitos que cantan karaoke y que se enamoran).
Bueno: ahora me entero de que en 2003 se intentó llevar a cabo el proyecto de la verdadera Vaselina 3, con John Travolta, Olivia y Didi. Según informes, la cosa iba a ser así:
Danny y Sandy se reúnen por el 25 aniversario de la escuela Rydell. Ellos terminaron su noviazgo en la universidad y desde entonces no se han visto. Ambos son divorciados. Y el festejo de la escuela es en un crucero. (Vean la liga para más información).
Chale: mi argumento chafa y chacotero se parece EN EXCESO al argumento ‘serio’. Aunque hay que admitir que el de a devis es todavía peor.
Por cierto, Paramaunt contempla la posibilidad de un remake de…. ¡Vaselina 2! (The horror… the horror…) mientras que M. Manson anuncia que quiere producir y protagonizar el remake de The Rocky Horror Picture Show.
No cabe duda de que el fin de los tiempos está cerca. -
Sustos
Vivíamos en una casa vieja, de esas de techos altísimos y paredes gruesas, que todavía abundan en el Centro Histórico. Tenía una historia larga y accidentada, una placa que la acreditaba como ‘Patrimonio histórico’ (lo que impedía hacerle cualquier tipo de arreglo/mejora/cambio) y una división caprichosa (hanbía sido una sola casa, luego la dividieron en dos, luego en cuatro y así).
Sí, era una vecindad, o algo así. Mi abuela se había apoderado, poco a poco, de toda la planta alta, así que podríamos decir que teníamos un ‘piso’. También había negociado con el dueño para quedarse en exclusiva con la azotea.
Yo era una niña miedosa. MUY miedosa. De día leía cuentos de miedo (y un libro delicioso de hechos inexplicables, supuestamente ‘de la vida real’) y de noche sufría, esperando que llegra un alien, se apareciera un fantasma o mi hermano comenzara arder de pronto hasta dejar un montoncito de cenizas.
También me daba miedo que me poseyera un espíritu maligno, que una secta destripara a mi perro, que mi mamá desapareciera inexplicablemente, que mi hermano se convirtiera en zombi.
Ya entrados en gastos, me daba miedo er víctima de un hechizo o protagonista de una coincidencia inexplicable; presenciar un asesinato, comer fugu, desarrollar cáncer, tener poderes sobrenaturales, ir al triángulo de las bermudas, usar una ouija… uff. Y muchas cosas más que ya no recuerdo.
Pero el Miedo Máximo, lo que me causaba un temor indescriptible, era… pasar de noche por la sala de mi abuela.
Ya dije que era una casa vieja y que teníamos a nuestra merced la planta alta. Las habitaciones se comunicaban como en típica casa vieja: puerta de entrada – habitación – puerta – habitación – puerta -pasillo – etcétera. Y entre la recámara de mis papás y el comedor había un pasillo que de un lado daba a una ventana y del otro a la sala de mi abuela.
Había un piano, muchos retratos antiguos, la mayoría de gente muerta, una alfombra con misteriosas manchas, un par de sillones en los que estaba prohibido sentarse («no se sienten en este sillón, es en le que murió su abuelo», nos decían). Lo peor de todo era que la luz estaba siempre apagada y que por la ventana entraba un rayito que se proyectaba contra la pared, dando lugar a caprichosas figuras, todas atemorizantes (en especial una que parecía señor barbón). El piso crujía. El piano había sido de mi tía Isabel, la que se murió de amor (y decían que la noche en que murió, mientras la velban en su cuarto, el piano sonó, tocando una escala musical, como en despedida o aviso).
Cuando nos llamaban a cenar yo sufría. Caminaba hasta la puerta, entre la recámara y esa sala, respiraba profundo y caminaba aprisa, sin voltear a la pared con sus sombras (correr no estaba permitido).
El regreso era más o menos igual.
Yo sabía que un día, cuando cruzara por la sala, estaría mi abuelo muerto en el sillón, con el libro abierto sobre el regazo (en casa coservaban el libro que tenía abierto en elregazo cuando lo encontraron muerto), o que mi tía Isabel estaría tocando el piano, o que alguna de las personas de los retratos se movería.
Nada de eso pasó, tal vez porque nos mudamos antes de que los fantasmas se decidieran. Pero de todas formas la casa me daba susto.
Me acuerdo mucho que, por las tardes, escuchábamos cómo se abría el portón del zaguán y luego se oían tacones cruzando el patio (clac, clac, clac, clac). Los pasos entaconados subían la escalera y luego se escuchaba perfectamente cómo se abría la reja de entrada a nuestro patio. Mi hermano y yo corríamos, felices, seguros de que mi mamá había llegado temprano. Y nos encontrábamos con que el patio, la escalera, el patio de abajo, estaban vacíos, el portón y la reja cerrados.
Pasó más de una vez, pero siempre caíamos. Ecos congelados, nos decían. Pero el susto era tan delicioso que preferíamos creer que eran los fantasmas. La diferencia era que mi hermano era valeroso y yo una cobarde total. Todavía ahora, veo mi libro de hechos inexplicables y me entra la sensación de hormigueo en la panza. -
Sueño
L’alberto se fue a Tlaxcala a leer cuentos y yo no lo acompañé porque mi trabajo es frente a esta compu. Ni modo, es un trabajo rudo pero alguien lo tiene que hacer (pero si me ofrecen uno más creativo y más bonito, lo tomo; ya habrá quién se haga cargo de estar frente a esta compu).
Esoy alejándome de lo que iba a decir. El chiste es que como me tocó pasar la noche solapa, aproveché pa ver CSI (feo vicio, feo, feo) hasta tarde (¿de qué estoy hablando? ¡Incluso estando Alberto veo CSI! Pero dejen que me crea yo sola mi pretextote feote). En fin. El chiste es que me encanta ver CSI y me encanta todo lo que tenga que ver con zombis. Mala combinación. A eso de las tres de la madrugada, según yo desperté. Fui al baño, y me encontré con que no era el baño de mi casa, sino uno como de oficinas o cines. Yo me pensé: «ah, qué casa tan rara», pero igual me metí en uno de los privados… y qué sorpresa, había un dedo (un pulgar) flotando en el agua. Cero sangre, cero cadáver, cero herido, cero gritos: nomás un pulgar flotando en la taza del baño, en medio de agua azul azul azul, como la de los baños de los aviones.
Yo hice lo más lógico: hacer fluir el agua del depósito (jalarle, pues). Pero el pulgar nomás no se fue. Estaría a gusto. En todo caso, se me quitaron las ganas de hacer lo que iba a hacer en el baño. Salí. Y me regresé a mi cama. (?)
Ya en la cama, escuché el gemido del zombi que había perdido el pulgar. No me pregunten cómo lo supe con tan sólo escuchar el gemido. Así soy de chingona en mis sueños.
Lo más interesante es que, a las siete, desperté realmente. Fui al baño… y el pulgar no estaba. (¿Qué? ¿Pensaron que la historia terminaría con que el pulgar todavía estaba ahí? Pus nooooooo. Estaba en la caja de cereal, pero NO en el baño).