Autor: Raquel

  • De fantasmas

    Un hombre es invitado a casa de un amigo. Cenan y platican hasta entrada la noche. Comienza una tormenta y el amigo invita al otro a quedarse, le ofrece la recámara de una de sus hijas.
    Durante la noche, el hombre despierta porque escucha el llanto de una niña: es la hija dueña de la recámara. El hombre consuela a la muchacha, que dice que donde la mandaron a dormir pasa mucho frío. Pidse que la deje dormir con él.
    El hombre duda, pues la niña tiene ya sus buenos doce años y comienza a tener sus buenas «turgencias»; pero cae en la tentación y la recibe en su cama.

    Efectivamente, la chica está helada. El hombre le da calor y se agasaja, pero nomás un poquito. Cuando se levanta a desayunar, ve en la mesa a varios chicos y chicas, pero no la que pasó con él la noche. Pregunta por la dueña de su cuarto, haciéndose un poco el disimulado, y le dicen con tristeza que murió un año antes.

    El hombre no es cualquier tipo, así que, en vez de aterrarse, les sugiere poner en la tumba de la chica un aparato de calefacción. Sin embargo, la familia no le ve caso al gasto y lo ignoran.

  • Había una vez

    Cuentan los hombres de ciencia (pero Isaac Asimov sabe más) que en un lejano reino vivía una joven de no malos bigotes y no buenos sentimientos. Era tan hermosa que todo el que la veía quedaba prendado de ella, pero era tan mala que a ninguno hacía caso, con todos jugaba y no había corazón entero a mil kilómetros a la redonda.
    Por supuesto, las otras mujeres la odiaban, pues la que no era solterona era dejada, o sabía que su marido estaba con ella por resignación y no por gusto.

    Un día, un anciano brujo y su hijo pasaron por el poblado. Sólo iban de camino, pero tuvieron la mala fortuna de encontrarse con la mujer, a quien todos en el pueblo llamaban la Malabella. Y, claro, fue cosa de ver a la Malabella y caer enamorado de ella el hijo del brujo. Tan grande fue su amor que de inmediato ardió en fiebre, y deliraba y suplicaba a su padre que le trajera a esa mujer.

    El brujo fue a hablar con ella y le expuso su caso. Ella fingió ser muy comprensiva, pero en realidad quería burlarse de los dos hombres, o enemistarlos, o causarles cualquier mal. Así que, en cierto momento, le dijo al anciano:
    -¿Y por qué habría de casarme con tu hijo y no contigo? ¿No sería más honor a tu familia que fuera yo esposa tuya que de él?
    -Mi hijo ha puesto en ti sus ojos y en mí su confianza. Por eso vine a pedirte por esposa suya, y poco honor habría en contrariarle.
    La Malabella hizo entonces todo lo posible por conquistar al viejo, pero avanzaba la tarde y él se mostraba tan indiferente como al principio.
    -¿Pero es que no te gusto ni tantito?-preguntó, desesperada.
    El anciano se encogió de hombros: -He visto mejores.
    La Malabella, furiosa, se aventó de cabeza en un barranco y se murió, sin llegar a enterarse de que el viejo era brujo, con gran poder de concentración y capaz de mantenerse ajeno a los placeres de la carne. Y que cuando no se alejaba de dichos placeres, prefería la compañía de jóvenes efebos.

    Así que el brujo volvió al lado de su hijo, le dio dos aspirinas y en cuanto le bajó a éste la fiebre emprendieron de nuevo su camino.

    Tantán.

  • ¿qué pasa?

    Pus nada, que sigo toda desganada. Culpa del cerebro ausente, supongo. O de la medicina. O de los desvelones. O de los extraterrestres que me visitan cada noche para cantarme al oído los grandes éxitos de Broadways, mientras bailan torpemente sobre sus piernitas flacas y tembleques.

  • Lo siento…

    Hoy no me encuentro bien.

  • Inyecciones

    Que no, que no y que no: que nadie se va a convertir en rinoceronte, que no voy a estar IN como Madonna, que la vida es menos interesante de lo que me gustaría -dicen los que saben.
    Pero como YO NO SÉ, me niego a conformarme al bostezo (en estos días, el bostezo con tos). Adempas, ¿a poco no es más emocionante pensar que, cuando me inyectan, lo que están inoculando es un ejército de humanitos pequeñitititos que se llaman Antibióticos y que están dispuestos a luchar hasta la muerte contra… bueno, supongo que contra el ejército de los Bióticos.
    Es tan hermoso imaginar la escena, en el pequeñititito campamento: una fogata pequeñitititita, rodeada por bravos soldados, los caballos, también pequeñititititos, pastando cerca; una brevísima música de armónica pequeñititita flotando alrededor…
    -Hola, señor Antibiótico Pérez, ¿cómo se siente tras la cabalgata? No lo vi en retaguardia.
    -Me siento bien, gracias, señor Antibiótico Gómez. Estuve cabalgando al frente, cerca del Capitan Antibiótico Carranza.
    -¿Y qué cuenta el capitán? ¿Listo para la batalla?
    -Oh, listo, listo. Muy confiado porque en cualquier momento llegarán los refuerzos.
    -¡Qué bien! Ojalá acabemos con todos esos… Bióticos.

    Claro, las inyecciones duelen hasta la pared de enfrente, pero es obvio: si en vez de caballos los Antibióticos usaran, no sé, gatos o cisnes (que tienen un andar más delicado) ¿cuándo llegarían al campo de batalla?