Desde niña he sido gruñoncita. Sí, claro, mucho sentido del humor, muy plan Kishon/Leslu/Monty, ajá. Pero cuando me agarra el malhumor, me agarra. Y me pongo pinchona. Malaleche. Sarcástica. Mal, pues.
Me da por contestar brusco o dar golpes bajos verbales. Pongo jeta. Mal, pues.
Desde siempre he tratado de controlar ese mal hábito. Callar un rato antes de contestar, morderme las uñas antes de mandar un mail-bomba. Respirar profundo, contar del uno al diez. Pero es difícil. Cada número me pone de peor humor. Cuando voy por el siete, ya quiero gritar. En el nueve me duele la panza -mal, pues.
Hoy estoy enojadilla y es estúpido y la gente que me hizo enojar ni lo sabe. Ni le importa, seguro. Así que escribo un largo y dolido comment y luego lo borro; empiezo un largo y dolido mail y luego lo borro; empiezo este post y quito los nombres y no sé si lo voy a publicar o a borrar. Mal, pues.
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