Las despedidas son siempre tristes

Ya no está el señor P. Todavía ayer, sábado, estuvo aquí conmigo y me mantuve durmiendo a intervalos (tosiendo de vez en cuando -creo que tenían una fiesta muy animada ahí, en mi garganta). Traté de ser una buena anfitriona (?), hasta fuimos al cine (vimos Los Eggs Men 2). Pero ¡ay! Supongo que el señor Espín y sus amigos son del tipo exquisito y no les gustó la peli, porque hoy que desperté, ya no estaba ahí. Ni los alces. Ni las vacas con sus lentes oscuros. Ni la camioneta roja. Ni el goteo nasal.

Estaba solamente yo, con un poco de calor y un ligerísimo dolor de cabeza, pero eso era todo.

No dejó una nota de despedida, ni pagó la cuenta de mantenimiento.

Ya sé, debería sentirme aliviada; pero en realidad estoy un poco triste, como nostálgica, como si algo me faltara.

Estoy pensando en esperar a que oscurezca, ponerme mi traje de Hombre Huevo (Egg Man) -así, negro, tipo Matrix- y lanzarme al zoo. A raptar un puercoespín, claro.

O un pingüino, que me gustan más. Tal vez con cantidades industriales de helado de dulce de leche (*) con nueces logre hacer de mi garganta un sitio acogedor para esas avechuchas.

Por cierto: en semana santa, que estuve en el cono sur, comí el helado de dulce de leche con nueces más delicioso de la vida (o eso pensé hasta que ayer comí eso mismo acá en el Df: donde sea, me encanta). Y lo comí en cono. sur.

Por cierto 2: estando en el cono sur quise ver un condor pasa (deben ser como los cóndores, pero arrugaditos, arrugaditos -por eso son pasas, no?). Lo más que vi fue un guajolote extraño que no es guajolote (no me acuerdo de su nombre). Y en el zoo no tenían vinchucas. Me siento defraudada.

(*) En mexicano se llama cajeta, pero por si alguien de Argentina me lee, llamémosle por su nombre políticamente correcto: dulce de leche.


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