Dedicado, por supuesto, a Bandala
–Bichiiiiiiitoooooooo
(silencio)
–Bichibichibichibichi
(silencio)
–Bichitobichitobichitobichito
(patitas que corren y se alejan)
–¡Chingado gato!
–¿Miau?
(claro: se aparece sólo cuando intuye que no me interesa su compañía)
–¡Sáquese!
(por supuesto que no: en vez de irse, se me trepa y empieza su concierto)
–PRRRRRRRRRRRRRRRR
–Chinche gato, ¿ha de ser cuando tú quieres?
–PRRRRRRRRRRRRRRRR PRRRRRRRRRRRRRRR PRRRRRRRRRRRRR
(acaricio acaricio acaricio. ronronea ronronea ronronea)
–Hmmm. Creo que esto funciona. Ya no me acuerdo de… de… ¿de qué?
–PRRRRRRRRRRRRRRR
(ruido afuera: son pies que se arrastran y un gemido y algo que suena como sangre que gotea)
–¿Oíste, gato?
–PRRRRRRRRRRRRRR
(el ruido de afuera podrían ser niños que juegan; podrían ser un perro lastimado; pero podría ser…
–¡Un zombie, gato, un zombie! ¡Sálvame!
–PRRRRRRRRRRRRRR
(del susto, aprieto al gato contra mí. del susto (que le da el apretón), el gato me rasguña. del susto (que me da el rasguño), le pego al gato. del enojo, el gato me hace pedazos. salgo como puedo y descubro que, efectivamente, mi zombie son los hijitos del vecino, que corren descalzos y se pelean y gimen y se hacen pipí y se oyen goteos)
–Niños…
(aunque mi intención es buena: decirles que no es hora pa que anden jugando, los chavitos me ven y palidecen. se van corriendo, gritando, espantadísimos ante mi look post-ataque gatuno).
–AAAAAAAAAHHHHHHHH! UN ZOMBIEEEEEEEEEEEEE
(regreso a casa, derrotada. me tumbo en el sillón. el gato se me sube).
–PRRRRRRRRRRRRRR PRRRRRRRRRRRRR PRRRRRRRRRRRR
No… la felinoterapia no parece ser tan buena opción
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