Alberto me había dicho que leyera Jaque Perpetuo. Infatigable buscador de maravillas, el Albert no se conforma con libros mediocres, la verdad sea dicha. Los buenos le arrancan acaso un «ah, sí: pasable». Así que la recomendación vehemente era una buena señal.
Segunda buena señal: Jaque perpetuo es publicado por ERA que, acá entre nos, no publica cualquier chingadera (sólo chingaderas de calidad, jaja. No, ya en serio, son harto cuidadosos con lo que publican).
Pero la tercera señal no fue tan buena -o no la supe leer a la primera: como mi juego de ajedrez es lamentable (soy como Mafalda en ese rubro), cuando vi que en el primer capítulo había dos personajes en esta actividad, me bloquié y cerré el libro. Tonta de mí.
Pasaron los días. Los meses. Los años.
(¿Y la exagerada? No, no vino).
Pero la semana pasada volví a tomar Jaque perpetuo del librero y, sin temor, me adentré en lo que yo pensé sería una ardua lectura. Error, amiguitos.
Resultó una lectura fascinante. Tal cual. Las menciones al ajedrez son mínimas y fáciles de comprender, si es que esto era realmente un obstáculo. Y la obra, en sí, se salió por completo de lo que yo esperaba.
Pero –como solía decir Jack D. Ripper– vayamos por partes.
Uno. Te venden Jaque perpetuo como novela. Pero no es. Es una colección de cuentos. Pero tienen un eje conductor. Pero no cuentan diferentes partes de la misma historia. Pero la lectura del segundo modifica la idea que te había dejado el primero, y así. Es decir, no es novela pero tampoco cuento pero sí es las dos cosas. O algo así.
Dos. El tema central es el caos. Lo frágiles que somos los humanos, lo endeble que es «la realidad», lo fácil que es que, de un plumazo, todo lo que teníamos por cierto resulte falso. O al revés. Hay varios personajes cuyos nombres resultan recurrentes, pero que cambian de personalidad, época, rol en la vida. Los tres más importantes son Rael, Gaspar y Helena, vértices de un triángulo amoroso que persiste a lo largo de los capítulos/cuentos. Se turnan el protagonismo en las historias pero siempre están enfrentados por un amor imposible o mal correspondido, por una amistad rota a causa de una mujer, por un empecinamiento del destino en darles calabazas.
Tres. Ya he leído libros donde cada historia ocurre en un tiempo y espacio distinto. Generalmente, la voz del narrador es siempre la misma, o los recursos narrativos se parecen. No pasa lo mismo acá: en cada uno de los textos hay un lenguaje propio y un recurso narrativo distinto, desde la correspondencia hasta la autoconfesión estilo vozenoff, pasando por el rescate historiográfico… Como dice Luis Jorge Boone en la reseña que le hizo para Letras libres:
Novela inabarcable. Cuentos que se potencian entre sí. Relatos que construyen el metarrelato. Artefacto literario.
Cuatro. Pero no se trata de escritos áridos, aburridos. Cada cuento juega también con un tipo distinto de inquietud, que lo mismo puede ser natural (un volcán en erupción) que sobrenatural (y de eso hay varios ejemplos que no le piden nada a Lovecraft). O sea, está bien escrito y además es sumamente placentero (si, como yo, ustedes consideran un placer estar asustados).
Post data. El autor desta maravillita es Gonzalo Lizardo. Y aunque es el único libro que le he leído hasta el momento, no es el único que tiene. ya tendríamos que estar buscando sus otros textos, ¿qué no?
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