Soñé que había un taxista que rolaba por toda la ciudad, pero sólo de noche, porque el dueño del taci se lo rentaba a otro señor en las mañanas. Este taxista, el conductor nocturno, era muy joven y, aunque suene choteado, era músico; pero manejaba el taxi porque mantenía a su mamá (que estaba muy viejita y tenía artritis), a su papá (que tenía diabetes, era también muy viejito y ya no veía bien), a su hermana (que tenía depresión crónica y no trabajaba) y a su hermanito (que estaba en la primaria y no tenía un trabajo remunerado, porque el trabajo de los niños es estudiar).
Bueno, en mi sueño, este taxista, que se llamaba Taxista, andaba rolando por la Roma, cuando lo paró de pronto un señor muy bien vestido, de traje oscuro y corbata y gabardina. Tenía pinta de abogado y una mirada torva. Pero no parecía peligroso, así que Taxista se orilló y dejó que el hombre entrara.
Resulta que el hombre era amable, muy correcto, pero frío como corriente de aire que se cuela en la madrugada por una ventana. Taxista decidió que el hombre sí era peligroso, pero que no había nada qué temer, al menos de momento, ya que no tenía pinta de ser peligroso porque sí.
Total: el hombre dijo ser, efectivamente, un abogado, y le pidió a Taxista que lo llevara a Chalco. Ofreció como quinientos pesos por la dejada, así que Taxista aceptó. En el camino, apenas platicaron, pero de pronto el hombre ofreció quinientos pesos más si Taxista lo acompañaba al interior de la casa y lo llevaba de vuelta a la Roma. Sonaba muy sospechoso, pero Taxista aceptó: quinientos pesos son quinientos pesos…
Según siguió mi sueño, Taxista entró con él a una casa muy fea, de esas que son todas barda de cemento, grises y grafiteadas. Pero adentro se maravilló, porque había un jardín enorme y pavorreales y fuentes. Todo estaba tan bien iluminado que parecía de día. También había unas muchachas guapísimas pero muy serias, que languidecían a la orilla de una alberca muy azul.
El abogado le pidió a Taxista que lo esperara junto a la fuente y que por ningún motivo hablara con las muchachas.Taxista tenía la intención de obedecer, pero justo cuando el abogado entró por una puerta medio escondida detrás de unos árboles, se le paró enfrente la muchacha más guapa que hubiera visto en su vida, tanto que las que languidecían parecían feas y marchitas a su lado.
Taxista trató de ignorarla. Ella le sonrió y le dijo que le daría mil pesos si la ayudaba a escondidas del abogado; que las otras muchachas no dirían nada, pues eran sus cómplices. Taxista se quedó pensando. Ella le dijo que era muy fácil lo que tendría que hacer: que ella y sus amigas languidecían por melancolía y que sólo se les quitaría si les cantaban canciones, y que era notorio que él tenía talento para eso.
Taxista se quedó pensando.
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