Categoría: Varia invención

Todo lo que no cae en otras categorías. O bien: pura loquera.

  • Blogología

    Alberto me dio una clase de blogología. No estoy muy segura de que pueda yo con estas cosas, era más fácil abrir el cuaderno y sacar la pluma (siempre y cuando no fuera fuente, ésas me cuestan más trabajo).

    Parece que lo de la plantilla se arregló finalmente (prometo no volver a imaginar que Blog falla).

    Y bueno, es tarde y tengo sueño. Qué pasaría si mañana se declarara día nacional y nadie tuviera que hacer nada? (Me volvería loca, seguro, con la casa llena de gente…)

    Y sin duda, Blogger me odia.

  • Vagar entre blogs

    ULTIMAAAAAA

    Me puse a vagar entre los blogs, primero enojada porque esta cosa no respeta los acentos ni las ñ’s en los títulos. Me hace sentir despojada.

    Pero luego se me olvidó, viendo los blogs, con sus nombres entre poéticos y fantásticos que dan ganas de escribir algo con ellos.

    No: dan ganas de descubrir el sentido oculto, el mensaje secreto que pudiera haber. Algo así como si, entre todos, formaran un texto o un mapa o una cerradura para la llave que flota buscando donde meterse… (eso, tiene el copyright de Emiliano González, no mío).

    Digamos….

    monorama

    el mismísimo

    la ciudad del otoño perpetuo

    la mente del asesino

    luz de fosfeno

    memorias de una niña darkie

    punks de closet

    frontera pop

    puros cuentos

    garota fantasma

    miedo

    Podría decir algo como: El mismísimo monorama de la mente del asesino brilla con luz de fosfeno en las memorias de una niña darkie en la frontera pop de la ciudad del otoño perpetuo. Mientras, los punks de closet se cuentan puros cuentos para causar miedo a la garota fantasma

    Pero son tantos blogs y tantos los idiomas… ah, la cábala del ocio. Crearé un golem o perderé la chamba.

  • Ancas de cartero

    TERCERA.

    Alberto me lee. Qué curioso. Yo lo leo, él me lee, y en el ínter, platicamos de todo. Hacemos planes para el futuro -o para el presente no inmediato, que está más cerca que el futuro.

    Platicamos poco de los blogs, y sólo de casualidad sale a tema que vio mi opinión sobre su intento de dejar los blogs. Yo no tengo que intentar dejar los blogs. Por el contrario, debería tratar de escribir más; pero el problema es mi método (o falta de): lo que hago es acordarme un día de que esto existe y soltar todo lo que se ha ido acumulando…

    todo no. Todo lo que alcanzo a escribir antes de cansarme/aburrirme/distraerme

    Y vuelve a pasar el tiempo. Y voy a saltos.

    Como las ranas.

    Imaginemos que las ranas anduvieran a patines y no a saltos.

    ¿Serían igual de caras sus ancas? Yo creo que no. Probablemente la gente comería piernas de cartero o de futbolista. O de pollo.

    Basta?

  • Narices

    Parte dos

    Imaginemos, por un momento, que desaparecieran todas las narices del mundo: las de los elefantes, las de la gente, las de las estatuas. También las de las fotos y las pinturas.

    Imaginemos que es la Esfinge quien lo hizo, sólo porque ella perdió la suya hace mucho tiempo y decidió que ya basta de discriminaciones, de películas que se burlen planteando accidentes tontos que expliquen su pérdida.

    Imaginemos, ya que en eso estamos, lo que sufrirían las personas que han gastado buenas sumas en modificarse, limarse y respingarse las narices, y el alivio a medias de Michael Jackson al verse acompañado en su dolor.

    ¿Nos acostumbraríamos rápidamente? ¿Se volvería sexy la cara más lisa, y detestable la que tuviera rastros del apéndice? O, como los vikingos, ¿crearíamos narices de oro, plata y joyas diversas para mostrar nuestro status pese a la pérdida?

    Probablemente la Esfinge se aburriría de tener guardadas tantas narices: después de probarse una distinta cada día, llegaría el momento en que perdería el interés y las devolvería todas, con lo que la gente quedaría muy desilusionada, tan contenta ya con su cara plana o su joyería nasal de diseñador.

    Ahora sí: dejemos de imaginar.

  • Van a dar las siete…

    Tengo frío, tengo flojera. Ayer llovió todo el día, por la mañana era una llovizna invisible pero constante; por la tarde un aguacero descarado: como que la humedad se salió del clóset.

    Días así no queda sino encerrarse, tomarse un café y, por ejemplo, ver Gosford Park –eso es lo que Alberto y yo hicimos. Me gustó la película, además de que el clima fuera de la pantalla le añadía un toque multimedia. Y hoy… algo de trabajo pendiente, muchas cosas qué hacer (se casa mi tía en dos semanas; me toca hacer una crónica para su despedida; soy algo así como la cronista familiar).

    Me duele la cabeza. Quiero ponerme a escribir, pero al mismo tiempo no tengo ganas. Alberto está en Toluca y lo extraño.

    Van a dar las siete…