Cuentan los hombres de ciencia (pero Isaac Asimov sabe más) que en un lejano reino vivía una joven de no malos bigotes y no buenos sentimientos. Era tan hermosa que todo el que la veía quedaba prendado de ella, pero era tan mala que a ninguno hacía caso, con todos jugaba y no había corazón entero a mil kilómetros a la redonda.
Por supuesto, las otras mujeres la odiaban, pues la que no era solterona era dejada, o sabía que su marido estaba con ella por resignación y no por gusto.
Un día, un anciano brujo y su hijo pasaron por el poblado. Sólo iban de camino, pero tuvieron la mala fortuna de encontrarse con la mujer, a quien todos en el pueblo llamaban la Malabella. Y, claro, fue cosa de ver a la Malabella y caer enamorado de ella el hijo del brujo. Tan grande fue su amor que de inmediato ardió en fiebre, y deliraba y suplicaba a su padre que le trajera a esa mujer.
El brujo fue a hablar con ella y le expuso su caso. Ella fingió ser muy comprensiva, pero en realidad quería burlarse de los dos hombres, o enemistarlos, o causarles cualquier mal. Así que, en cierto momento, le dijo al anciano:
-¿Y por qué habría de casarme con tu hijo y no contigo? ¿No sería más honor a tu familia que fuera yo esposa tuya que de él?
-Mi hijo ha puesto en ti sus ojos y en mí su confianza. Por eso vine a pedirte por esposa suya, y poco honor habría en contrariarle.
La Malabella hizo entonces todo lo posible por conquistar al viejo, pero avanzaba la tarde y él se mostraba tan indiferente como al principio.
-¿Pero es que no te gusto ni tantito?-preguntó, desesperada.
El anciano se encogió de hombros: -He visto mejores.
La Malabella, furiosa, se aventó de cabeza en un barranco y se murió, sin llegar a enterarse de que el viejo era brujo, con gran poder de concentración y capaz de mantenerse ajeno a los placeres de la carne. Y que cuando no se alejaba de dichos placeres, prefería la compañía de jóvenes efebos.
Así que el brujo volvió al lado de su hijo, le dio dos aspirinas y en cuanto le bajó a éste la fiebre emprendieron de nuevo su camino.
Tantán.
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